El príncipe de Persia

Crítica de Ailen Rodriguez Fontao - EscribiendoCine

De la consola al celuloide

Llega a las salas la nueva superproducción de Walt Disney en asociación con el productor Jerry Bruckheimer (Piratas del Caribe), El Príncipe de Persia: Las arenas del tiempo (Prince of Persia: The sands of time, 2010), bajo la dirección de Mike Newell (Harry Potter y el Cáliz de Fuego). Adaptación cinematográfica del popular videojuego de los ‘80 que propone ser uno de los éxitos de taquilla más importantes del 2010, apuntando a un público preadolescente, pero así también a aquellos de edad avanzada que disfrutaron del videojuego.

La acción transcurre en la mítica tierra de Persia. Engañado, Dastan (Jake Gyllenhaal) hijo adoptivo del Rey, acompaña a sus hermanos en la invasión de un pueblo sagrado, que le hará conocer a la misteriosa princesa Tamina (Gemma Arterton). La misión de ella es proteger la daga mágica, capaz de liberar las arenas del tiempo, que accidentalmente ha caído en manos del ejército de Dastan. Después de varios malentendidos y revelaciones, se convertirán en los protagonistas de una aventura épica y deberán luchar contra fuerzas oscuras que intentaran adquirirla a cualquier precio con tal de poseer el dominio absoluto del tiempo (y del mundo).

Más interesante que la historia en si, es el despliegue monumental de efectos especiales que inundan el film (no hay que olvidar que el presupuesto de la película alcanza los 150 millones de dólares). Cada una de las batallas, cada uno de los pequeños enfrentamientos conservan la estética del videogame y captan por completo el interés del espectador. La destreza física adquiere un lugar central en los cientos de piruetas, saltos y acrobacias que se efectúan (casi siempre llevados a cabo por el personaje de Jake Gyllenhaal). El modo de filmarlas, a través de planos cortos y acelerados, enriquece aún más el atractivo de cada una de estas escenas.

Pero quizás el efecto mas sorprendente del film es aquel que da cuenta de los pequeños saltos temporales (regresiones) llevados a cabo cada vez que la daga es accionada. Cantidades monumentales de arena se esparcen por el espacio. La imagen parece dislocarse en una proyección simultánea del pasado inmediato en co presencia con la expectación atenta de quien posee el poder de activarlo.

El Príncipe de Persia se planta como una típica película de género de aventuras que no escapa a ninguno de sus clichés. Y no está mal. Como si fuera una receta cinematográfica, sigue cada uno de los pasos típicos al pie de la letra: el chico pobre con una suerte casi mágica que consigue hasta lo imposible, la chica hermosa que lo rechaza pero que al final termina enamorándose de él, el súper villano contra el cual tendrán que luchar (que por momentos parece vencer, pero siempre acaba derrotado) y toda una bajada de línea de ciertos valores indispensables sin los cuales la película probablemente no existiría. Entre ellos, la importancia del honor, la lealtad, la hermandad y el amor.

A diferencia de películas anteriores como Piratas del Caribe o Harry Potter, El Principe de Persia no está destinada a permanecer mucho tiempo en la memoria del espectador. Es sumamente entretenida y despliega una inmensa cantidad de efectos especiales que no dejan de sorprender. Pero no mucho más. Es de un consumo rápido, casi inmediato. Un pequeño aperitivo que se disfruta en el momento, pero que no logra trascender. El cine mismo hecho parque de diversiones.