El quinto poder

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El problema principal del filme radica sobre la razón de realizar esta producción. Si la respuesta va en la dirección de la denuncia, el estilo narrativo, sobre todo desde el montaje a velocidad supersónica, produce lo contrario de lo que desea. Nada es posible de asir, es tanta la información y tan rápida su entregada, una atrás de otra sin solución de continuidad, que uno se pierde.

Si en cambio intenta ser una biopic sobre el personaje más buscado por los servicios de los EEUU, no profundiza respecto de él e interpela mayormente a su amigo, socio y colega.

La ultima vuelta de tuerca sobre empatia o distanciamiento es interesante, pero como lo anterior aparece confuso, no sabemos si es en realidad un genio misántropo o un narcisista, psicópata cibernético, o ambas cosas.

La leyenda se inicia cuando el fundador de WikiLeaks, Julian Assange (Benedict Cumberbatch) y su colega Daniel Domscheit-Berg (Daniel Brühl) se conectan para convertirse en una especie de vigilantes ocultos sobre los privilegiados y los poderosos.

Por un lado, crean una plataforma que permite introducirse, obtener información y difundirla en forma anónima, información que está directamente relacionada con los secretos de Estado y los crímenes corporativos. Pronto logran difundir mayor cantidad de noticias que los medios de comunicación más reconocidos del planeta. Cuando estos dos colegas acceden a documentos confidenciales de la historia de los Estados Unidos, entran en conflicto. ¿Cuál es el costo de mantener un secreto en una sociedad libre? ¿Y cuál es el costo de exponerlas?

Entrecruzamientos temporales, del presente al pasado, hasta podría pensarse también del futuro, espaciales, de ciudades a ciudades, casi como si fuesen dos subtramas de una trama que nunca aparece demasiado justificado, desde la denuncia sobre las acciones del gobierno de los Estados Unidos en Afganistán, el accionar de Estados Unidos en Afganistán aniquilando civiles y periodistas, o los estragos en Kenia, hasta intenta exponer los ocultos manejos espurios del gobierno suizo y su paraíso bancario, pero nunca se define por un eje narrativo diluyéndose entre uno y otro, pasando de lo político como imputación al drama intimista o a la construcción psicológica del personaje ¿Loco y/o genio? A la relaciones de amor, fraternal o de pareja, le da lo mismo tratamiento.

El director le aplica a la fábula un ritmo extremadamente acelerado, imposible de seguir, con frases altisonantes, pero sin pausa desde las imágenes, con entrecruzamientos de distintos dispositivos aplicados a un mismo lenguaje, léase, computación, Internet, con un diseño estético que intenta ser pos- moderno, pero que termina siendo sólo borroso.

Recuerdo una película de 1992 protagonizada por Robert Redford, “Héroes por azar”, cuyo lema era “no hay más secretos”, ahora lo confirman, pero nada más.