El principito

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Antoine de Saint-Exsupéry, el noble francés que tras su fracaso de estudio en la escuela naval, cursó arte y arquitectura, se hizo piloto cuando cumplía con el servicio militar y que murió en 1944 en el Mediterráneo, justo un año después de haber publicado “El principito”, recorre una vez más lo cielos del mundo en una versión fílmica que combina diferentes tipos de animación, especialmente la stop-motion, rescatando los dibujos originales de su autor. Durante años había circulado por los cielos argentinos y se casó con la argentina Consuelo Suncin. En el hotel Ostende (Pcia de Buenos Aires) aún se conserva su habitación intacta. La calle donde nació Antoine de Saint-Exupéry, en Lyon, en 1900, lleva su nombre. También se ha bautizado con el nombre de éste escritor el asteroide #2578 del cinturón situado entre Marte y Júpiter.

Su mayor legado fue el libro que recuerda a los adultos no perder el espacio de la infancia, “El principito”, un clásico de la literatura del siglo XX, que invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y que por casi setenta años en el mundo se repiten sus frases emblemáticas; “lo esencial es invisible a los ojos” o “sólo se ve bien con el corazón”.

Lo interesante en "El principito" es que el texto está construido sobre metáforas, paradojas e inusitadas paradojas metafóricas, cuyo objetivo principal no es instruir, sino comunicar un sentimiento. Todo ello hace que su lectura sea interpretada y potencialmente interpretable de múltiples formas, lo que permite un acceso ilimitado y de infinita riqueza para los miles de lectores en el mundo.

Antoine de Saint-Exsupéryno murió en el imaginario popular, siempre resucita en cada propuesta artística que surge año tras año, ya sea en obras de teatro, musicales, o en el cine. En éste último género se han realizado varias cintas animadas y con actores como la fallida propuesta de 1974 de Stanley Donen (“Cantando bajo la lluvia·, 1952), a pesar de la brillante rutina coreográfica de Bob Fosse.

En realidad en esta oportunidad, con una nueva versión y reinterpretación de su historia, el aviador, se trasladó a vivir a una triste y gris ciudad. Levantó la única casa de madera, resaltada por los colores brillantes de su pintura, poseedora de un jardín cubierto de flores, y especialmente de una torre inexpugnable en cuya cima instaló un telescopio que le permite mirar, más allá del horizonte de un mar de bloques unifamiliares grises sin ningún espacio verde, hacia un infinito de estrellas, planetas y asteroides. En ese espacio de gran libertad vive convertido en un excéntrico viejo un aviador, (alter ego de Saint-Exupéry) al cual la gente le rehúye. Pero por esos avatares del destino, ocupan la casa vecina una familia compuesta de dos mujeres. La madre tenía la obsesión de que su hija entrara al mejor colegio de la ciudad. El mundo absolutamente cuadrado, calculado y programado de la niña se desarticulará cuando conoce a su vecino (en la versión original con la voz de Jeff Bridges), que se le acercará mediante un avioncito de papel con el dibujo de un pequeño niño, a contar la historia de un amigo que conoció hace mucho tiempo y que vivía en un pequeño planeta, el asteroide B 612.

Mark Osborne responsable de “Kung Fu Panda” (2008) y “Bob Esponja” (2004), junto con los guionistas Irena Brignull (“Los Boxtrolls” (2004)) y Bob Persichetti decidieron rendir su pequeño homenaje al Jacques Tati de “Día de fiesta” (“Jour de Fête”, 1949), al utilizar un personaje en off (el aviador) como narrador, los efectos de sonido (un elemento clave del filme), que al igual que Tati los usa imaginativamente, como las voces y otros sonidos de fondo para proporcionar un efecto humorístico. En vez de números musicales tradicionales los compositores Hans Zimmer y Richard Harvey construyeron un guión musical basado en pequeños sonidos, alternancias de graves y agudos, entrelazados con baladas originales de los ‘40 interpretadas por la cantante francesa Camille y por el maravilloso Charles Trenet.

Otro ítem que fue impronta en Tati y su tema clave, era el exceso de confianza de la sociedad occidental en la tecnología para resolver sus problemas. Por lo tanto Osborne instaló al aviador en una casa destartalada y con herramientas que le permitieran realizar cualquier trabajo con sus propias manos, como construir su avión en el jardín.

Redescubrir un libro que sin ser un tratado filosófico posee una visión cristiana y vitalista de un mundo en el que se dejan traslucir los problemas de las relaciones humanas, las diferencias de clases, el activismo, y en el qué, sin que llegue a existir un planteamiento político, se ejerce la crítica social mediante el artificio de los “mayores”, no fue tarea fácil para el director Mark Osborne.

No obstante sin perder la esencia del original, intercalado en la historia principal, cuya trama señala una vez más la dominación del mundo adulto sobre las necesidades de los niños. En ella se cuenta la vida de una pequeña, que tendrá más o menos la misma edad que el principito, sometida a una fría, rígida y deshumanizada planificación de su infancia, en la que la madre argumenta que es por su propio bien.

“El principito” de Osborne, no es en realidad una adaptación del original sino más bien utiliza algunos episodios de éste para reacomodarlos en función del filme, que a su vez intenta demostrar que siempre los niños, en cualquier época, fueron rehenes de los intereses de los adultos. Tal vez lo interesante de la propuesta de Osborne es rescatar no sólo al aviador, sino la figura del abuelo. La niña vive sin ninguna referencia al mundo masculino, como tantos chicos de hoy día son producto de familias disfuncionales De su padre sólo recibe una vez al año pisapapeles de edificios bajo la nieve, eso hace suponer que vive en New York y ella en las antípodas.

La única relación tierna que recibe la niña es a través del viejo aviador con el cual se enoja y reconcilia con todos los niños con sus abuelos. El abuelo le hará conocer el mundo de la fantasía, que seguramente la acompañará hasta el final de sus días. Los dibujos naïve del stop-motion (copia original de los de Saint-Exupéry), con sus colores y trazos no tan infantiles, le dan un toque interesante, sugestivo y personal a la propuesta.

Podría decirse como sostiene Gastón Bachelard (“Poética del espacio”) que “El principito” de Mark Osborne es el claro ejemplo de un soñador que deja entrever el espíritu de “la inmensidad íntima”, una categoría del ensueño, que naturalmente está en nosotros. “está adherida a una especie de expansión del ser que la vida reprime, que la prudencia detiene, pero que continúa en soledad”, sino perdemos la capacidad de soñar y de vez en cuando ingresar al mundo de la fantasía.