El primer hombre en la luna

Crítica de Martín Pérez - DiarioShow

Una deuda pendiente

Es uno de los hechos contemporáneos de los que más se enorgullece Estados Unidos (además de sus guerras). Por eso resulta muy extraño que entre tantas películas que se filman por año en Hollywood, nadie haya realizado una referida específicamente al primer viaje a la luna, que significó un logro muy importante para el país del norte por sobre Rusia en la carrera espacial.

Quizás porque se trata de un hito tan importante, fue que nadie se “animaba” a comenzar una producción de estas características, con miedo al fracaso si algo saliera mal. Sea como fuere, la idea llegó a manos de Damien Chazelle, quien se transformó en una de las grandes promesas del cine gracias a su ópera prima “Whiplash” (2014) y el musical que lo consagró, “La La Land” (2016).

El guión es de otro joven, Josh Singer, quien se transformó en un escritor estrella gracias a “Spotlight” (2015) y “The Post” (2017). De la cabeza de ambos salió un filme que por clásico en su forma de narrar, no deja de ser fresco y entretenido. La historia gira en torno a Neil Armstrong (Ryan Gosling), desde su formación en La NASA, pero mucho antes de postularse como piloto para las primeras misiones netamente espaciales.

Apuntado desde la perspectiva sumamente frívola de Armstrong, que es un gran padre de familia, trabajador y buen compañero pero parece concentrado hace años en algo más grande que su vida, nos metemos en esa preparación de los primeros años de los ’60 hasta la épica del 20 de julio de 1969. Y ese punto de vista hace que todo el filme se transforme en oscuro y distante, pero no por ello menos apreciable.

Casi al inicio, la muerte de su hija menor por cáncer hace que todo cambie en la vida de Armstrong y su esposa Janet (Claire Foy). Ambos actores, con gran criterio y performance, hacen suyo el viaje a la luna, desde su relación problemática hasta sus momentos felices (que son varios). Sin embargo, en el afán de narrar sin exagerar el drama y en detalle en cada paso de la carrera hacia el final, el largometraje comete el pecado de ser demasiado largo (140 minutos), lo que, en tono de parquedad, y especificación científica y contemplativa, termina siendo tedioso por momentos.