El furor del financista La excelente labor de Matthew McConaughey es prácticamente la única característica destacable de El Poder de la Ambición, una propuesta que invoca los engranajes del cine de aventuras para luego perderse en su propia inoperancia retórica… Frente a un caso como el de El Poder de la Ambición (Gold, 2016), una película de por sí despareja y con demasiados problemas, llama mucho la atención que nadie del equipo de realización le haya avisado a Matthew McConaughey que su entrega no se condice con la inestabilidad del film y su naturaleza conservadora: dicho de otro modo, a medida que avanzamos en el metraje queda claro que el estadounidense pensó que esta epopeya sería una suerte de “cúspide” de su carrera, algo que se deduce de su extraordinario desempeño actoral. De hecho, el presente opus de Stephen Gaghan, responsable del guión de Traffic (2000) y de haber escrito y dirigido Syriana (2005), nos obliga a desdoblar la apreciación en dos partes, la primera vinculada al trabajo del protagonista excluyente y la segunda al cúmulo de torpezas narrativas en las que termina aprisionada la historia indefectiblemente. Para comprender el despliegue del actor debemos sumariar la trama, la cual se concentra en una exploración minera en pos de oro en las junglas de Indonesia -durante los últimos años de la década del 80 del siglo pasado- encabezada por Kenny Wells (McConaughey) y el geólogo Michael Acosta (Edgar Ramírez). El primero es un pobre tipo que nunca renunció a la tradición/ experiencia de su familia en el rubro y por ello decide financiar la labor del segundo, circunstancia que los hace atravesar un periplo colorido e irregular que abarca las durísimas condiciones de la selva, el eventual hallazgo de oro y la conformación de una burbuja bursátil alrededor del yacimiento. McConaughey, que aumentó de peso para el personaje, construye un Wells siempre al borde de la autodestrucción, mezclando en partes iguales a Jack Nicholson, Hunter S. Thompson y el Leonardo DiCaprio más desenfrenado. Ahora bien, más allá del hecho innegable de que el guión de Patrick Massett y John Zinman se percibe endeble y reiterativo ya que respeta al pie de la letra los pormenores de la fábula del sueño americano y -en el fondo- nos hace preguntarnos acerca de por qué no se le permitió y/ o solicitó al propio director corregir la historia, indudablemente a Gaghan asimismo le cabe la responsabilidad en torno a las deficiencias en el acabado final de la película. Los 121 minutos de metraje resultan excesivos porque el relato recurre de manera cíclica a una edición bastante obtusa que desdibuja las transiciones entre las secuencias vía saltos temporales mal resueltos, un ritmo narrativo errático y una tendencia exasperante a musicalizar cada remate de cada situación con canciones que quedan o redundantes o un tanto fuera de lugar, reforzando la sensación de estar ante una ensalada mal condimentada. Si bien la premisa es interesante y nos reenvía a varias obras maestras de aventuras de John Huston, como por ejemplo El Tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948) y El Hombre que Sería Rey (The Man Who Would Be King, 1975), aquí todo el asunto se va licuando progresivamente a medida que las buenas intenciones de base se transforman en inconvenientes insalvables que -para colmo- en ocasiones llegan a rozar el aburrimiento. Por suerte el film ofrece otro aliciente más que complementa lo hecho por McConaughey en el campo de la visceralidad interpretativa: nos referimos a la presencia de la maravillosa Bryce Dallas Howard en el rol de Kay, la pareja de Wells, algo así como el contrapeso sensato del furor y la arrogancia del protagonista. Con un desarrollo que deja en el tintero muchas posibilidades, El Poder de la Ambición es una oportunidad malograda…
Una película correcta pero irregular y sin suficiente fuerza. El film tiene un interesante arranque, pero el desarrollo no ofrece un buen timing logrando más aburrir que atrapar. Recién en el tramo final, cuando....
Película inspiracional, el escándalo del oro detrás de Kenny Wells, esconde una moraleja sobre la búsqueda de objetivos y el sueño americano. Por momentos logra entusiasmar al espectador con su estilizada propuesta musical y visual, y por otros se hunde en su propio laberinto de ambición. Matthew McConaughey es un intérprete que sigue pensando que en el cambio físico está la clave para lograr la empatía con su personaje, pero no, acá repite fórmulas y se excede en la composición de Wells. Así y todo, superado este principal obstáculo, la película se lleva narrativamente bien, con una línea argumental simple y clásica, correcta y sin vuelo, que apunta, principalmente a la memoria de otras propuestas similares.
1981. La empresa Washoe, una empresa que se dedica a la exploración de minerales, está en problemas. Kenny Wells es el hijo y heredero del dueño. Queda con el legado de continuar con la empresa. 7 años después esta en bancarrota, pero tiene un sueño, si bien es un fracasado hombre de negocios, cree que encontrando a un famoso geólogo y convenciéndolo de conseguir financiación para explotar una zona selvática de Indonesia, van a encontrar oro. Y es una más de las películas en las que los socios se hacen ricos encontrando el preciado metal, cotizan en bolsa y son súper reconocidos por la sociedad. Está basada en una historia real del escándalo minero de Bre-X de 1993, cuando se descubrió un deposito enorme de oro en la jungla de Indonesia y años después se supo que las muestran habían sido falsificadas. Matthew Mc Conaughey interpreta a Kenny Wells y Edgar Ramírez interpreta a Michael Acosta, el geólogo que emprende esta travesía junto a Kenny. A pesar de la excelente actuación de Mc Conaughey, que a mi entender, salva la historia y junto a su compañero Ramírez, se llevan todo el peso de la historia, aunque la historia llega un momento que comienza a languidecer y el final que le encontraron no llega a sorprender en lo absoluto. Una muestra del ¨Sueño Americano¨, de los chicos (y no tanto) que se vuelven ricos, de una inflada información que una vez descubierto el engaño, queda como una anécdota financiera más. Con buena fotografía, fue nominada a los Globos de Oro por la canción original ¨Gold, el torrente dorado¨, y es un film pasatista más de los tantos que nos vienen enviando desde el norte a nuestras salas.
El poder de la ambición, de Stephen Gaghan Por Marcela Barbaro Si vendés tu sueño que queda después? se pregunta Kenny Wells (versátil e histriónico Matthew McConaughey) el gran protagonista de Gold, la nueva película del director y guionista Stephen Gaghan conocido entre otras por Syriana y Traffic (por la que ganó un Oscar al Mejor Guión Adaptado). Basada en un caso real, El poder de la ambición, su título local, narra la historia de Kenny Wells, heredero de una compañía minera en Nevada, que perteneció a su abuelo y siguió su padre. La película comienza en los años ochenta donde el negocio prosperaba y el legado familiar pasaría a manos de Kenny. Siete años más tarde, la empresa se encuentra al borde la quiebra y el protagonista, con un deterioro físico importante, no consigue inversores. Su mujer Kay (Bryce Dallas Howard), una humilde sureña que lo acompaña en la salud y en la adversidad, no logra desviarlo de ese negocio. El tipo insiste y sueña con encontrar un yacimiento de oro en Indonesia. Se juega lo poco que tiene y viaja hasta Borneo donde se contacta con un geólogo que conoce, Michael Acosta (Edgar Ramírez, el actor venezolano de moda). Luego de convencerlo para sumarlo al proyecto, va en busca de los financistas. A partir de allí, la fiebre del oro y las especulaciones financieras de las corporaciones harán el resto. Cercano al personaje de Fred Dobbs (inolvidable por Humphrey Bogart) en El tesoro de la Sierra madre de John Huston, quien va en busca de oro para salir de la miseria; Kenny Wells hará lo propio, pero de manera desmesurada. Toma y fuma en exceso, superará un cuadro de malaria que mataría a cualquier otro, es inquieto, verborrágico, desalineado y no hay obstáculo que lo haga retroceder frente a su objetivo. El alto costo que implicará posicionarse en la industria minera, nuevamente, será su horizonte. Cuando McConaughey (ganador del Oscar por El club de los desahuciados) leyó por primera vez el guión del film, supo inmediatamente que tenía que aceptar el trabajo. “No se trata de un hombre que persigue de manera determinada el sueño americano. Se trata de un hombre que se busca la vida, que trampea, que engaña a la gente que lo rodea. Se trata de alguien que intenta sobrevivir cada día y lo consigue, consigue sus objetivos. Cuando leí su historia pensé que debía interpretar este papel, que sólo yo podía realmente hacerlo”, explicó el actor quien subió 23 kilos para transformarse físicamente. Entre la aventura, el drama y el thriller, Gaghan sostiene un relato que maneja varios tonos a la vez y momentos muy disímiles que van desde un clima de euforia exitista hasta la ruina personal y la decadencia. Junto a los protagonistas, el elenco cuenta con importantes actores secundarios Stacy Keach, Bruce Greenwood, Bill Camp y Corey Stoll que matizan la permanencia del afeado McConaughey en casi todas las escenas. Como el mito del ave fénix, en Gold se retoma la idea del “resurgir” una y otra vez a partir de mantener un idealismo casi romántico, a través del cual un hombre deja todo por un sueño (americano) que lo mantiene vivo y del cual no puede desprenderse. A partir de ésta historia verídica, que marcó un antes y después en la industria minera, la película también habla de la amistad, las traiciones, el amor, la perseverancia y la competencia despiadada del mundo empresarial en una sociedad capitalista. Todo eso acompañado de una buena banda sonora y un ingenioso desenlace. EL PODER DE LA AMBICIÓN Gold. Estados Unidos, 2016. Director: Stephen Gaghan. Guión: Patrick Massett, John Zinman. Intérpretes: Matthew McConaughey, Edgar Ramirez, Bryce Dallas Howard, Corey Stoll, Toby Kebbell, Rachael Taylor, Bruce Greenwood, Stacy Keach, Bill Camp, Joshua Harto, Steve Larese, Catherine Haun, John Pirkis, Shad Adair, Jamie H. Jung. Música: Daniel Pemberton. Fotografía: Robert Elswit. Edición: Douglas Crise y Rick Grayson. Duración: 121 minutos.
