El príncipe de Persia

Crítica de Fernando López - La Nación

Acción en un Oriente de leyenda

Jake Gyllenhaal, Ben Kingsley y Alfred Molina, en una historia de aventuras y enredos

Desde el título, El príncipe de Persia anticipa que ingresaremos en territorio de leyenda y que allí habrá exóticos personajes orientales e intrépidas aventuras, similares a las que en otros tiempos animaban Douglas Fairbanks o Erroll Flynn. Así es, pero si esta nueva producción de Jerry Bruckheimer para la casa Disney remite por una parte a El ladrón de Bagdad , también exhibe algún parentesco con Los piratas del Caribe , sólo que aquí el mar se convirtió en desierto y en lugar de parches, garfios y tormentas abundan los caballos, el viento, las ciudades sagradas y ciertas dagas de poderes sobrenaturales.

El héroe del caso (un inesperado Jake Gyllenhaal, que explota su simpático desenfado) no ha heredado la sangre azul: era un chico huérfano y bravío cuya destreza quiso premiar el benevolente rey Sharaman adoptándolo para que creciera al lado de sus otros dos hijos. Los tres príncipes guerreros tienen sus diferencias de carácter (Dastan, el protagonista, es más impulsivo, astuto y revoltoso), pero son muy unidos. Y todo parece ir muy bien hasta que alguien hace correr la voz de que en la cercana ciudad de Alamut se esconden armas de destrucción masiva y es necesario que el ejército persa la invada si quiere conservar la paz en el mundo.

Hasta ahí llegan los guiños a la actualidad. A los responsables del film -adaptado, como ya es costumbre, de un popular videojuego- no les interesa la alegoría sino la aventura y el espectáculo; que haya mucha acción, cuanto más vertiginosa mejor; variedad de escenas de combate, persecuciones, peligros, matanzas y rescates de último momento, lo que se alterna de vez en cuando con algunos intervalos más o menos románticos (los que acercan y distancian a Dastan y la bella princesa de la tierra invadida) y con otras pausas necesarias para recapitular en qué punto de la intriga nos encontramos y anticipar qué es lo que puede estar por venir. En el enredo tiene decisiva importancia una daga con empuñadura de cristal que, cargada con las llamadas arenas del tiempo, permite a quien la manipula volver atrás las horas y los días, de manera que le es posible cambiar los hechos, revivir a los muertos? o viceversa. Se comprende que en las manos equivocadas esta joya única puede poner en peligro al planeta entero.

Ahí están Dastán y su princesa para impedirlo, como está Mike Newell para poner de vez en cuando un poco de orden en la narración y como está Alfred Molina para hacer el aporte risueño gracias a su jeque bribón, enemigo mortal de los recaudadores de impuestos. Para qué están los guionistas queda menos claro, teniendo en cuenta la cantidad de clichés a los que recurren.

Gemma Arterton es bella y tiene carácter; a Ben Kingsley le sobra maquillaje; la escenografía imagina (poco) una Persia aproximadamente medieval, y los efectos son apenas correctos. El film entretiene (sobre todo a su público natural, masculino y más bien adolescente), pero es difícil que perdure demasiado en la memoria. Probablemente tampoco era ése su propósito.