El príncipe del desierto

Crítica de María Victoria Vázquez - El Espectador Avezado

Auda (Tahar Rahim) es un príncipe árabe. Es el segundo hijo del conservador sultán Amar (Mark Strong). Fue criado desde pequeño junto a su hermano mayor, Taleq, por el sultán Nesib (Antonio Banderas), un gobernante mucho más modernista, frustrado por la pobreza de su reino. Los niños quedaron bajo su custodia como “garantías” del cumplimiento del tratado de paz de una guerra de la que resultó ganador. Una de las condiciones de ese tratado era que la franja de tierra (más bien, arena), que separaba los reinos, no pertenecería a ninguno de los dos.

Las cosas van bien, hasta que un grupo de investigadores norteamericanos se entrevista con Nesib, y le muestra que hay petróleo en esas tierras, y el valor que ese petróleo tiene. Corren los años ’30, los príncipes Auda y Taleq ya son mayores, y el conflicto por la posesión de esa tierra intermedia se complica una vez conocido su valor.
Para mediar entre los reinos, Nesib decide enviar como emisario al propio hijo de su enemigo, Auda. Pero no se imagina cómo las cosas pueden cambiar a partir de esa decisión.
La película es excesivamente larga, sobre todo en el medio: la travesía por el desierto se hace casi tan pesada para los hombres de Auda, como para el espectador. A diferencia de El Amante, película en la que Annaud maneja un ritmo lento, pero consistente, aquí el tiempo pasa sin demasiado sentido. Por suerte mejora hacia la última media hora, haciendo que la película no termine con la gente saliendo del cine antes del final.
Los personajes tampoco son demasiado claros. No es que defienda el maniqueísmo de personajes “buenos” y “malos”, al contrario, me interesan los personajes que evolucionan a partir de lo que les suceda en la historia que se cuenta, que muestren los matices propios de nuestra naturaleza humana. Sin embargo, eso no es lo que ocurre en este film: en un punto Banderas, por ejemplo, parece ser puramente ambicioso (a pesar de sus obras progresistas, como escuelas, bibliotecas, hospitales), para terminar siendo el guardián de los intereses del reino. Mientras que Amar, que sería “el bueno” (el padre sacrificado, que no vio crecer a sus hijos), tampoco lo es tanto, sino más bien un musulmán extremista, que no acepta siquiera que sus médicos utilicen medicamentos. Entre ellos se debate el buen Auda, una suerte de ratón de biblioteca inexplicablemente devenido líder militar, a pesar de sí mismo.
Si bien la fotografía es impecable, la historia no logra atrapar demasiado. Ni siquiera Annaud pudo dirigir bien a Antonio Banderas, a quien no se le borra la sonrisa socarrona aún en las escenas en que hace falta. Un resultado raro, difícil de clasificar: con algo de épica, algo de aventura, un poco de drama, apenas romance, y mucha, mucha arena.
Llévense una botellita de agua a la sala: son dos horas de desierto, la van a necesitar.