Películas temáticas, que subgénero difícil. Todos conocemos muchas películas que abordan exclusivamente un tema, tratando a la audiencia como si el tópico interesara a todo el mundo. Las hay en todas sus variantes: De economía, política, etc. Esta semana llega a la cartelera “Gold”, un film que trata sobre la minería, la búsqueda de minerales y lo que hay detrás de una excavación. Si leíste esos párrafos y no estás convencido, ya sabés que la película muy improbablemente te cause alguna emoción u intriga y eso es lo que a mí me terminó pasando. El gran problema de “Gold” es que es una película gris: sin emociones, sin una trama que atrapa, y que si no fuera por Matthew McConaughey y Edgar Ramírez sería algo directo a DVD. Su director Stephen Gaghan ya había trabajado otro tópico difícil como el del petróleo en “Syriana” (2005), y el resultado fue un film que pocos recuerdan. No me malinterpreten, tiene cosas a favor. La fotografía y dirección por momentos son muy buenos y ayudan un poco a la nota final. Lo mismo pasa con la música que acompaña muy bien por momentos. Los actores están correctos, Matthew McConaughey es el que por supuesto más se destaca al personificar a un Kenny Wells muy abultado por el paso del tiempo, con esa pelada y panza. El trabajo de McConaughey es muy bueno por lo que hace con sus expresiones y la voz, ronca por momentos, para darle una identidad. “Gold” podría ser una película pasatista si no fuera porque es muy aburrida. En sus dos horas de duración y, a pesar de estar basada en una historia real, no pasa nada y cuando ocurre las situaciones pasan a un segundo plano por lo poco conectados que estamos a la historia real. Nunca te llegás a preocupar por el destino de los personajes tampoco, porque nunca lograron atraerte. No hay mucho más para decir, si te gustan los films con tópicos atípicos podrías darle una oportunidad, pero cualquier otro tipo de público debería avanzar con cuidado. Puntaje: 2/5
El actor de Dallas Buyers Club, Magic Mike, Killer Joe, Mud, Interestelar y la serie True Detective es lo mejor de este largometraje que combina cine de aventuras con thriller de corporaciones con resultados dispares. Inspirado en hechos reales, este film del realizador de Sin rastro y Syriana contó también con un elenco integrado por reconocidos intérpretes como Bryce Dallas Howard, Corey Stoll, Bruce Greenwood, Stacy Keach y Bill Camp en distintos personajes secundarios. Basado en un caso real, este nuevo film del director de Sin rastro y Syriana (y también multipremiado guionista de Traffic) es una épica sobre la fiebre del oro, pero en la década de 1980 y con poderosas corporaciones metidas en el medio. La película comienza en 1981 con Kenny Wells (Matthew McConaughey) trabajando en la compañía minera de su padre en Reno, Nevada. Tras ese prólogo, la acción salta siete años y nuestro antihéore y la empresa familiar se encuentran al borde de la quiebra. No consigue inversores para ninguno de sus emprendimientos y su mujer Kay (Bryce Dallas Howard) le insiste para que acepte una oferta de trabajo como empleado común. Desesperado, arrinconado contra las cuerdas, Kenny tiene un sueño ligada a un posible yacimiento de oro en Indonesia. Tras esa revelación, viaja a Borneo en septiembre de 1987 para contactar a Michael Acosta (Edgar Ramírez), quien alguna vez le había contado de ese proyecto que luego abandonó. El protagonista intenta convencerlo y conseguir el financiamiento necesario. El poder de la ambición es, en sus mejores momentos, una epopeya herzogiana (con algo también de El tesoro de la Sierra Madre y La reina africana, de John Huston) sobre dos delirantes persiguiendo un sueño (Kenny incluso sufre de malaria en la selva) y, en otros, la crónica de una estafa multimillonaria de la que es mejor no adelantar nada. El film pendula entre el género de aventuras y el thriller empresarial con negociaciones y confabulaciones a gran escala sin profundizar demasiado en ninguna de las dos vertientes. De todas maneras, frente a ciertas indecisiones formales, narrativas y dramáticas de Gaghan (el film parece cambiar todo el tiempo de tono) aparece otro notable trabajo de McConaughey (aquí afeado con su pelada y su prominente panza) para sostener el film hasta el desenlace final. Un gran actor para una película hecha con oficio (es muy buena, por ejemplo, la fotografía de Robert Elswit, responsable de Petróleo sangriento), pero también con mucho de fórmula en su exploración y reformulación del eterno mito del sueño (norte)americano.
Es un tema que ama la industria norteamericana, el sueño americano encarnado por un hombre que empieza desde abajo y que tiene sucesivos golpes de fortuna que lo llevan al cielo y el infierno del poderío del dinero. Como ocurrió en “El lobo de Wall Street” o la historia del imperio McDonald. En este caso con guión y dirección de Steven Gagham (el mismo de “Syriana”) cuenta la historia real de un empresario de minería, que sigue la tradición familiar y que al borde de la quiebra viaja a encontrarse con un geólogo famoso, caído en desgracia con el plan descabellado de descubrir una mina de oro en el corazón de la selva Indonesia. De sus penurias, logros, éxitos, derroches y engaños, una enorme estafa, y una vuelta de tuerca se nutre esta entretenida película que se parece a una de aventuras mezclada con negocios. Capítulo aparte merece la actuación de Mathew Mccnaughey, intensa, desbordada acompañada por una transformación física. Aumentó 23 kilos y se transformó en un pelado. Como ocurrió con su labor en “El club de los desahuciados” y la delgadez extrema que lució. Estas transformaciones acompañadas de una buena actuación sensibilizan a los votantes del Oscar. Lo acompaña muy bien Edgard Ramírez y un gran elenco. En suma un film con muchos elementos atractivos, de acción vertiginosa en un mundo de trampas y crueldad despiadada.
La regla de oro Tras doce años de letargo, el director Stephen Gaghan regresa al largometraje con El Poder de la Ambición (Gold, 2016), en el cual Matthew McConaughey vuelve ponerle el cuerpo a un personaje de la vida real. Se trata de Kenny Wells, un legítimo buscador de oro norteamericano de la década del ‘80 que pierde todo para volver a ganarlo, y luego perderlo nuevamente. El relato nos lleva al año 1988, en el cual un ambicioso Wells empeña lo que no tiene para asociarse con Michael Acosta (Edgar Ramírez), un geólogo poco ortodoxo que lo ayuda a buscar oro en Singapur, desafiando todos los pronósticos de los expertos en el tema. Por supuesto, los problemas suceden cuando la suerte les sonríe y se vuelven una fuerza financiera que camina con pie firme por Wall Street ante la mirada controladora de los peces gordos. Como suele suceder con esta clase de biopics, donde el dinero y el poder determinan el curso de la historia, y asistimos durante 120 minutos a los diversos resurgimientos y caídas de un personaje carismático que jamás abandona el centro del relato. El guión no pierde tiempo en desarrollar a los personajes periféricos; todo se centra en un Kenny Wells, interpretado por McCounaghey con su histrionismo habitual. Los individuos impulsados por su propio espíritu a lograr lo imposible mediante su carácter inquebrantable parecen caerle como anillo al dedo. La estructura narrativa permite que incluso quien desconozca los detalles de la vida del verdadero Kenny Wells pueda apreciar el film sin temor a perderse dentro del marco histórico-temporal del relato. De hecho, las referencias a la época en cuestión son apenas las necesarias para acomodar todo en su lugar. El peso de la historia y su propio atractivo están por encima de una necesidad de recreación exhaustiva. Tal vez el único punto flojo se haga evidente en el tercer acto, donde nos quedamos con ganas de saber un poquito más del devenir de Kenny Wells. El ritmo se acelera y no tiene la misma paciencia para narrar los sucesos como lo hace durante la primera mitad. Con buenas actuaciones de McCounaghey, Ramírez y Bryce Dallas Howard, El Poder de la Ambición es un film que genera el suficiente interés en torno a una personalidad sumamente colorida del mundo de los buscas, ya sea proveniente de la bolsa de valores, la barra del bar o un sitio de excavación en el sudeste asiático.
El poder de una gloriosa interpretación y un mensaje ambivalente. Film basado en hechos reales que cuenta la historia de Kenny Wells (impresionante trabajo de Matthew McConaughey que se pone literalmente la película al hombro) un buscador de oro que emprende travesía por Indonesia donde conoce al geólogo Michael Acosta (solido papel interpretado por Édgar Ramírez actor que viene haciendo un carrerón y que vimos últimamente en Mano de piedra, Point Break y La chica del tren) formando una sociedad al ver que juntos el sueño se podía hacer realidad. Gran largometraje que atrapa desde el principio hasta el insólito final. Un poco más de dos horas de duración donde por momentos decae un poco la trama, pero -fundamentalmente- por el elenco, la maravillosa fotografía y un amplio despliegue de producción, logran volver atrapar. Gold es para ver en pantalla grande y disfrutar de un largometraje con lograda estructura, donde el guión nos ofrece un mensaje con lecturas diferentes.
