El reencuentro (FRA)

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El director Martin Provost, ganador del premio “Cesar” (el equivalente al Oscar, pero francés” por “Sheraphine” (2008), nos trae una historia de redención de culpas, sin expiación de las mismas, de la posibilidad de amistad, que nunca es tarde para enamorarse con tiempo para instalarse en hacer lo correcto, denunciando la decadencia de principios morales y éticos en la vida actual. Todo esto en sus casi dos horas de duración.
Claire Breton (Catherine Frot) es una mujer que ha dedicado su vida a transformar en arte su profesión de partera, rondando los cincuenta años, a punto de quedarse sin trabajo, sigue como si fuese el primer día. En ese devenir cotidiano intentando no automatizarse, recibe el llamado de Beatrice Sobolevsky (Catherine Deneuve) la antigua amante de su padre. Ambas tienen secretos propios que las unen e ignoran las verdades del otro lado.
Beatrice es una enferma terminal, en principio constituida como un personaje narcisista, irreverente, se enfrenta y trastoca la hasta el momento controlada vida de Claire, (madre soltera).
Una no sabe del odio que le profesa la otra, ya que la hace responsable de la muerte de su padre, treinta años de separación entre ambas. Sin embargo, por necesidad de cerrar cuentas con su pasado por un lado, y la posibilidad de sacar hacia afuera, decir lo que hay que decir a quien hay que decírselo, transformara todo en una relación inesperada de amistad y compañerismo.
Choque de personalidades bien definidas, la alocada Beatrice, encontrando todavía placeres en las pequeñas cosas que da la vida, y la lucha por respirar de Claire. En realidad todo gira en su derredor, ella es punto de encuentro de todas y cada una de las historias, incluida la de su hijo.
En ese recorrido, influencia de una sobre la otra, es que Claire comenzara a darse cuenta que sigue viva, que la posibilidad del amor no está cercenada, acepta la irrupción en su vida de Paul Baron (Olivier Gourmet), el hijo de su vecino fallecido.
El filme se sostiene principalmente por el duelo actoral, la increíble Catherine Deneuve demuestra porque sigue siendo la dama del cine francés, con una actuación arrolladora, haciendo sobre todo creíble su personaje, y Catherine Frost, ese rostro visto muchísimas veces, reconocible nunca repetido en los gestos, herramientas histriónicas en su haber, no se queda en simple partenaire, le dota a su composición el tono adecuado para balancear la relación entre ambas. El aporte de Olivier Gourmet es importante para sostener un poco el interés que se va perdiendo luego de la primera hora. No por la previsibilidad sino por lo redundante del relato.
De corte estructural y narrativo extremadamente clásico, apoyado en un buen trabajo de fotografía y montaje conservador, pero correcto sin tomar riesgos, y es justamente esta ausencia absoluta de búsquedas estéticas, de rupturas, lo que le da un tono de aplacamiento al texto.