El poder de la ambición

Crítica de Henry Drae - Fancinema

AMISTAD QUE VALE ORO

Si bien Matthew McConaughey parece haber encontrado una veta en personajes candidateables al Oscar, a veces cae en la sobreactuación y en la caricatura. Tal es el caso de su personificación de Kenny Wells, que recuerda a ese personaje que compuso Christian Bale en Escándalo Americano, por lo desagradable y desalineado. Ambos actores engordaron para componerlos y también se pasean en pantalla con calzones blancos abultados y camisa abierta luciendo una panza a la que uno intenta buscarle un sentido en su exhibición, que claramente no tiene.

No obstante Wells es mucho más que ese vientre abultado, se trata de un buscador de oro propietario de una compañía minera que heredó de su padre y, tras la muerte de este, se ve imposibilitado de hacer funcionar con el mismo éxito. Wells, en plena crisis económica y a punto de caer en bancarrota, emprende un viaje a Indonesia para conocer a su última esperanza, Michael Acosta (Edgar Ramírez), un talentoso geólogo que dice tener la ubicación precisa de la mayor veta de oro jamás encontrada. Wells apuesta hasta el último centavo y gramo de energía en apoyarlo y así es como logra resurgir cuando parecía que todo su negocio terminaría en un fracaso estrepitoso.

Luego vienen las negociaciones y esa es, quizás, la muestra mayor del camino que quiere tomar la película del director Stephen Gaghan. Porque El poder de la ambición no habla de inversores sin alma o de corredores de bolsa viciosos a lo Wall Street, sino de lo que moviliza a un hombre para lograr su objetivo y el precio que determina sus valores cuando decide o no pagarlo. Wells, bastante chabacano y desagradable desde su estética y, como decía, desde la propia caracterización de McConaughey, construye una relación de amistad casi al borde de lo fraternal e incorruptible con su socio Acosta, lo cual en principio es la clave de su éxito y luego lo complica. Por otra parte, su matrimonio con la encantadora Kay (Bryce Dallas Howard), comienza a entrar en crisis cuando él mismo cuestiona cómo ella no parece apoyarlo incondicionalmente desde su propia percepción, bastante paranoica.

Al principio el film se presenta bastante característico y convencional en cuanto al género y a su narrativa. La reciente Hambre de poder, sobre el fundador de McDonald’s, hasta parece mejor contada y menos ambiciosa, pero cierto vuelco que no conviene adelantar es el que convierte la historia en otra cosa más parecida a un thriller policial o a una intriga de traiciones que se aleja del biopic del eterno luchador contra las dificultades de la vida. Y eso contribuye a centrar el eje de la trama en la relación entre Wells y Acosta, y se aleja del elenco numeroso de personajes secundarios que, si bien son sólidos en su construcción, se mueven al ritmo de la entrada de dinero o del progreso del líder y esto hace que se achaten demasiado en perspectiva. En ese sentido crece y se destaca el personaje de Bryce Howard, que contrariamente a lo que cree su marido, sufre al apoyarlo y defendiendo su posición en cuanto tiene oportunidad.

La historia crece en emoción en sus últimos veinte minutos, en los que se vuelve a una especie de flashback en el que, al inicio, Wells le cuenta a agentes del FBI cómo es que a días de haber fundado un imperio billonario está en quiebra y con problemas legales. Y es recién en el último segundo en el que el mensaje se hace directo y cierra todas las especulaciones que se pudieron hacer.

El poder de la ambición termina siendo, entonces, una versión original de la clásica historia de superación personal, pero no llega a valer su peso en oro, si quizás en otro metal un poco menos codiciado pero con otros valores.