El problema con los muertos es que son impuntuales

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Cuando un tema como la muerte y los rituales alrededor de ella son abordados en una conversación, pareciera siempre haber un manto de respetuoso temor mitigado por algún chiste oportuno seguido de reojo por los presentes. No vaya a ser que nos estemos riendo de algo fuera de lugar. Después de todo, todos tenemos algún pariente cercano o amigo que se puso el pijama de madera. Sin embargo, aún en conversaciones como estas hay temas que se pasan por alto. Tamaños y calidades de ataúdes, la preparación de los cuerpos para ser velados, maquillaje, cremación.

“El problema con los muertos es que son impuntuales” propone ingresar al espectador en todos los aspectos circundantes al mundo sentimental (acaso también comercial) que gira alrededor de la muerte, las creencias de la gente o la perpetuación de imágenes y rituales.

En los primeros veinte minutos se verá lo mejor de esta producción. También seremos testigos de una lenta caída de ritmo e interés.

Oscar Mazú, luego de algunas frases alegóricas, comienza su película con una reflexión en off mientras vemos al experto en tanatología Ricardo Péculo iniciar su rutina diaria: “Luego de perder la inmortalidad a los 46 años, empecé a pensar en algunas cosas que no se piensan cuando se es inmortal”. Luego enumera todos los ítems no tenidos en cuenta cuando de la muerte se trata.

El texto en off está claramente orientado al humor, digámoslo: desde el título intuimos eso. Algunos podrían decir humor negro por su utilización en la temática bromeando con la parca, pero quedará ahí. La propuesta es realmente interesante y el método de abordaje, tomando como centro su propia experiencia, le da a la producción un tono amable al que se suma Ricardo Péculo con algunas anécdotas sobre anécdotas y su impronta a lo Narciso Ibáñez Menta. En ese combo es donde esta realización gana en capacidad de generar interés. Inexplicablemente la propuesta se va diluyendo al alargar demasiado un par de momentos cuando la propuesta parecía ser la de ir picando un rato en cada tópico tomando como eje el humor y el singular personaje del experto. Así, la secuencia de una maquilladora dando clases estanca el ritmo y la dinámica que, por ejemplo, se potencia con la anécdota de las manos de Perón.

Lo mejor, más allá del resultado final es la certeza de encontrar en Oscar Mazú a un escritor fino y agudo con grandes chances en el futuro. Este es sólo un paso leve.