El pozo

Crítica de Carlos Folias - Puesta en escena

El primer largometraje de Rodolfo Carnevale se arriesga doblemente, trata un tema arduo como el autismo y además habla del ser de su hacedor, inmerso en esa experiencia.
por Carlos Folias

En el mes de diciembre del año pasado dimos cuenta de la participación de la ópera prima de Carnevale en el Festival Internacional de cine de Nueva York "The New York Independent Film and Video Festival" y de los premios logrados en varias de las categorías: El Pozo multipremiada, asi como también su exhibición en la 8va. edición de Pantalla Pinamar en el mes de marzo. Ahora llega el momento, 19 de abril, de su estreno comercial.

Si hablar de una diferencia, no la llamaré discapacidad por lo discriminador del término, es muy complejo, hablar de la diferencia y sus síntomas en el seno de la propia familia es una tarea de mucha valentía.

El film de Rodolfo Carnevale realiza un detallado compendio de los avatares que sufre una familia que contiene en su núcleo a un niño autista y a la vez es un auto relato del yo, que en un tiempo imposible de medir en horas o años, modifica la vida cotidiana de todos los que atraviesan los sinsabores que la imposibilidad de comunicación con el ser querido produce, con la consiguiente angustia y necesidad de ayuda, porque siempre esperamos esa palabra que nos aliente a creer, a no bajar los brazos y a pensar que algo podemos hacer.

Desde el punto de vista del desarrollo del tema, la película transita todos los momentos esperables y previsibles para estos casos pero no por ello menos dolorosos y necesarios de ser contados. Las escenas, por momentos marcadamente didácticas, cumplen su función de difusión de esta patología de la personalidad, sus posibles tratamientos y a la vez muestra las instancias por las que atraviesa la familia, como se afectan las relaciones entre sus integrantes, la repercusión en el afuera y los sentimientos y las distintas posturas que frente a la situación adopta cada uno en particular.

Es evidente que como lo inefable es renuente a ser narrado de modo mimético o autobiográfico sin desvíos, el director decide colocar en el rol a una mujer (su hermano es quien padece autismo en la vida real). Pero cuando decimos que la película es un detallado compendio no nos referimos a que el cine de Carnevale sea un manual de cómo representar este drama basado en hechos reales sino que exhibe los pasos que invariablemente arman en su derrotero todos aquellos que lidian día tras día con un hijo diferente y con otro que llega al mundo y no comprende al principio esa imposibilidad de entrar al espacio fraternal y como ese universo puede ser angustiante hasta la asfixia.

Y así como en Un milagro para Lorenzo (Lorenzo's Oil - G. Miller:1992 con S. Sarandon y N. Nolte) la tragedia del que jamás sería como el resto corroe por momentos la armonía familiar, el film de Carnevale transita esas fases y las que devienen en la dolorosa y recapacitada decisión de internar o externar a una Pilar, que no puede salir de su ensimismamiento y de enfrentar la imposibilidad de saber lo que hay dentro de ese círculo cerrado que es su pequeño cosmos.

Desde el punto de vista cinematográfico, el director parece desplegar todos los elementos que tiene a su alcance, en especial una intensa edición, para poder incluir en los 120’ que dura el film todas las secuencias que considera imprescindibles. Algunos elementos, como la excesiva presencia de la música manipulando emociones, podrían haberse dosificado para darle más protagonismo a gran parte de las imágenes que por sí solas resultan contundentes.

Si bien las actuaciones son desparejas y eso se evidencia en algunas secuencias, hay escenas muy bien logradas, principalmente en los roles de Patricia Palmer y Eduardo Blanco, que trasmiten orgánicamente las distintas instancias emocionales sin estridencias ni golpes bajos y en los intensos y por momentos conmovedores trabajos de Ana Fontán y Ezequiel Rodríguez.

Es difícil establecer si el valor artístico se subsume bajo el valor pedagógico de una historia que nos debe interpelar no sólo desde la empatía que sentimos hacia los personajes y su lucha, sino hacia la concientización de una enfermedad que puede aparecer en cualquier sujeto y que considerando que no todas las familias acceden por recursos u otras cuestiones a la información temprana, al diagnóstico certero (muchas veces los padres emprenden derroteros interminables hasta que la palabra autismo se impone) es necesario conocer, indagar y por sobre todo mirar con atención. En el balance, ese binarismo arte/didáctica, se resuelve con acierto por la sensibilidad que necesariamente despiertan los actores de este drama que no debe sernos ajeno.