El poder de la ambición: sueños de riqueza y conquista Con dirección de Stephen Gaghan (Syriana), El poder de la ambición sufre de un síndrome extraño: cree en su poder de seducción desde el principio pero su sustento se construye, de a poco y trabajosamente, en el tiempo. Así, asistimos a un relato al que le cuesta armarse, porque remite sin novedades ni recursos distintivos a otros grandes relatos americanos sobre la ambición, el afán imparable del conquistador de riquezas y hasta la temeridad en la selva. Un poco de El lobo de Wall Street, otro de Apocalypse Now, otro de Tucker, algo de la estética de Boogie Nights, pero sin el nervio narrativo de esas películas. La actuación de Matthew McConaughey sufre un problema similar: demasiado esforzado en engordar, en su acento, en tener mal el pelo, el actor convence a medida que nos acostumbramos a creerle (cuando era menos premiado solía ser más inmediatamente fresco y atractivo) como descendiente empobrecido de una familia de empresarios mineros que quiere levantarse con un gran hallazgo, que logra en conexión casi mística con un geólogo en Indonesia. Película sobre ascensos y caídas, también sobre la creciente fotogenia de Bryce Dallas Howard y sobre el entramado político financiero de esa red social que sostiene a emprendedores y pillos hasta mezclarlos y confundirlos, cuando logra armarse narrativamente con mayor futuro termina, mientras suena otra de las buenas canciones de la banda sonora.
No todo lo que brilla es oro Matthew McConaughey hace de un empresario minero que se interna en la jungla de Indonesia en busca de oro. En su eterna huida del mote de galán, Matthew McConaughey es uno de esos actores a los que les encanta cambiar por completo su aspecto físico. Lo hizo en True Detective, en Dallas Buyers Club, y aquí lo tenemos irreconocible otra vez, semi calvo y panzón, para darle credibilidad a Kenny Wells, heredero de una empresa minera que apuesta sus últimos billetes a la búsqueda de oro en Indonesia. Junto a un reputado geólogo, se interna en la jungla de Borneo y, contra todos los pronósticos, hace realidad esa quimera. Pero… El guión está basado en el escándalo de la empresa canadiense Bre-X en los años ’90, considerado uno de los mayores fraudes en la historia de la minería. Este es uno de esos fascinantes cuentos de ascenso y caída, que se tornan aun más atractivos cuando tienen raíces en un hecho real e involucran un hecho delictivo. Stephen Gaghan, que vuelve a dirigir once años después de su anterior película (Syriana), lo presenta sin demasiada originalidad: con una voz en off que, desde un presente decadente, vuelve a un pasado deslumbrante. Una fórmula tan remanida como eficaz que, en el apogeo del relato, siempre incluye un videoclip con la febril actividad del protagonista al ritmo de una banda sonora que suele ser, como en este caso, potente (Pixies, Joy Division, Talking Heads, Iggy Pop). Estos clichés narrativos le restan algo de potencia a la historia, pero de todos modos El poder de la ambición (pésimo título local para el más directo Gold -oro- original) tiene varios focos de interés. Por un lado, el personaje de McConaughey, un alcohólico idealista, menos interesado en el dinero que en la épica del descubrimiento, capaz de arriesgar su vida en su intento de acuñar la gloria del self made man. Por otro, su misterioso socio, Michael Acosta (a cargo del venezolano Edgar Ramírez) y el extraño vínculo que establece con Wells. Y el éxotico escenario de sus aventuras: la Indonesia gobernada por el dictador Suharto, que se destaca aun más en contraste con Wall Street y Nevada. Son ingredientes que le ponen condimento a esta suerte de frenético viaje por una montaña rusa, donde nunca podemos estar completamente seguros de lo que va a pasar a continuación.
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El poder de la ambición: El último refugio del fracaso. La historia es una exégesis algo rebuscada del sempiterno “sueño americano” con una contundente interpretación del actor Matthew McConaughey pero con un guión bastante irregular que no termina de cuajar la interesante amalgama de tópicos. El guión es de Patrick Massett y John Zinman, ambos conocidos escritores de televisión, sobre la historia del escándalo minero de la compañía Bre-X Minerals Ltd. A mediados de los noventas. Es una interesante aproximación a la ya tradicional historia de superación y llegada al tan mentado sueño americano. Y aunque la historia se presta para un vertiginoso thriller Bolsa & Negocios al estilo Wall Street (1987) y de aventuras con esas dosis de búsqueda de tesoros, no termina de cuajar la fórmula. Kenny Wells, un solvente Matthew McConaughey, que logra crear un posible antihéroe con un impresionante carisma interpretativo, es un fracasado hombre de negocios reconvertido en un moderno explorador, desesperado por tener un golpe de suerte. En un último esfuerzo, Wells se asocia con un geólogo, Michael Acosta, que interpreta un soso y poco inspirado Edgar Ramírez, con la misma poca fortuna, para ejecutar un plan tan descabellado como grandioso: encontrar oro en las profundidades de la inexplorada jungla de Indonesia. “La ambición es el último refugio del fracaso“, escribió hace mucho Oscar Wilde y aquí parecen caber tanto en el personaje como el director de la película. Porque es la magnitud de las intenciones del film lo que parece a veces desestabilizar el ritmo del mismo, como si el director, Stephen Gaghan (Syriana – 2005) no terminara de inspirarse en el relato y cayera a menudo en lo ya probado y aprobado para llevarlo adelante. Hasta el personaje de Bryce Dallas Howard, el elemento romántico y porque no racional de la película, parece un bosquejo de la heroína en este tipo de relatos, si nos acordamos de Margot Robbie en The Wolf of Wall Street (2013). La joven obnubilada con la fortuna pero que en algún momento comprende el tremendo pago que se hace para alcanzarlo. Una pena porque al ser poco inspirado cae en tantos lugares comunes que se convierte en algo predecible y olvidable. Aun así la historia en sí misma, tiene los elementos para mantener al espectador interesado en el desarrollo de la trama, con esos giros argumentales que no permiten que cierto tedio que abunda se convierta en abierto aburrimiento. Recordando otros filmes de parecida temática como Hambre de Poder (The Founder – 2016) no dejamos de preguntarnos qué es lo que se está interpretando hoy por hoy como sueño americano.
Otra enorme actuación de Matthew McConaughey La película dirigida por Stephen Gaghan está basada en un escándalo de la vida real que involucró a compañías mineras canadienses, que afirmaban tener un gran yacimiento de oro en Indonesia Kenny Wells (Matthew McConaughey) es un hombre de negocios que está desesperado por tener un golpe de suerte. Por eso decide asociarse con Michael Acosta (Edgar Ramirez), un geólogo con la misma poca fortuna. Juntos se proponen ejecutar un plan grandioso: encontrar oro en la inexplorada selva de Indonesia. El director de Syriana, se vale de la pericia del actor principal (con transformación física incluida, como corresponde) para contar una típica historia de estafas, corrupción y "sueños americanos" utópicos. McConaughey logra transmitir repulsión, simpatía y lástima, en una labor de interpretación convincente, siempre al borde de lo teatral. La puesta es grandilocuente, la profundidad de los decorados selváticos naturales resultan hipnóticos y juegan un papel protagónico, apoyados en una estética general y una dirección de fotografía que tienen cierto toque sórdido, similar a las películas épicas de Werner Herzog (de hecho por momentos, el filme parece homenajear a gemas como Fitzcarraldo). Aunque el montaje, vertiginoso y al ritmo de una banda de sonido estridente parece sugerir cierta inspiración en el cine de Scorsese. Si bien por momentos peca de discursiva, la cinta es entretenida y muy interesante, una metáfora justa de que "no todo lo que reluce es oro".
Un par de aventureros inescrupulosos descubren una importante mina de oro en Indonesia, pero por supuesto que la película va más allá de la aventura. Al realizador Gaghan le importan más los avatares del capitalismo que el drama o la comedia del hombre en peligro, más el periodismo que la literatura, y eso vuelve insatisfactorio a un cast, en otras manos, perfecto. La pregunta “dónde está y qué es hoy la aventura”, gran tema posible, pasa inadvertida por Mr. Gaghan.
Kenny Wells (Matthew McConaughey) quiere hacer dinero. Pero los años pasan, los kilos llegan, y los negocios no le sonríen. Así que un buen día decide hacer realidad un sueño y se toma un avión a Borneo, donde un viejo amigo le habló alguna vez de los yacimientos de oro. Entre el delirio, la fiebre de la selva y la más terrenal de las ambiciones, negociaciones y tramoyas para ganar plata, la película tiene por momentos un aire a La Gran Estafa Americana, de David.O.Russell, aunque nunca termina de decidirse, o de ahondar, en el "género estafadores". Esa especie de tono pendular -el film arranca con un largo y bastante aburrido preámbulo de Kenny como hombre de negocios medio pelo- termina por cargar innecesariamente a su narrativa, que se vuelve, aún frente al espectáculo de ese actor tan magnético, tan interesante que es McConaughey, tediosa y pesada.
