El protector

Crítica de Ignacio Dunand - El Destape

Mediocre reproducción de discursos xenófobos

Liam Neeson vuelve a la acción en un filme vetusto que alimenta una ideología cercana al ala más conservadora de los Estados Unidos.

El enemigo principal de Liam Neeson es el mismísmo Liam Neeson con su vasta trayectoria de intepretaciones de polícias, agentes especiales y veteranos de guerra que desatan su sed de venganza a raíz de alguna injusticia. En El protector (The Marksman, en inglés) intenta emular a los clásicos héroes renegados de Clint Eastwood sin una pizca de gracia y con una historia que carga un mensaje xenófobo cercano al ala más conservadora de los Estados Unidos. Calificarla de mediocre es un acto de dulzura.

Un ranchero amargado (Liam Neeson) que vive en la frontera de Arizona se convierte en el defensor de un niño mexicano que huye desesperadamente de los asesinos del cartel que aniquiló a su mamá. Neeson, que además de granjero esconde un pasado como excomando (¡vaya que novedad!), no duda en cargar municiones repartiendo tiros a diestra y siniestra a todos los que se le presenten como amenaza. No hay ingenuidad en la decisión de poner a los mexicanos en el rol de villanos y a los norteamericanos como patriotas republicanos; este estilo de filmes tuvo un fuerte cuestionamiento en los últimos años, cuando Hollywood cayó en la cuenta de que los latinoamericanos también son seres humanos.

El protector es digna de mencionar por lo agresivamente mediocre que es. Subestima a los espectadores, no ofrece secuencias de acción atrapantes, no deja sin aire ni pretende hacer emocionar con alguna secuencia de dramática, por más superflua que sea. Es neutra, no mueve ninguna vibra de excitación. Después de la excelente Búsqueda implacable (2008), la aceptable Non-Stop: sin escalas (2014), la predecible El pasajero (2018) y la insoportable Venganza implacable (2020), no estoy seguro de quién está más cansado, si Neeson interpretando siempre el mismo personaje o este crítico teniendo que pasar otra vez más por la tortura de la repetición incansable.