El precio de la verdad

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Horrores y monstruos ambientales

En la cena anual de la Alianza Química Ohio, una gala de celebración para las compañías petroquímicas y sus abogados defensores, Rob Billot (Mark Ruffalo) quiebra la armonía. Se acerca a uno de los ejecutivos de DuPont para exigirle detalles sobre el contenido de los desechos que vierten en el río Ohio. En ese clima de festejo, Billot expone el secreto, lo saca a la superficie a los gritos. Allí se consagra la personalidad de Todd Haynes, más allá del peso de la denuncia, de la expresión grave de Ruffalo, de la vocación programática de la película. Su mirada como director asoma bajo el tono lúgubre y azulado de la puesta en escena como un consciente ejercicio de rebeldía.

Tráilers "El Precio de la Verdad: Dark Waters" - Fuente: Fandango Latam02:40

El precio de la verdad cuenta la historia de una extensa demanda, que comienza en los años 90 cuando Billot recibe la visita de un granjero de Virginia al que se le muere el ganado. Billot sortea su incredulidad y su lealtad laboral con una firma que defiende compañías químicas, para iniciar una cruzada que le lleva toda la vida, que lo consume como un deber y una obsesión.

Es cierto que a la película le falta la fuerza espectral que podía vislumbrarse en la genial Safe (1995), en la que ese mundo de contaminaciones y poderes intangibles también llevaban la vida de Julianne Moore hacia el límite de lo posible. Sin embargo, bajo una apariencia más prolija y discursiva, Haynes nos regala una película de horrores y monstruos, mucho más peligrosos y presentables que los que habitan en la oscuridad.