Como “Wall Street”, pero con toques de Indiana Jones En la era de películas sobre estafadores carismáticos del mundo de los negocios, como el Leonardo Di Caprio de "El lobo de Wall Street", esta película cuenta una variante que tuvo lugar también en la década de 1980, pero en torno al que habría sido el mayor descubrimiento de oro de la historia moderna. Algo que distingue a esta "El poder de la ambición" es que también tiene su costado de película de aventuras con algo de Indiana Jones. Es que en un momento clave del film, el rasposo hombre de negocios que interpreta Matthew McConaughey se asocia con el geólogo Edgar Ramírez, quien sostiene una extraña teoría de dónde están los yacimientos aún no encontrados de oro, y juntos parten hacia la selva virgen de Indonesia a cavar al estilo de los viejos pioneros. Tal como sucedió en la historia verídica, el yacimiento encontrado en Indonesia pronto es la gran noticia internacional, y de golpe los socios son millonarios y aparecen en las tapas de las revistas, pero también tanto éxito atrae a la mafia y los monopolios del oro que hasta promueven golpes de estado para cambiar de manos las minas. Esta parte de "Gold" tiene un endiablado ritmo mezcla de thriller y comedia negra que la vuelve especialmente recomendable, más allá de que las excelentes actuaciones del dúo protagónico son las que sostienen a esta sólida película.
Sobre la supervivencia del más apto. Si se pudiera imaginar algo parecido a una cruza entre El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese, y la saga Indiana Jones creada por Steven Spielberg, el improbable fruto de ese injerto podría ser El poder de la ambición. Aunque su vínculo genealógico tiene que ver sobre todo con aquello de la supervivencia del más apto en el seno del ecosistema financiero del capitalismo más salvaje. Sin embargo, el film dirigido por Stephen Gaghan –ganador del Oscar al Mejor Guión Adaptado en 2000 por Traffic de Steven Soderbergh– y sobre todo su protagonista, el empresario minero Kenny Wells, interpretado con ligero exceso por Matthew McConaughey, también tienen muchos puntos de contacto con aquellos buscadores de oro que de algún modo son los fundadores de la gran expansión territorial estadounidense del último tercio del siglo XIX. Basada en la historia real del heredero de una empresa minera familiar en crisis, pero fundada justamente por aquellos pioneros que atravesaban desiertos en busca del sueño de la riqueza, El poder de la ambición se mueve muy bien en ambos territorios. Su mayor potencia radica precisamente en la forma equilibrada en que va entrecruzando ambos mundos: el del buscador de tesoros que, a su modo pero como tantos aventureros antes que él, va detrás del mito de El Dorado, con el del empresario que luego de alcanzar la cima del mundo financiero debe lidiar con los grandes depredadores, para quienes apenas representa un mapache. Casi quebrado pero dispuesto a apostar todo por ese destino familiar que abraza con pasión, Wells financia la explotación de un área virgen de la selva de Indonesia, depositando su confianza en un joven geólogo que a partir de la teoría, pero sin pruebas empíricas, afirma que ahí se oculta la reserva de oro más importante del mundo moderno. Haciendo equilibrio sobre el filo del fracaso y poniendo el cuerpo como si se tratara de un personaje sacado de los cuentos de buscadores de oro de Jack London, Wells verá como al fin la veta dará sus frutos de un modo casi mágico, justo después de que él se recupere de forma igualmente milagrosa de un brote de malaria. A partir de ahí recibirá el apoyo de desconocidos, pero también de amigos que habían dejado de atenderlo; rechazará ofertas millonarias; será operado políticamente y responderá estimulando los mismos resortes. Resurgirá y caerá, una y otra vez, hasta una coda final que no será como la de Cenicienta. O tal vez sí. El poder de la ambición es otro retrato del alma financiera de los Estados Unidos, pero que en lugar de hablar de negocios fantasmas como el film de Scorsese o La gran apuesta, de Adam McKay, pone en su centro al objeto histórico del poder económico: el oro. Ese, Oro (Gold), a secas, es el título original de la película y su búsqueda física, el sustrato real que les da al protagonista y al personaje del geólogo interpretado por el venezolano Edgar Ramírez un aura más humana, más frágil, concediéndoles el beneficio de la esperanza a través de un final no del todo amargo.
No todo lo que brilla es oro En lo más profundo de la selva de Indonesia se esconde un preciado tesoro. Así lo cuentan las noticias y hasta el mismísimo realizador, Stephen Gaghan, quien a sus 52 años retoma la temática de los negocios petrolíferos y minerías que en 2005 lo llevó a la fama cuando dirigió Syriana (2006), por la que George Clooney ganó el Oscar a Mejor Actor de Reparto. Con el mismo espíritu encara El Poder de la Ambición (Gold, 2016). En esta ocasión, Gaghan pone en escena a Matthew McConaughey en la piel del un hombre de negocios que supo soñar con enriquecerse vendiendo humo, literalmente. La génesis del proyecto se basa en un hecho real de 1980, cuando una compañía minera canadiense garantizó la existencia de un yacimiento de oro en Indonesia y resultó una gran estafa. Sin más preámbulos, Gaghan le encarga el guión a Patrick Masset y John Zidman, quienes en 2001 trabajaron juntos en la escritura de Lara Croft: Tomb Raider y lo convirtieron en un clásico; aquí nuevamente avanzan sobre una nueva aventura, pero, lejos del universo fantástico, encausan la vorágine real y cuestionan la credibilidad y sustentabilidad de los negocios que cotizan en la Bolsa de Wall Street. Con esta premisa presentan el alocado sueño de un ex hombre de negocios, Kenny Wells (McConaughey), cuya reputación pende de un hilo e intenta salir de la pobreza convocando a un geólogo cortado por la misma tijera y con su misma ambición, Michael Acosta (Edgar Ramírez), y lo convence de apostar lo que no tienen, mediante el financiamiento de poderosos empresarios, para viajar a Indonesia (más precisamente, a Kasana) y develar si la mina de oro con que Wells soñó varias oportunidades existe o no. La risueña dupla por momentos recuerda a Owen Wilson y Vince Vaughn en Aprendices fuera de Línea (The Intership, 2013), ya que también deciden ir tras su sueño sin cuestionar si es un divague, o una simple señal del destino. Es evidente que proponen desterrar el mito de la brillante performance de los empresarios y las multinacionales que invierten enormes cantidades de dinero para evidenciar el mero arte competitivo que existe entre ellos, y en pos de ganar la partida y apremiados por el reloj, a veces, descuidan su rol de chequear previamente fuentes y confiar pre-invertir. Aquí se enfatiza en resaltar esta inoperancia y resetear esta cuestión de lógica ilógica que pone en jaque al “team” que permite el funcionamiento de la Bolsa que -cual ruleta rusa- juega constantemente con los empresarios y abre el juego a la eterna pregunta retórica: ¿Quién estafa a quién? Así avanza esta gran estafa que logra entretener al público en una aventura todoterreno donde todos sus elementos encajan a la perfección: Desde la dupla McConaughey-Ramírez que se luce al borde del delirio con su elocuente plan plagado de corrupción, juegos de seducción y “sueños americanos” utópicos, al ritmo de una banda sonora -al estilo del cine de Scorsese- que marca el pulso de las escenas, hasta la impecable impronta de sus cuadros selváticos que cautivan al espectador con sus montajes perfectos. En esta materia, es interesante la escena donde un empresario desafía -y acorrala, literalmente- a Wells cuando, previo a cerrar negocio, le propone que el destino elija. ¿Cómo? Entrando a una jaula donde hay un tigre hambriento, enfrentarlo, y si Wells gana, cierran el trato. Elocuente idea para un hombre de negocios que, al parecer echa la suerte al azar ¿Será Wells capaz de poner en riesgo su vida? ¿Ganará “El hambre o las ganas de comer”?. A grandes rasgos, el film de Stephen Gaghan denota su edad, trayectoria y objetivo. Si bien pudo ahondar en los fallidos de la candente Bolsa de Wall Street, esta vez optó por hacer una historia atrapante apta para todo público y digna de ver en los tiempos que corren para abstraerse un rato de la realidad y zambullirse en el mero entretenimiento, sin exigir demasiado a las neuronas.
Basada en hechos reales, mezcla el thriller y la aventura, del director de “Syriana” y del guionista de “Traffic”. Cuenta con la gran interpretación de Matthew McConaughey y una transformación física increíble, se luce, para otorgarle un premio. Además vemos las correctas interpretaciones de Edgar Ramírez ("Joy: el nombre del éxito") y Bryce Dallas Howard (“Historias cruzadas”), aunque su guión no les da la posibilidad de lucirse y desaprovechados: Corey Stoll ("Non-Stop: Sin escalas") y Stacy Keach (“Nebraska”). Su trama resulta interesante y entretenida, aunque por momentos no es muy sólido porque va cayendo, está un poco eso del sueño americano, con algunos mensajes y metáforas, la fotografía de Robert Elswit, "Petróleo sangriento", un buen montaje y acompaña muy bien la banda sonora. En ciertas situaciones resulta similar a las películas de Martin Scorsese.
