El príncipe encantador

Crítica de Rolando Gallego - EscribiendoCine

Era cosa de meses para que el cine tomara el reciente auge del feminismo y revirtiera las clásicas estructuras de dibujos animados. El príncipe encantador(Charming, 2018) se presenta como el primer relato sobre princesas empoderadas que buscan trascender sus vestidos y la espera del príncipe azul como único objetivo en sus vidas, deconstruyendo ciertos conceptos de historias de palacio y amor entre reyes.

Si bien recientemente en Wifi Ralph (Ralph wrecks the internet, 2018) se presentó a las princesas de Disney desde otro lugar, en esta película la alteración y transgresión de los estereotipos clásicos, y funciones del relato se trastocan desde el arranque, presentando las bases con las que luego el relato avanza de una manera natural, nada forzada.

En la historia asistimos a ver cómo Philippe, un “encantador” príncipe que tiene un maleficio, ya su carisma irresistible es el resultado de un siniestro conjuro que una bruja ha puesto en él y que lo castigará hasta su cumpleaños número 21, seduce a todas las mujeres del reino, y particularmente a las princesas. Sin saber este dato, porque el rey lo mantiene en secreto hasta para su hijo, Blancanieves, La cenicienta y la Bella durmiente, estarán las tres comprometidas con el príncipe hasta que la llegada de una joven llamada Leonor, descubra la verdad ante todas.

El contraste entre las tres heroínas de cuentos clásicos, y esta joven, presentada como una aventurera, aguerrida, que usa pantalones es notable, y en ese punto comienza a desvanecerse la propuesta inicial de reversionar las narrativas tradicionales. Así, Philippe y Leonor se embarcan en la búsqueda del “verdadero amor” de cada uno, aquel que pueda romper con el hechizo, configurando el relato de esta propuesta dirigida por el escritor, devenido en realizador Ross Venokur, que termina volviéndose más tradicional que sus predecesores.

El problema de El príncipe encantador, como ha pasado en muchas producciones animadas recientes, es que el arranque poderoso, plagado de humor e ironía y con una lectura lúcida sobre los tiempos que corren, se pierde a los pocos minutos cayendo en una rutina más o menos cuidada de gags, humor físico, para luego suavizar la transgresión inicial.

Aquello que se mostraba como diferente al relato patriarcal tradicional de palacios, princesas sometidas a príncipes y reinos pendientes de las historias de amor de sus protagonistas, se transforma en un tedioso híbrido entre historias ya conocidas perdiendo la gracia de ver por primera vez un relato de príncipes enamorados y princesas empoderadas.