El príncipe de Persia

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

El mejor transporte sigue siendo el DeLorean.

La saga de El príncipe de Persia, basada en el popular videojuego del mismo título (a su vez basado en el mítico juego en 2D) es un intento de Jerry Bruckheimer de repetir el éxito de Piratas del Caribe, la serie que ya está esperando su tercera secuela. Y a decir verdad, los tres juegos en los que basarían la historia de este príncipe corredor, dan una base más que tentativa para la adaptación cinematográfica. El problema, como se sabe, es que un buen juego no es garantía de nada. Los juegos tienen un concepto totalmente distinto al de las películas, y muchas veces eso se confunde y lo que nos parecía divertido en una consola de video, es un bodrio en la pantalla grande.
Aquí están todos los roles típicos de la aventura familiar: el protagonista tímido pero valeroso, pobre pero sincero, algo torpe pero ágil, etc. La princesa bonita e inteligente, no muy afín a las armas, el compañero obligado que nunca se siente satisfecho con la travesía y aporta las mayores dosis de humor, y así podríamos seguir, para rellenar los otros personajes stock cuyo destino los confina a una sóla película. No tengo nada contra este conjunto de clichés, de hecho, cuando está bien hecho, lo celebro (La momia 1 y 2, Piratas del Caribe 1 y 2) y cuando no, lo destesto (La momia 3, Piratas del Caribe 3). El principal problema aquí es que el guión no proporciona ni diálogos punzantes ni situaciones más o menos inteligentes, y la acción en pantalla es bastante confusa. Los tres montajistas con los que contó el film no pudieron dejar las cosas del todo claras, y nos tenemos que conformar con avisorar algún saltito parecido al del juego o un zoom en slow-mo de una flecha que casi le pega al príncipe Dastan. Ese es el ideal de acción para Mike Newell.
El lineamiento general de la historia, como para darle a cada uno su cuota de pantalla es el siguiente: Dastan es un húerfano que tiene como hermanos a 3 herederos del trono de Persia. En un ataque a una ciudad que esconde supuestas armas destructivas (¡inesperada crítica tardía a la política exterior de la era Bush!), Dastan encontrará una suerte de daga que permite a su poseedor viajar en el tiempo. A decir verdad, son viajes bastante amarretes y caprichosos. Generalmente sirven para retroceder unos instantes nomás. Y cuando se debería usar (supongamos, la muerte de algún personaje no tan importante) no se usa. Ahi la culpa no es de la daga, sino de los guionistas. Los viajes espacio-temporales o son entretenidos y funcionales a la historia o directamente son accesorios inservibles listos para dar el deus ex-machina de último momento. Esta daga sirve a ese último propósito. Sin adelantar nada, el último acto es de lo más anodino de todo el film. Si este es el grand finale de un blockbuster, la verdad, no se notó.
La daga es una excusa para la invasión. La princesa Tamina (la linda Gemma Arterton, o la chica de 5 segundos de Quantum of solace) es una especie de guardiana de este artefacto. Claro que los demás no lo saben, y son manipulados por Nazim, un Ben Kingsley correcto y gritón. La daga debe ser guardada en un territorio lejano y peligroso, y bueno, ahi ya tenemos en principio a los dos protagonistas, en un viaje de aventuras y desencuentros amorosos como para emocionar a los más chiquitos.
Como sea, todos los erroes podrían aguantarse más, digamos, con un buen cast. Por ahí está Alfred Molina como un secuendario de escasa duración. Que así y todo se agradece para solventar la falta de carisma de Jake Gyllenhaal como el aventurero príncipe, que prefiere dar saltos de free-runner (free-runner CGI, claro) y hacer acrobacias imposibles como para que no se note su blanda performance. Si alguno esperaba encontrar algo tan divertido como la creación de Johnny Depp en la saga de los piratas, mejor que piense en ir a ver otra cosa, o esperar a alguna buena película de aventuras.
Jerry Bruckheimer es quien produjo el film, y es también el que cada tanto nos depara un blockbuster insospechado, como aquel donde Bruce Willis para un meteorito con un cable (ah, perdón: spoiler). Nunca fue un productor de mi agrada (sigue sin serlo) ya que innevitablemente siempre lo asocio con el terrible Michael Bay. Me resulta imposible siquiera simpatizar o esperar ansioso la nueva película del productor de Con Air o Pearl Harbor. Aquí es su intento menos sutil de copiar un éxito anterior. ¿Si lo va a lograr? Seguro que sí y en un par de años estará la crítica de la segunda parte. Sí: también es seguro que va a haber breves viajes temporales. Pero lo peor es que nosotros no recuperamos el tiempo perdido por ver esta película.