Las historias de aquellos que buscan oro datan ya de los westerns que abarcaban el periodo histórico conocido como “la fiebre del oro”. El Poder de la Ambición, si bien basada en una historia real, cambia el escenario y lo trae a tiempos modernos (o tan modernos como los años ´80 lo permiten), ilustrando que la ambición no solo es universal, sino que trasciende todas las épocas. Cuán lograda es esta transición, eso ya es harina de otro costal. ¿Quien tiene el oro hace las reglas?: Kenny Wells maneja una compañía exploradora que está al borde de la quiebra. A raíz de un sueño que tuvo, decide ir a buscar oro en una zona inexplorada de Indonesia con la ayuda del consagrado geólogo Mike Acosta. Obtener los medios y realizar la búsqueda probará ser algo difícil, sin saber lo que les espera si consigue lo que busca. El Poder de la Ambición es un guión que sigue al pie de la letra “El Camino del Hedonista”, historias encabezadas por un personaje tan motivado como carismático, aunque no pocas veces su accionar sea cuestionable, cuando no ingenuo. Las consecuencias que enfrenta por sus actitudes impulsivas son la carne del relato, uno donde la narración es el punto más fuerte. Por otro lado, aunque tiene un conflicto sostenido y un tema claro, los picos y mesetas de su narración son demasiado pronunciados, muy a los extremos, y no pocas veces vas a estar bajo la influencia de que estás viendo el final de la película. Esto no es necesariamente malo, si bien tampoco es bueno: al meter al espectador en la montaña rusa que más de una película quiere para sí, el precio que paga es el de ponerlo en la posición de estar viendo muchas películas en una, haciendo que el metraje de dos horas parezca excesivo. McConaughey a la cabeza: En materia técnica, la película tiene una fotografía y un montaje decentes. Establece claras (aunque básicas) diferencias de estilo. Todo lo que transcurre en la urbe está filmado de manera más tradicional, mientras que la selva de Indonesia tiene un tratamiento más cercano al documental. En cuanto a lo actoral, Matthew McConaughey se lleva toda la película al hombro y se nota que el papel tiene una importancia enorme para el actor, ya que experimenta una de esas transformaciones físicas que -curiosamente- suelen coincidir con sus mejores trabajos. Pero no se queda solo en eso. El actor consigue comunicarnos con claridad y profundidad emocional cada una de las expresiones que componen su derrotero. Su partenaire, Edgar Ramírez, no desentona dando vida a un geólogo que es el sobrio ying del iracundo yang que es el personaje de McConaughey. En un lejano tercer lugar tenemos la breve (aunque suficientemente lograda) labor de Bryce Dallas Howard como la esposa del protagonista. Conclusión: El Poder de la Ambición es una de esas películas donde se puede disfrutar el camino tan cuestionable como desesperado de un hombre por conseguir el éxito. El carisma interpretativo es lo que sostiene un guión adecuado y con un personaje atractivo. No obstante, las intensas subidas y bajadas de la historia, aunque ayudan al interés del espectador, pueden ser el arma de doble filo que contribuya a su percepción como densa.
Kenny Wells es un hombre de negocios desesperado por tener un golpe de suerte. Ya casi en la banca rota, decide asociarse con un geólogo para explotar una zona virgen de Indonesia en la búsqueda de oro. De golpe la fortuna de Wells da un giro y se convierte en un millonario ambicioso que no duda en traicionar o asociarse con quien sea con tal de aumentar su riqueza. Pero todo tiene su precio. Hoy nos toca hablar del caso real de Kenny Wells, en El Poder de la Ambición (Gold en su nombre original), film que retrata uno de los casos más sonados en el mundo de la búsqueda del oro, y que trata de retratarnos de forma “creíble” lo sucedido en la realidad. Ni bien empieza El Poder de la Ambición, podemos notar un paralelismo con El Lobo de Wall Street. En ambas tenemos un protagonista ambicioso, que apuesta sus últimas cartas a un negocio que si sale mal lo perderá todo. Así como también vemos su ascenso y posterior caída debido a que una vez en la cúspide de la ola, estas personas no supieron cómo manejarse, ni cuándo decir basta y retirarse como ganadores, o creyéndose por sobre la ley. Pero así como se parecen en temática, El Poder de la Ambición dista bastante ya que le falta el grado de comicidad que manejaba el film de Martin Scorsese; y por sobretodo, falta el propio Scorsese detrás de cámara. Con esto no decimos que el trabajo del director Stephen Gaghan sea malo, pero si miramos su escaso curriculum como director, nos damos cuenta que sus mejores trabajos son como guionista y no como realizador. Si esta película logra destacar un poco por sobre la media, es por la actuación de Matthew McConaughey, quien pese a estar bien secundado por Edgar Ramírez y Bryce Dallas Howard; es quien carga con todo el peso de la película, saliendo prácticamente en cada escena y volviendo a cambiar su físico (esta vez engordando y usando la prótesis de un ridículo diente). Está claro que el actor del apellido complicado de escribir ya a esta altura puede interpretar casi cualquier rol sostener con su presencia un film; pero con eso solo no basta para sacar adelante un buena producción. El Poder de la Ambición está lejos de ser una mala película, pero teniendo en cuenta que relata un hecho real, y más aún viendo que es sobre el mundo de la minería y la obtención de oro, como producto final termina teniendo gusto a poco. El guión cumple y ya, pero la falta de desfachatez, humor ácido o una verdadera crítica social a ese ambiente, hace que nos quede una cinta correcta; cuando había potencial para hacer algo bastante mejor y que pueda competir en los cines contra los tanques hollywoodenses.
Malabares con adoquines El precio de la ambición es una mezcla de Fitzcarraldo con Wall Street en la que Matthew McConaughey exagera con su intensidad y sus tics. Ya pasaron unos añitos desde que Matthew McConaughey se transformó en el actor de moda: el dueto Dallas Buyers Club-True Detective, sumado al breve e inolvidable papel en El lobo de Wall Street, fueron en 2013 y 2014. Después de eso, puso su voz en dos películas animadas (Kubo y la búsqueda del samurai y Sing ¡Ven y canta!) y protagonizó otra dos películas bastante flojas que se apoyaban exclusivamente en su trabajo: El valiente y The Sea of Trees, esta última dirigida por Gus Van Sant y no estrenada en la Argentina, aunque disponible en la internet para quien la sepa buscar. No mencioné Interestelar, la ambiciosa y un tanto pomposa película de Christopher Nolan, porque va por otro lado: quizás porque se filmó antes de que McConaughey se llevara el Oscar, entre sus problemas no se encuentra la actuación afectada ni la búsqueda de artificio del actor. Pero hay que decir que de True Detective a esta parte, McConaughey parece empeñado o quizás involuntariamente destinado en hacer un Marlon-Brando-en-El-padrino en cada película. El caso de El poder de la ambición es menos grave que el de algunas de sus películas más recientes, porque la de Stephen Gaghan tiene cierta fortaleza como para soportarlo. Es una historia de “fiebre del oro” pero en los años ‘80, una mezcla de Fitzcarraldo y Wall Street, aventuras en la selva y en las finanzas. En definitiva: riqueza palpable y riqueza intangible. En su momento la iba a dirigir Michael Mann, después Spike Lee, pero cayó en manos de Gaghan, un tipo con algunas cucardas como guionista (todos recuerdan Traffic, y con razón, pero yo soy bastante fan de Reglas de combate, de William Friedkin, con Tommy Lee Jones y Samuel L. Jackson) y que había dirigido la interesante Syriana, aunque también con guión propio. Gaghan muestra cierta habilidad para manejar todo este material grandilocuente: el tema bigger than life, la selva Tailandesa donde se filmó y la persona misma de McConaughey. Es como si estuviera haciendo malabares con tres adoquines: no se le caen, pero no esperemos que se muestre elegante mientras realiza la proeza. A una historia de ambición como esta le habría venido mejor un director más ambicioso: uno como el mencionado Werner Herzog o un Paul Thomas Anderson, en cuya Petróleo sangriento se mira un poco, aunque más no sea de refilón. De hecho, el director de fotografía es el mismo Robert Elswit, que se llevó un Oscar por su trabajo extraordinario en la película de Anderson y cuenta con un currículum impresionante. Pero hay que decir que, más allá de todo esto, a Gaghan los adoquines no se le caen. Y resulta interesante ver una película que logra avanzar a pesar del lastre, un espectáculo en sí mismo. No resulta tan interesante, en cambio, verlo a McConaughey: ya desde la primera escena con Bryce Dallas Howard, cuando el drama no pide chiches actorales, lo vemos esforzado, inventando tics, McConaugheyándola. Miro en la iMDB sus próximos proyectos y parecen interesantes en los papeles: en agosto será el Hombre de Negro en la versión cinematográfica de La torre oscura, de Stephen King; el año que viene estará en White Boy Rick, un policial dirigido por el francés Yann Demange, responsable de la serie Dead Set; y también figura en los próximos proyectos de Steven Knight y de Harmony Korine. Quizás sea demasiado pronto para decirlo, pero ojalá esas películas sean una resurrección.
