El puerto

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Una de las obras fílmicas más humanas de los últimos tiempos

Menos, es más.

Escuchar esto tantas veces en mi otra profesión tiene más de una utilidad cuando se aplica en cualquier rama del arte. No tiene que ver con hacer poco, o despojarse de ademanes y ampulosidades pretenciosas, sino llegar a los extremos de la búsqueda para registrarlos y luego reducirlos hasta la expresión más conveniente.

Menos, es más.

En la cinematografía es más fácil caer en la tentación de recargar las explicaciones, la redundancia y el exceso de información (signo claro de la inseguridad de la propuesta) que en la simplificación.

Hay un cuento de Kafka, titulado “El desaparecido”, en el cual un adolescente de 16 años huye a Estados Unidos e ingresa como inmigrante ilegal, no sin antes conocer a un trabajador (creo que era marinero) de un barco, con quien comienza algunas de las tantas peripecias que vive en el país del norte. Yendo y viniendo sin rumbo ni destino cierto pero, a la vez, influenciado por los distintos estratos humanos con los que se va encontrando. Es muy posible que Aki Kaurismäki halla leído ese cuento y lo referencia en “El puerto”, con la que participó en Cannes en 2011.

Menos, es más.

Kaurismäki lo sabe porque despoja a su obra de la influencia literaria kafkiana, y de todos los condimentos, para centrarse en la confección de una de las obras más humanas de los últimos tiempos, con la que establece su discurso e inquietud como artista en forma simple y sin eufemismos.

Le Havre es en realidad el nombre de la ciudad donde transcurren los hechos. Marcel Marx (André Wilms) es un septuagenario limpiabotas que vive en su pequeño universo barrial donde el bar (con el tango y los muchachos), la panadería (de donde lleva fiado), el almacén, y su casa, funcionan casi como los confines de su necesaria, establecida, y bien ganada rutina. Sin ella Marcel no podría vivir. Es el hombre y su circunstancia.

Uno de esos días (concepto perfectamente instalado y filmado con el protagonista haciendo un alto para almorzar), Marcel se ve extrapolado por dos nuevas circunstancia. Primero, su mujer Arletty (Kati Outinen) cae enferma, con internación incierta incluida. Segundo, conoce a Idrissa (Blondin Miguel), un chico senegalés en plena huida de la policía que lo busca por ser inmigrante ilegal, aunque su deseo es sólo pasar por Le Havre para completar su meta que es Londres, donde está radicada su madre.

El director y guionista propone el crecimiento de una relación (lustrabotas–niño) a partir del decrecimiento de otra (marido–mujer). Todo bajo la estricta vigilancia del Inspector Monet (Jean-Pierre Darrousin) quien, eventualmente, será el personaje utilizado como catalizador para atar cabos narrativos (también parece un homenaje al inspector Renault de “Casablanca”, 1942). Un agregado más a todo este mundo es la presencia fantasmal del aparato del estado con su falta de tolerancia y políticas de inclusión. El director muestra a Monet recibiendo órdenes de sus superiores sentado en una silla en un despacho mirando fuera de campo. Como si el gobierno de turno fuera un monstruo omnipresente y poco humano.

Claro, para lograr la fluidez del discurso y del excelente cine que genera, el realizador deja que los personajes y sus actitudes sean el vehículo de su observación profunda sobre la falta de solidaridad, compasión y humanidad de nuestro tiempo, aunque se ubique con pequeños guiños en los sesenta (tipografías de diarios, autos viejos, etc.) gracias a la dirección de arte y una fotografía que parece impregnada de melancolía.

El Kaurismäki elige encuadres y acciones que por momentos parecen congeladas, como si a cada actitud antepusiera un microsegundo de reflexión.

Menos es más, cuando los personajes de una película hablan poco, pero explican mucho más con sus actitudes. Así, “El puerto” abre la ventana a una historia bien contada y con un gran espacio dedicado a la reflexión sin banderas políticas, sin golpes bajos y sin rasgarse las vestiduras a favor de un discurso demagógico. Todo eso quedará en manos del espectador. Aki Kaurismäki lo hace todo bien simple para llegar a esta gran lección. Porque a veces, menos es más.