El prófugo

Crítica de Angel Faretta - A Sala Llena

UNA PROMESA CUMPLIDA

Como hemos dicho en “Más allá del olvido, una historia crítica del cine fantástico argentino” (*), en nuestra etapa clásica y un poco más, la expresión del fantástico puro, prácticamente no tuvo ejemplos; sí desplazadamente a través del melodrama. El mayor ejemplo de este cruce genérico lo tenemos precisamente en el film que da título a nuestro libro. Rodado en 1955 y estrenado un año después fue dirigido por Hugo del Carril; que también para nosotros es el más grande film argentino jamás realizado.

Luego hemos tenido curiosas y hasta únicas, pero notables, excepciones de fantástico stricto sensu. Invasión, El poder de las tinieblas, El hombre invisible ataca, Extraña invasión.

A partir de las dos últimas décadas y por fortuna el cine argentino se ha volcado, salvo excepciones, al cine de género. Tanto el policial, como el de horror, y también el fantástico. Con lo cual, y salvo algunos recalcitrantes, con ello se ha dejado atrás ese cine sesentista y setentista, con sus maratones de tedio, sus silencios significativos y toda serie de ripios vulgares.

Ahora bien. Esta franca y hasta desatada incursión en el género no necesariamente ha simetrizado cantidad con calidad. Se ha entendido que ese es el camino, pero algunos y algunas se han arrojado al género sin los recaudos de compresión necesaria. Desde luego que no se trata de degollatinas, destripamientos varios, muecas sangrantes y toda serie de incursiones de crueldad, más aptas para ciertas ceremonias de tipo doméstico.

El fantástico desde luego es hermano siamés del terror. A veces puede primar la deriva fantástica pura, y a veces la segunda. Si la primera, se trata de otredades invasivas, pero tal irrupción de lo otro se da desde o dentro de la más crasa, o aparentemente crasa cotidianeidad. Desde “El hombre de arena” de E.T.A. Hoffmann, la cosa es así y sigue siendo así. Los ejemplos abundan pero no es el caso repetirlos aquí.

Dentro de los intentos del fantástico puro de fecha más recientes destacan Punto ciego de Martín Basterretche y Muerte en Buenos Aires de Natalia Meta.

Precisamente de esta directora se ha visto hoy en Berlín su segunda película El prófugo.

Si Muerte en Buenos Aires fue la aparición de un universo particular, pero por fortuna jamás embutido en lo meramente subjetivo, sino que desplegaba a partir de una base de thriller una deriva hacia lo fantástico, esta deriva se ha vuelto en su segundo film una habitación segura en lo fantástico.

Su protagonista, Inés, una mujer dedicada al doblaje de films, así como al canto coral, y donde a partir de un episodio aparentemente sin explicación, comienza a sentir y a temer que ese incidente temprano mantiene una relación con algo fuera de lo normal. O mejor dicho de lo habitual. Y es en este eje, precisamente donde El prófugo se centra.

De este modo a Inés, el mundo cotidiano se pliega a lo que -como es clásico punto de partida- puede ser un delirio de la protagonista, o como la primera intuición, y luego la comprobación de aquello que ha intuido.

Como todo fantástico logrado el mitologema-eje que despliega es el doble, alter ego o döppelganger; precisamente como afirma este término alemán, “la sombra que se mueve con nosotros”.

Ese algo, sombra, cosa, ente, fantasma, o todo eso junto en una síntesis que es la clave del más puro horror, guarda desde luego como en toda creación que se precie de tal, una segunda significación, esta de carácter menos objetivo, y precisamente es a ella a la que la imaginación fantástica representa como algo huidizo, laxo, informe, protervo, a medio hacer. Y es en esto donde precisamente también el film de Natalia Meta se vuelve todavía más fascinante.

Claro que para que esta fascinación actúe debe, como aquí, tenerse una puesta en escena perfectamente controlada. Una fotografía que se mueve con toda comodidad entre lo elusivo y lo extremadamente realista. Un empleo del sonido y de la música al parecer más ingenua y serial, pero de la que lograr extraer matices que sostienen ese clima de otredad. De pesadilla fría.

Como en su film anterior, Natalia Meta se mueve con comodidad en la aparente cotidianeidad -los diálogos de Inés con su madre- así como en sostener la persistencia de lo extraño mediante sutiles bemoles. El sonido de un órgano. El recorrido por una sala de conciertos vacía y en penumbras. Un fin de fiesta donde Inés cree haber hallado a su par ¿o doble? Una vecina inquietante…

Es en estos desplazamientos que forman simetrías donde se muestra la perfecta estrategia de su puesta en escena.

Sucintamente tenemos: Grito-voz solitaria-eco-coro-nota musical. El otro eje de desplazamientos sería entonces: doblaje-coro-doble vida (a partir de cierto momento)-dos hombres-doble oficio-dos voces.

Esto dicho a manera de prólogo crítico, puesto que no podemos extendernos más aquí porque revelaríamos detalles de su trama; una trama que precisamente por la exigencia que mantiene en su despliegue, hace que todo detalle sea significativo.

Sí podemos ya afirmar que se trata de una obra maestra. Ese segundo film -como la segunda novela, por cierto- que es siempre una prueba de pasaje, aquí se ha logrado perfectamente.