Un obeso y calvo Matthew McConaughey interpreta a un buscador de oro que, junto a un socio (Edgar Ramirez), encuentra en Indonesia la piedra preciosa y se hace millonario con ella, solo para darse cuenta que su descubrimiento lo mete cada vez en más y más problemas en este filme del guionista de “Traffic” basado en una historia real. En algún lugar donde el cine de Martin Scorsese y el de David O. Russell se cruzan existe una película como EL PODER DE LA AMBICION, de Stephen Gaghan, director de SYRIANA y guionista de filmes como TRAFFIC. Curiosamente, en esta ocasión el guión no fue escrito por él pero que se basa en un caso real que puede pertenecer a la filmografía de cualquiera de esos dos directores y, claro, a la suya. Es la historia de un buscador de oro, Kenny Wells, que está pasando por el peor momento de su carrera –sin dinero y sin perspectivas– cuando tiene un sueño. Al despertarse está seguro que encontrará el deseado oro en Indonesia y hacia allí va. Como EL LOBO DE WALL STREET o ESCANDALO AMERICANO, es la historia de un hombre ambicioso, que pasa de largo las legalidades y la corrección a la hora de conseguir lo que quiere. ¿Es un estafador? No necesariamente. Más bien un buscavidas que hará lo imposible –legal o no, eso es lo de menos– para conseguir lo que quiere. Y lo que quiere, como en el siglo XIX, es encontrar esa mina de oro que le cambie la vida de eterno perdedor. Pero las cosas no son tan sencillas. Wells –encarnado por Matthew McConaughey como una cruza entre su personaje en DALLAS BUYERS CLUB y el de Christian Bale en la citada película de Russell, pura transpiración, entusiasmo, copioso consumo de alcohol y panza prominente– se engancha en la búsqueda junto a Mike Acosta (el siempre excelente actor venezolano Edgar Ramirez), que es experto en la materia e insiste que hay oro en medio de la jungla de ese país. Solo hay que hacer el sucio trabajo de enconntrarlo. Para eso pasan mil desventuras y enfermedades buscándolo hasta que lo encuentran. Pero lo que los vuelve ricos de un día para otro los mete en más problemas de lo que se podían haber imaginado. Especialmente a Kenny. Como Gaghan no posee el nervio narrativo de Scorsese ni la ambición formalmente enloquecedora de Russell, EL PODER DE LA AMBICION se queda corta en su búsqueda, como si fuera una película en busca de un mejor guión, de un ritmo más frenético o de un tono más consistente. La historia real –muy cambiada para la película– es potente y por ella circulan miles de ejes que van desde la política internacional a Wall Street pasando por el clásico drama de un soñador de pueblo chico que deja o pierde todo (incluso a su primera mujer, Bryce Dallas Howard) por cazar un sueño –heredado de su padre, también gold digger– sea como sea. Pero la película no se atreve a ser satírica o salvaje y se queda a mitad de camino. Se toma en serio a sí misma, pero no tanto como para volverse emocionalmente potente. Y se ríe un poco de las situaciones y la personalidad de su protagonista, pero no lo suficiente como para tornarse realmente divertida. Ese tono medio, cambiante, es lo que no le permite explotar. Y acaso la un tanto excesiva caracterización del actor de INTERESTELAR la saca un poco de centro todo el tiempo (es el tipo de actuación que dice Mírenme! permanentemente), pero los materiales están ahí y cuando se conjugan bien funcionan, por lo que sin ser una muy buena película, GOLD (tal su escueto y directo título original) logra volverse por momentos entretenida e ingeniosa. Y hasta tiene un final relativamente sorpresivo, que seguramente provocará que los espectadores tomen partido y lo discutan al salir de la sala. Lo más rico dramáticamente que tiene la película –aunque no lo explora demasiado– es ver los movimientos de piezas de Wall Street al enterarse del hallazgo del oro, en 1988, y cómo las grandes empresas embarran la cancha para sacar su tajada. Es claro que Gaghan tiene a los banqueros como villanos, prefiriendo dejar a Mike y a Kenny como dos buscavidas que, de algún modo no del todo prolijo, hacen lo que pueden para ganar algo en una batalla desigual. Sí, son corruptos y tramposos, pero se embarran, meten el corazón en lo que hacen y no intentan aprovecharse y robar con los guantes blancos y lustrosos. Si bien uno saldrá de la película discutiendo –como sucedió con EL LOBO DE WALL STREET— hasta que punto un tipo chanta y corrupto pero entrador y carismático que nos fascina porque “se hace de abajo” es mejor persona que un tipo que jamás se quitó la corbata ni se movió de su oficina en Manhattan para ganar dinero, lo cierto es que Gaghan está claramente de un lado aquí. Y si bien no consigue meternos del todo en los zapatos de su protagonista (acaso porque es demasiado impresentable) hace que, pese a todo, querramos que la magia se produzca. Como sea.
Hay que ser explorador: animarse a lo desconocido y no dejar de buscar “Al oro siempre hay que ir a buscarlo afuera”, dice este explorador infatigable, vital, desbordado, que usa el espíritu de búsqueda como manual de vida. Basada en un caso real, la historia arranca en 1981, con Kenny Wells (Matthew McConaughey) trabajando en la compañía minera de su padre, que está al borde de la quiebra. Qué hacer. En lugar de bajar la cabeza y aceptar un y trabajo modesto y seguro, Kenny se juega las última s monedas (del bolsillo y del alma) para ir tras un yacimiento de oro oculto en Indonesia. No está solo. Se asocia con quien alguna vez abrazó ese sueño. Y juntos, enfrentando riesgos y desánimos, irán tras un yacimiento que a esa altura es más un destino que una promesa salvadora. A Kenny, sus ambiciones no lo dejan en paz. Apuesta a un proyecto que tiene mucho de aventura. Y pone todo para que esa empresa, con algo de imposible, salga airosa. El film se sirve del espíritu aventurero del protagonista para trazar la radiografía de dos audaces que desafían montañas y sistemas, entre ellas, las cumbres de un capitalismo que les ofrece algo para quedarse con todo. Película de acción, lograda pintura de dos personajes que enfrentan a todos y reviven, entre estafas y aprietes, el mito del sueño americano. Es desparejo pero, ágil y entretenido. Tiene otra firme labor actoral de McConaughey, que a veces, como todo el film, orilla el desborde y el estereotipo. El oro – se sabe- es como un imán que atrae la dicha, pero también la codicia y el peligro. Esta historia no escapa a ese maleficio. El dinero vuelve a ser la mayor amenaza en medio de la selva financiera neoyorkina, más despiadada que la vida en aquellas montañas. Idas y vueltas, fracasos y brindis, gambetas y estafas se alternan a lo largo de esta aventura que tiene como protagonista a Kenny, el explorador que enseña a buscar afuera el oro que brilla en la vida. No queda otra que ser explorador: animarse a lo desconocido y no dejar de buscar.
Nuestro comentario de la película protagonizada por Matthew McConaughey y basada en hechos reales. “Inspirada en hechos reales”, se puede leer al comienzo de El poder de la ambición. La historia está basada en la intensa y vertiginosa vida de Kenny Wells, un explorador y hombre de negocios que realizó uno de los hallazgos de oro más importantes de los últimos años. Pero no lo logró solo, sino que contó con la ayuda de un geólogo con quien además forjó una profunda amistad. Matthew McConaughey interpreta a Wells. Alejado por completo de su rol de cara bonita y cuerpo escultural que supimos ver en comedias románticas, en el filme el actor ostenta panza, pelada y dientes desparejos. El precio del poder está puesta toda a servicio de Matthew y su trabajo es puro virtuosismo. Su par Édgar Ramírez, en el rol de geólogo y socio de Wells, acompaña bien. La película hace una fotografía del típico sueño americano, en este caso con una historia de ascenso y descenso con varios matices en el medio. El hecho de que sea una historia real hace que el interés aumente, aunque la película aburre por momentos, pese incluso al esfuerzo actoral de su protagonista. Luego de ver la primera media hora del filme resulta inevitable su comparación con El lobo de Wall Street, por más odioso que resulte. Pero a diferencia de la película de Martin Scorsese, en El poder de la ambición no hay ese frenesí y ritmo que tan bien le sienta a la cinta protagonizada por Leonardo DiCaprio. El director Stephen Gaghan (Syriana) pone demasiada atención en el personaje principal y pierde de vista la historia, que sin embargo se las arregla para mantener las expectativas hasta el final, con un desenlace inesperado. Al menos para quienes no conocen la historia real. Además de la búsqueda del sueño americano y el ascenso social, la película sobrevuela el tema de la amistad a través de la relación entre el protagonista y el geólogo. También, y quizá en detrimento del título con el que llegó a la Argentina, el filme habla de la pasión por un trabajo más allá del dinero, en este caso la pasión por explorar en busca del metal dorado.
Crítica emitida en "Cartelera 1030" por Radio Del Plata (AM 1030) Sabados de 20-22hs.
