El príncipe del desierto

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

"Lo que no saben es que estos minutos los impulsarán miles de años hacia adelante. Será un progreso en el vacío"
(Werner Herzog, Ten Thousand Years Older, 2002)

Sin la fuerza de sus producciones de fines de los años '80 a Jean-Jacques Annaud se le ha ido perdiendo el rastro, un desdibujamiento que se hace manifiesto solo con comprobar que su mejor realización de los últimos tiempos, Enemy at the Gates, ya lleva once años de estrenada. Con Or Noir el francés se adentra una vez más en una historia de época como aquellas que han sabido darle prestigio, aunque esta vez lo haga con menor tino y mayor infantilismo, algo que se ve potenciado por el título poco fiel que ha recibido en Argentina.

Previo al boom del petróleo en los años '30, los estados árabes viven sumergidos en un retraso técnico que los ubica siglos por detrás de las potencias mundiales. En manos del realizador, este encuentro entre ambos hemisferios facilita una firme oposición entre tradición y progreso que no en todo momento es abordada con el mejor criterio. Para el caso, se abre la apreciada posibilidad de filmar a ejércitos árabes de vestimentas clásicas, portando armamento moderno e incluso conduciendo tanques. El problema es que el corazón del film de Annaud, el choque de culturas, implica solo una mirada parcial y tendenciosa, el mundo musulmán visto y juzgado a través del cristal de Occidente. Al mismo tiempo que hace avanzar a la película, esta elección simplista revela los hilos de la producción, dando voz a ciertos cuestionamientos a la Torá o a las costumbres que difícilmente pudieran tener origen en hombres anquilosados en la tradición.

Las vastas extensiones desérticas y el uso de abundante luz natural, ofrecen una impecable fotografía, destacable aspecto al que se debe sumar el cuidado en el tratamiento de vestuarios y escenarios. Mark Strong, por otro lado, se impone como la cara más apreciable de una realización de interpretaciones irregulares, al mismo tiempo que se confirma como una presencia cada vez más convocante a la hora de dar vida a personajes complejos. Fuera de esto, el film sigue un lento derrotero de obviedades a lo largo de unos extensos 130 minutos, perdiéndose en algunas escenas estiradas, como la de los personajes al borde de la muerte por deshidratación, la cual tiene una resolución propia del más aniñado Disney, que no tienen ningún peso para la trama. Annaud ofrece un film de distintas líneas argumentales que conduce en forma desacertada, exudando un marcado optimismo y la certeza de que se podía haber entregado algo mejor con tantas herramientas a disposición.