El prisionero irlandés

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

LA VENTAJA DE PERTENECER

La escena se repite varias veces aunque cambie el protagonista masculino: un féretro de madera tirado por caballos desciende por las colinas, algunos soldados y el capitán escoltan el cuerpo para anunciar la trágica noticia. El destino de la viuda de Ochoa parece signado por esa desolación, por una pérdida reiterada que se evidencia en las diferentes cruces de su jardín. Sin embargo, ella sabe que el sacrificio es necesario para lograr la independencia, aún a costa del dolor.

Luisa (Alexia Moyano) no quiere irse de La Carolina, San Luis, a pesar de las insistencias de su cuñado don Manuel (Yoska Lázaro) o las recomendaciones del capitán Lucero (Manuel Vicente) puesto que es una viuda con un hijo pequeño y sólo la acompaña Sixto, un peón un tanto anciano. Por el contrario, ella siente que ese sitio es el lugar indicado tanto para el crecimiento de su hijo como para ayudar a su patria ya sea con caballos, alimento, alguna donación o los mismos soldados para lograr la tan ansiada liberación española. Pero, antes de la Revolución de 1810 y la Independencia de 1816, el Virreinato del Río de la Plata debe hacer frente a las Invasiones inglesas de 1806 y 1807.

Dentro de ese marco de la historia nacional comienza El prisionero irlandés, en la reubicación de los rehenes de guerra y en la devolución de los cuerpos para su santo sepulcro. Entre los 90 prisioneros ingleses de la primera Invasión llevados a San Luis se encuentra Conor “Croopy” Doolin (Tom Harris), un irlandés que es considerado traidor por sus dos compañeros a causa de su origen. Para evitar algún tipo de conspiración y, al mismo tiempo, brindar ayuda a la viuda del sargento Ambrosio Ochoa, el capitán Lucero lo lleva a Doolin como hombre de trabajo.

Los directores Carlos Jaureguialzo y Marcela Silva y Nasute realizan un acertado trabajo de recreación de época. Por un lado, gracias a un lenguaje simple o al uso de palabras coloquiales que generan cotidianidad. Al mismo tiempo, ambos directores saben cómo hacer interactuar el choque entre el español y el inglés no sólo a partir del aprovechamiento de los malentendidos, sino también en la riqueza de esa diferencia, en el conocimiento del extraño en esa falta de semejanza.

Por otro también incorporan los paisajes naturales como personajes de la trama. Su importancia ya se aprecia al inicio del filme, en el pasaje de la presentación a la primera imagen, en esa fila de soldados que marchan al reencuentro con sus familias o como el ataque de un malón de indios –que funciona por elipsis– y los restos de ese atraco.

De todas formas, el trabajo más interesante de los directores es el abordaje de los protagonistas a través de su construcción analógica: si bien pertenecen a dos culturas diferentes y no comparten idioma, ambos son originarios de colonias donde un país soberano, ya sea Gran Bretaña o España, intenta mantenerse en el poder y perpetuar su domino en esos territorios.

De esta manera, tanto a Luisa como a Conor les quitaron parte de sus raíces; ella intenta recuperarlas en función de la independencia y de las disposiciones necesarias hacia el ejército, mientras que él se siente ajeno hasta en su propio país (aunque su deseo constante es poder regresar). Como le explica a Sixto, Inglaterra no sólo le quitó sus tierras a Irlanda, sino el idioma. Él no puede hablar su idioma en su tierra. Por tal motivo, la atracción de los personajes no sólo tiene que ver con la convivencia o el descubrimiento del otro, sino con la correspondencia de sus sentimientos más íntimos.

En consecuencia, si bien la película privilegia el tratamiento de un período agitado y compuesto por varias instancias que aseguraron la constitución del país, es en esa exhibición natural, y hasta podría decirse pura del lazo entre los protagonistas, que El prisionero irlandés expone una de las bases de la condición humana: la de la identidad puesto que actúa en el reconocimiento del otro, con sus diferencias y semejanzas, la necesidad de satisfacer la idea de pertenencia, incluso, si en el proceso arriesgan todo por conseguirlo.

Por Brenda Caletti
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