AMISTAD QUE VALE ORO Si bien Matthew McConaughey parece haber encontrado una veta en personajes candidateables al Oscar, a veces cae en la sobreactuación y en la caricatura. Tal es el caso de su personificación de Kenny Wells, que recuerda a ese personaje que compuso Christian Bale en Escándalo Americano, por lo desagradable y desalineado. Ambos actores engordaron para componerlos y también se pasean en pantalla con calzones blancos abultados y camisa abierta luciendo una panza a la que uno intenta buscarle un sentido en su exhibición, que claramente no tiene. No obstante Wells es mucho más que ese vientre abultado, se trata de un buscador de oro propietario de una compañía minera que heredó de su padre y, tras la muerte de este, se ve imposibilitado de hacer funcionar con el mismo éxito. Wells, en plena crisis económica y a punto de caer en bancarrota, emprende un viaje a Indonesia para conocer a su última esperanza, Michael Acosta (Edgar Ramírez), un talentoso geólogo que dice tener la ubicación precisa de la mayor veta de oro jamás encontrada. Wells apuesta hasta el último centavo y gramo de energía en apoyarlo y así es como logra resurgir cuando parecía que todo su negocio terminaría en un fracaso estrepitoso. Luego vienen las negociaciones y esa es, quizás, la muestra mayor del camino que quiere tomar la película del director Stephen Gaghan. Porque El poder de la ambición no habla de inversores sin alma o de corredores de bolsa viciosos a lo Wall Street, sino de lo que moviliza a un hombre para lograr su objetivo y el precio que determina sus valores cuando decide o no pagarlo. Wells, bastante chabacano y desagradable desde su estética y, como decía, desde la propia caracterización de McConaughey, construye una relación de amistad casi al borde de lo fraternal e incorruptible con su socio Acosta, lo cual en principio es la clave de su éxito y luego lo complica. Por otra parte, su matrimonio con la encantadora Kay (Bryce Dallas Howard), comienza a entrar en crisis cuando él mismo cuestiona cómo ella no parece apoyarlo incondicionalmente desde su propia percepción, bastante paranoica. Al principio el film se presenta bastante característico y convencional en cuanto al género y a su narrativa. La reciente Hambre de poder, sobre el fundador de McDonald’s, hasta parece mejor contada y menos ambiciosa, pero cierto vuelco que no conviene adelantar es el que convierte la historia en otra cosa más parecida a un thriller policial o a una intriga de traiciones que se aleja del biopic del eterno luchador contra las dificultades de la vida. Y eso contribuye a centrar el eje de la trama en la relación entre Wells y Acosta, y se aleja del elenco numeroso de personajes secundarios que, si bien son sólidos en su construcción, se mueven al ritmo de la entrada de dinero o del progreso del líder y esto hace que se achaten demasiado en perspectiva. En ese sentido crece y se destaca el personaje de Bryce Howard, que contrariamente a lo que cree su marido, sufre al apoyarlo y defendiendo su posición en cuanto tiene oportunidad. La historia crece en emoción en sus últimos veinte minutos, en los que se vuelve a una especie de flashback en el que, al inicio, Wells le cuenta a agentes del FBI cómo es que a días de haber fundado un imperio billonario está en quiebra y con problemas legales. Y es recién en el último segundo en el que el mensaje se hace directo y cierra todas las especulaciones que se pudieron hacer. El poder de la ambición termina siendo, entonces, una versión original de la clásica historia de superación personal, pero no llega a valer su peso en oro, si quizás en otro metal un poco menos codiciado pero con otros valores.
El brillo dorado en el nido de las víboras En algún momento, el propio Kenny Wells (Matthew McConaughey) sabrá aclarar la cuestión: se trata de oro, no de otra cosa. El dinero es su consecuencia. Pero antes y después de eso, el acento está en el oro. Así, el metal precioso oficia como alegoría y horizonte para este hijo de familia minera, hundido, a punto de perderlo todo, en El poder de la ambición. Desde un sostén verídico, el film de Stephen Gaghan (Sin rastro, Syriana) construye el ascenso y caída de este magnate efímero, que va y viene de Estados Unidos a Indonesia, con la convicción puesta en una -¿ilusoria? mina dorada. Para ello, se vincula con otro visionario, Mike Acosta (Edgar Ramírez), alguien que sustenta teorías en las que nadie cree. Los dos, unos lunáticos. Al primero, el oro indonesio -dice‑ se le aparece en un sueño. El segundo persigue un supuesto "anillo de fuego" que hará aflorar el objetivo dorado. Ambos, una dupla acorde a la narrativa americana, con un toque "latino" justo como para abordar la corrección política y también enrarecer la beatitud próxima. Si se tratara de un cine de potencia formal y autoral, podría pensarse este episodio como uno de los que Orson Welles hubiera elegido para su extraordinaria película F for Fake (1973). ¿Dónde está lo cierto y dónde la ilusión? En todo caso, hay expertos que se ocupan de dictaminar y darle reaseguro al mercado. Original o falsificación, lo mismo da; al menos, si se trata de dinero. El arte, en tanto, es un interrogante más profundo. De esta manera, Welles indagaba en las falsificaciones y en la esencia misma del dispositivo cinematográfico, tan genial era. Desde ya, El poder de la ambición es el reverso de esa maestría, pero tiene al menos la virtud de exponer al brillo que reluce como una posible pátina, de mera cobertura. Debajo anida lo cierto, es decir: un nido de víboras endogámico que ensancha tantas cuentas como necesite en los denominados paraísos fiscales. Lo que importa, se sabe, es el dinero. De acuerdo con esta lógica malsana, en tanto víctima de una educación social que lo ha preparado para tales fines -esto es: triunfar‑, pero también como depositario de un desdén de clase, el Kenny Wells de McConaughey luce bruto, con dientes torcidos y panza prominente. De un lado, se nota, asoma el gusto del actor por exacerbar sus transformaciones físicas, cual Lon Chaney revisitado; de otra parte, él se vuelve eje demasiado visible, como guirnalda que crece hasta casi explotar: una vez llegado al punto límite, sólo quedará desinflar el asunto para volver a las raíces. En este camino de ascenso y descenso, lo que El poder de la ambición ratifica es el caldo de cultivo infame que parecen ser los sueños salvadores de la sociedad americana. Guarda un parentesco que no debe ser casual con la reciente Hambre de poder, con Michael Keaton en la piel de otro insoportable idealista del american dream: Ray Kroc. En ambos casos, las películas acompañan el derrotero de sus personajes, parecen embriagarse con las cimas alcanzadas, pero procuran una distancia prudente, que les permita deshacer ese camino para verlos en perspectiva. La imagen que surge, antes que personal, es bien social: la de un grupo comunitario que se empecina por legitimar lo inequitativo del asunto, mientras sustentan a millonarios que se premian a sí mismos y lucran para el beneficio de sus sucesores. Ray Kroc, artífice inescrupuloso de la franquicia McDonalds, devenido millonario, sería la consumación de este veredicto. Para Kenny Wells, en cambio, todo volverá a conocer cierto cauce más querible, sostenido en lo sencillo, en lo próximo, en ese afecto que estaba al lado y se había desatendido. Un mundo de origen del cual, parece ser, no debió salir. Igualmente, hay un toque más, un agregado que dispara un posible premio consuelo. Como si luego de procurar ocupar ese lugar sólo reservado para algunos, obtuviera una caricia. No hay, por eso, otra manera de resolver el asunto, sino a través de las mismas cartas de siempre: el sistema es así, el dinero se maneja así. Tenerlo o no tenerlo es la cuestión. Así como al tirar, una e irrepetibles veces más, de la misma máquina tragamonedas.
No todo lo que reluce es oro Llega a las salas la historia de un estafador de guante blanco, interpretado por un irreconocible Matthew McConaughey, quien deja la dignidad de lado en búsqueda de ambición y dinero. Jordan Belfort en un yate, tratando de chantajear a un agente fiscal, es una de las escenas más recordadas de El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013). La dinámica del film y la empatía por un personaje tan corrupto son hallazgos que la dupla Martin Scorsese - Leonardo DiCaprio solo puede conseguir. En sus primeros diez minutos El poder de la ambición (Gold, 2016) nos trae ciertas reminiscencias a la obra del director de Los infiltrados (The Departed, 2006). Dichos aires de semejanza se pueden encasillar tan sólo en dos elementos: Que sea basada en una historia real y que Matthew McConaughey haya sido participe de ambos proyectos. Estos elementos son los únicos que se comparten con la obra maestra de Martin Scorsese. El resto está a años luz de distancia. Stephen Graham dirige este film donde un hombre fracasado en los negocios se asocia con un geólogo en búsqueda de oro en tierras desconocidas. El resultado es un drama de casi 120 minutos de duración, con sólidas actuaciones pero sin sorpresa ni dinamismo y donde uno peca en esperar algo nuevo, un golpe de timón, que lamentablemente no sucede. El film se convierte en una correcta obra pero la escasez de recursos en su guion deja mucho que desear. La desquicia del protagonista desborda cada arista del largometraje, siendo quien lleve las riendas del mismo. La caracterización de McConaughey es lo más llamativo del film. Su cambio físico, pelado y con unos cuantos kilos demás, resulta asombroso y se da en el contexto de la búsqueda actoral del oriundo de Texas. Desde su interpretación de Ron Woodroof en Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013), personaje que le otorgó el Premio de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, y hasta la genial serie creada por Nic Pizzolatto, True Detective, son muestras de los grandes papeles en lo que se desempeña el actor donde su amolde físico es admirable. En El poder de la ambición, Matthew McConaughey es el punto más alto de la obra y quizás sea el único ítem que se asoma más allá de la media. El poder de la ambición nos ayuda a entender tres cosas. En primer término, Matthew McConaughey se está enfilando como uno de los actores más importantes de su generación. Su destaque año tras año no sorprende y siempre está presente en la temporada de premios. Este año lo espera nada más ni nada menos que su protagonismo en la adaptación de la saga de libros de Stephen King, La torre oscura. Como segunda cuestión, la obra es un retroceso en la auspiciosa carrera como director de Stephen Graham. Syriana (2005) se convirtió en un excelente thriller que valió la pena ver y nos esperanzaba en que aparezcan más títulos comandados por el director. Por ende, El poder de la ambición es un paso atrás en su carrera. Como tercer y último punto, no está nada bueno comparar cualquier cosa con algo de Scorsese. Es muy difícil poder asemejarse a gigantezcas obras cinematográficas. El poder de la ambición acierta con McConaughey, con su reparto, su prolija narración pero, aunque parezca el colmo, escasea de ambición. El riesgo no está presente y lo correcto hoy no alcanza. Esto sí que está a años luz de una obra de Scorsese.
