El príncipe del desierto

Crítica de Felipe Quiroga - CiNerd

EN BUSCA DEL OASIS

A veces les pasa a los que caminan con sed por el desierto: ven, a lo lejos, un oasis, con palmeras que prometen una necesaria sombra y un manantial de agua dulce y refrescante para saciarse. Corren con sus últimas fuerzas, caen de rodillas y beben frenéticamente: a veces, se trata de vistosos -pero decepcionantes- espejismos; a veces no. En EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO (BLACK GOLD), hay una muy buena ambientación, una espléndida fotografía y un imponente despliegue de producción que apunta a emular la épica de grandes clásicos “desérticos” anteriores, como LAWRENCE DE ARABIA (LAWRENCE OF ARABIA, 1962). Sin embargo, una historia algo pesada y ciertos fallos que afectan la verosimilitud hacen que la película tenga más de desierto que de oasis.
El film cuenta la historia de dos líderes árabes que se enfrentan por un territorio conocido como “la Franja Amarilla”. Para llegar a una tregua, el Sultán Amar (Mark Strong) entrega a sus dos hijos a su rival, Nesib (Antonio Banderas), para que los críe, pero también para que los mantenga como rehenes y así asegurar la paz. La otra parte del trato prohíbe a ambos todo intento de apropiarse de la Franja Amarilla. Años después, los representantes de una compañía estadounidense le ofrecen a Nesib extraer el petróleo que hay bajo la tierra de la zona que había estado en disputa. El soberano, seducido por las futuras riquezas, acepta: su decisión detonará una serie de conflictos que afectarán la vida de todos los personajes, especialmente la del joven Auda (Tahar Rahim), el debilucho y nerd hijo de Amar.
No hay nada para criticarle a la película en cuanto a ambientación, locaciones y vestuario, todos muy bien logrados. Los problemas del film vienen por otro lado: la historia, adaptación de una novela de 1957, se vuelve algo pesada y la duración del film se siente excesiva. También hay otras cuestiones que afectan la verosimilitud. Aunque no nos vamos a quejar porque todos los personajes árabes hablan en inglés (eso lo hace Hollywood desde hace años y ya está totalmente aceptado), la elección de actores de diferentes nacionalidades (Banderas es español, Strong es inglés, Frieda Pinto es hindú y la mayoría de los secundarios son verdaderos árabes) lleva a un caos de acentos bastante berreta. Por otra parte, a veces los personajes se refieren a su dios como “Alá” (lo cual sería lo correcto) y, en otras ocasiones, directamente dicen “Dios” (God, en inglés). Sí, quizás podrían significar nimiedades para algunos, pero estos aspectos dañan la bien lograda ambientación y no permiten que uno como espectador se compenetre totalmente con la historia.
Las actuaciones de Banderas y Strong son acertadas: Banderas compone, con gestos de desprecio, a un Nesib que conoce los manejos políticos y que se muestra superior a los demás. Pero el actor también es capaz de plasmar las otras caras de su personaje (por ejemplo, al final), no sin caer, a veces, en ciertas exageraciones actorales que le restan credibilidad a su papel. Strong, quizás un escalón más arriba que Banderas, interpreta con oportunos silencios y miradas cargadas de intensidad al profundo y derrotado Amar, pero algunas líneas de diálogo resultan demasiado presuntuosas para este tipo de película. Tahar Rahim como el protagonista, el príncipe Auda, es más sólido como la versión nerd/débil/inocente del personaje que en su modalidad “héroe de guerra”, pero hay que decir que el recorrido de Auda tampoco es demasiado creíble (aunque esto está vinculado al pretendido estilo de película épica y de aventuras). Lo de Frieda Pinto es lamentable y lo más preocupante es que se viene haciendo costumbre: como en INMORTALES (2011) y en EL PLANETA DE LOS SIMIOS: (R)EVOLUCIÓN (2011) su rol es meramente ornamental y la relación amorosa entre su personaje y Auda sólo se podría describir como insustancial.
EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud (EL NOMBRE DE LA ROSA; SIETE AÑOS EN EL TIBET), es una película que habla sobre la lealtad, las relaciones entre padres e hijos y lo difícil que son los cambios. También pretende dejar un mensaje –algo superficial- en contra del capitalismo y confronta dos formas de ver el mundo. Quizás lo más valioso sea esto último: poder conocer en una superproducción una forma de pensar diferente. La escena en la que Auda debate con líderes ancianos qué hacer con el petróleo, con citas al Corán incluidas, es un buen ejemplo de cómo el film lleva a la reflexión. En conclusión, EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO logra saciar sin dejar satisfecho al espectador, que, como un caminante del desierto, tendrá que seguir buscando un oasis.