Proyecto Florida

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

Infancia en movimiento

El comienzo de The Florida Project (2017), la extraordinaria última película de Sean Baker (Four Letter Words, Take Out, Prince of Broadway, Starlet y Tangerine), revela con absoluta eficacia narrativa el fundamento de su historia. Y lo hace en tanto que, como todo comienzo, asume el gesto de una insinuación. Una niña y un niño esperan apoyados sobre una pared. El tiempo, en ese instante, les pertenece. Esperan en silencio y con cierta indolencia, casi al borde del aburrimiento, que algo suceda y puedan levantarse y ponerse por fin en movimiento. La precisión abierta del plano es notable porque consigue evidenciar sin señalamientos de ningún tipo la posición concreta que adquiere la expectativa infantil. La sensación que antecede a la inquietud. Un estado de gracia que no tardará en producirse, en el momento en que otro niño se acerque corriendo, entusiasmado por la posibilidad de compartir con ellos una nueva aventura. De inmediato se pondrán a correr los tres, embriagados de felicidad por la euforia que provoca el movimiento. La irrupción musical de “Celebration”, de Kool & The Gang, fortalece una secuencia que es perfecta. Porque lo que van a celebrar los niños durante el transcurso del film será precisamente eso: la energía vital de su movimiento permanente. La fuerza de su rebeldía.

Moonee (Brooklynn Prince) es la protagonista. Una niña de seis años que vive con su joven madre en una pequeña habitación en “The Magic Castle” (El castillo Mágico), un motel barato situado al margen de Disney World, el mayor imperio de vacaciones pudientes . Al costado de la autopista que separa dos realidades antagónicas, Moonee comparte el tiempo libre con otros niños del mismo hotel y de otro albergue contiguo llamado con ostensible ironía “Tierra del futuro”, en donde se hospedan desocupados y trabajadores que viven con lo justo. A diferencia de lo que sucede del otro lado, el futuro de los personajes del film de Baker no es encantador, sino premonitorio. Y sin embargo, los niños que viven ahí, a fuerza de correrías, lograrán componer para sí su propio territorio mágico. Un plano inolvidable después de una lluvia intensa establecerá un momento visual único.

Moonee y sus amigos no tienen otra cosa que hacer más que circular por el motel y sus alrededores. Vagabundean, se mueven y así revelan el espacio de representación en el cual se va a desarrollar la historia: un paseo por estacionamientos, autopistas, casas abandonadas, plazas humildes, modestos safaris, hoteles de bajo presupuesto en donde se llega sin dinero o por error. Negocios de un centro comercial bizarro situado al borde mismo del castillo gigante donde habita el ratón más conocido del mundo. La exploración formal del espacio es formidable. La geografía que muestra es la de un proyecto decadente y saturado por la sobrecarga de colores chillones, pero que la mirada infantil consigue descubrir en él una particular belleza.

La presencia de los niños molestará a los mayores, en especial cuando se conviertan en testigos involuntarios de una golpiza o de un trabajo inclemente. Bobby (Willem Daffoe), el incansable y siempre bien predispuesto encargado del motel, los observará con preocupación, atento a sus movimientos les exigirá una y otra vez que paren con sus travesuras por momentos demasiado peligrosas para su seguridad. “Ustedes son aburridos”, le contestará en algún momento Moonee. El aburrimiento aparecerá determinado por la falta de movimiento que define al mundo adulto. La irreverencia asombrosa de Moone, su carácter desafiante hacia la autoridad, no ocultará del todo su inocencia.

El film de Baker perseguirá en todo momento el punto de vista de los niños. La cámara se mantendrá mayormente en su campo visual. La actividad de los adultos permanecerá fuera de campo o ligeramente descubierta, a distancia y mediada por la perspectiva infante. La pelicula no se permitirá caer en el golpe bajo, ni en la caracterización estereotipada de sus personajes. Más bien lo contrario, se ocupará amorosamente de ellos, de sus impotencias, sus formas de afecto y resistencia.

The Florida Project presenta a fin de cuentas un relato emocionante, capaz de reconocer la fuerza irrebatible de una infancia en movimiento, justo en aquellos parajes olvidados pero bien cerca de esa enorme comarca de diversiones de acceso restringido.