En el cine todo es posible y es por eso que está lleno de historias sobre personajes con caracteres muy disímiles a los que una situación adversa une en un destino común, y modifica su entorno exponiéndolos a una relación que hubiera sido improbable sino fuera por el azar. “Gold”realizado porStephen Gaghanes un filme que se enmarca dentro de estas características y lleva a sus personajes a enfrentar un mundo plagado de peligros, entre los que figura un ejército represor y la malaria. “Gold” está inspirado en un hecho real magistralmente interpretado por Matthew McConaughey, secundado por un excelente Edgar Ramírez, y una desperdiciada Bryce Dallas Howard, (que lució un fulgurante traje dorado, acorde con la nueva etapa de su pareja, creado por el diseñador Danny Glicker). Fue dirigida por Stephen Gaghan (“La desaparición de Embry”,2002, “Syriana”, 2005) y escrita por Patrick Massett y John Zinman(“Lara Croft” ,2001, “Tomb Raider”, 2001). Ambos guionistas, poseedores de una vasta trayectoria dentro del terreno televisivo, desarrollaron y produjeron varias series televisivas entre ellas “The Blacklist” (2013-2014). La historia real se inscribe en las páginas de las grandes estafas. En 1993 un geólogo y explorador filipino, Michael Guzmán, aseguraba haber descubierto en las selvas de Busang, Indonesia, uno de los mayores yacimientos de oro registrados. Se asoció con un conglomerado canadiense llamado Bre-X Minerals Ltda, para luego provocar la caída de la compañía y el mayor escándalo de finales del siglo XX. “Gold” se inicia en el árido desierto de Nevada, donde un miembro de tercera generación de mineros, Kenny Wells (Matthew McConaughey) lucha por conciliar sus frustraciones personales y recuperar la riqueza perdida. Ebrio a jornada completa, su figura no lo ayuda demasiado: calvo, barrigón y totalmente deformado, es la contrapartida kich de Christian Bale en “American Psycho” (2000). Está obsesionado con la idea de volver a construir el imperio que poseía su padre y para ello consigue que sus amigos le aporten pequeñas cantidades de dinero para realizar las excavaciones en zonas con posibles yacimientos de oro. Stephen Gaghan dirigió “Gold” con una extraña mezcla de serie televisiva, videoclip (al ritmo de una banda sonora un tanto “heavy” compuesta por: Brian Burton, Stephen Gaghan, Daniel Pemberton, Iggy Pop, que fuera nominada para el Globo de Oro), y película pseudo documental, dosificado con cierta compasión humana y vertiginoso abandono en varias secuencias, dejando en el espectador una sensación de incompletud. En ese sentido es un retrato animado del llamado sueño americano o fantasía americana. A semejanza de “American Psycho” (2000) o "The Wolf of Wall Street" (2013), Stephen Gaghan juega con un guión que pretende dar encarnadura a un personaje real, y en ese sentido lo acompaña fielmente Matthew McConaughey. Stephen Gaghan consigue que por momentos el espectador entre en esa espiral ambiciosa del personaje, aunque la escena final tenga un giro que obliga a cuestionar el resto del filme. “Gold”es una película con grandes problemas de realización, sin criterio de unidad y muy desbalanceada, especialmente porque parecería que el realizador se centró sólo en la actuación de Matthew McConaughey y descuidó la trama. Su director de fotografía, Robert Elswit, al compaginar imágenes muy bellas, con una estética de subdesarrollo, y a la vez dar un ritmo vertiginoso a la cámara, que está en constante movimiento acompañando la obsesionada necesidad de éxito del protagonista, logró salvar el filme del naufragio. Habiendo existido una serie de filmes altamente referenciales que trataron el tema sobre la aventura, el ascenso y caída de sus personajes inmersos en una selva, como la trilogía de John Huston: (“La reina africana”, 1945, “El tesoro de la Sierra Madre”, 1948), Man Who (“Would Be King”, 1975), o en una jungla de asfalto como "Boiler Room" (2000), "The Sting" (1973) y “The Founder” (2016), es incomprensible que el resultado de “Gold” haya sido tan poco afortunado, porque aunque sea por osmosis debería haber captado algo de la maestría que poseen esas producciones.
La tercera inclusión detrás de cámara de Stephen Gaghan, El poder de la ambición, recae en mucho de la pantanosa bajada de línea de su anterior Siryana, sin mantener la rigurosa tensión atractiva de aquella. Así como hay películas que sorprenden por su gran originalidad, hay otras que parecieran abocarse a “tomar inspiraciones”, de otras historias ya contadas, que por una razón o la otra, quedaron en el imaginario colectivo. El poder de la ambición se basa en una historia real, como les gusta decir, es cierto, pero creando un personaje ficticio alrededor. La historia real es la del grupo de compañías canadienses conocidas como Bre-X, las cuales en 1993 adquieren un territorio en Busang, Indonesia, para dos años después anunciar que en ese lugar se habían descubierto grandes cantidades de oro. Básicamente se trató de un fraude en la bolsa de comercio. Tras ese anuncio sus acciones aumentaron enormemente, resultando luego que tal descubrimiento no era real. La historia de Bre-X es uno de los fraudes más famosos de la bolsa, y a Hollywood le encantan estas historias, no se cansan de contarlas, y aquí está una vez más. Como dijimos, hay un entorno de ficción otorgado por el protagonista Kenny Wells (Mathew McConaughey), un empresario caído en desgracia intentando dar manotazos de ahogado. Lo suyo es ambición pura, y no está dispuesto a caer. Por eso, pergeña un plan tan descabellado como megalómano. Se asocia a un geólogo tan ambicioso como él, Michael Acosta (Edgar Ramírez) para hacer una exploración a Indonesia buscando oro. Por supuesto, las cosas se irán poniendo cada vez más turbias… ¡y divertidas! Sí, divertidas, porque los guionistas Patrick Massett y John Zinman parecen haber estado viendo mucho El lobo de Wall Street, y hacía allá fueron. Y si a aquella épica capitalista de Scorcese ya había varios puntos que reprocharle, imaginen a este guion escrito por dos personas cuyo único crédito anterior en cine es la primera Tomb Raider de Angelina Jolie. No sabemos por qué El poder de la ambición no decide contar la historia real de Bre-X y se limita a una ficción con mucho de farsa como el film protagonizado por Leonardo DiCaprio (aunque mucho más medido en esta ocasión). Lo cierto es que le sirve de molde para crear un personaje – como también vimos en la reciente The Founder – que si bien actúa de modo despreciable, se nos presenta del modo más carismático e indulgente posible. Sí, El poder de la ambición dibuja una crítica al mercado, al corazón del capitalismo salvaje, a la ambición desmedida, y a la explotación del primer mundo; pero como en aquellas oportunidades, no disimula demasiado ser una máscara para correrse y dejar ver detrás un visto bueno porque… bueno, así se construye el anhelado sueño americano. Que si hablamos de materias fílmicas y no ideológicas; también El poder de la ambición se ve afectada. En su combo encontramos a Scorcese, algo del Oliver Stone más político banal, Diamantes de Sangre, algo de aventura y romance que parece sacado de los folletines de los ’50, y una explicación de la bolsa de mercado para el público popular propia de La gran apuesta. Cuesta encontrar algo aquí, tanto desde la puesta, desde el guion, o desde la creación de personajes, que sea auténtico. Todo está al servicio de McConaughey, es de esas películas que, con mejor fortuna, hubiesen olido a alguna premiación en rubros interpretativos. Wells es un derroche de carisma, y aun cuando cae, dan ganas de abrazarlo… aunque sea para rodearlo y pegsrle pegarle un poco más. El actor de Tiempo de Matar lo compone con convicción, pero nuevamente, es algo que ya le vimos hacer, por ejemplo, sí, en El lobo de Wall Street. El resto del elenco, con un Edgar Ramirez haciendo otra vez lo que hace siempre, es correcto, pero no destaca. Técnicamente correcta, aprovechando los paisajes para las tomas aéreas; es ahí donde encuentra una zona de confort. En ser un film visualmente atractivo, entretenido si se adentra en la historia, e inspirador para quienes creen que pisar cabezas es un método posible para subir al peldaño siguiente.
Una ambición tibia "Gold" es una nueva película basada en hechos reales (algunos) que mezcla drama y aventura y que además nos trae como protagonista a un físicamente cambiado Matthew McConaughey. La historia trata sobre la vida de un fallido heredero de una empresa norteamericana que extraía oro, Kenny Wells, y cómo este la fue llevando lentamente a la ruina hasta que un día, por perseverancia y un golpe de suerte, logró convertirse en uno de los zares mundiales del preciado mineral. A la gran hazaña la consigue junto a su socio circunstancial, el excéntrico geólogo Michael Acosta, interpretado por el actor venezolano Edgar Ramírez. La trama se desarrolla en un dinámico relato que combina aventura con humor y momentos dramáticos. La atmósfera del film está bastante bien creada por el director Stephen Gaghan ("Syriana", "Abandon") y logra mantener interesado al espectador. En general uno disfruta el viaje y el metraje avanza de manera fluida. Los problemas aparecen por el lado de la trascendencia del film, ya que en ningún momento llega a explotar y explicarnos de alguna forma la importancia de esta historia. Parece más una secuencia informativa de los hechos que se sucedieron con algún atisbo de pimienta distribuidos a lo largo del relato. Entretiene, pero no maravilla y al poco tiempo que uno ha abandonado la sala comienza a olvidar de qué se trataba "Gold". ¿Era una peli con críticas sobre el sueño americano? ¿Era una aventura acerca de la perseverancia y el karma?... La cosa se comienza a diluir. Lo más destacable es la interpretación de McConaughey y la liviandad con la que fluye el relato. Lo menos interesante es justamente la historia de fondo que inspiró la película, que sobre el final tendrá una vuelta de tuerca que a muchos gustará y a otros les parecerá una forma forzada y un tanto torpe de hacer un cierre.