El poder de la ambición

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La tercera inclusión detrás de cámara de Stephen Gaghan, El poder de la ambición, recae en mucho de la pantanosa bajada de línea de su anterior Siryana, sin mantener la rigurosa tensión atractiva de aquella.
Así como hay películas que sorprenden por su gran originalidad, hay otras que parecieran abocarse a “tomar inspiraciones”, de otras historias ya contadas, que por una razón o la otra, quedaron en el imaginario colectivo. El poder de la ambición se basa en una historia real, como les gusta decir, es cierto, pero creando un personaje ficticio alrededor.
La historia real es la del grupo de compañías canadienses conocidas como Bre-X, las cuales en 1993 adquieren un territorio en Busang, Indonesia, para dos años después anunciar que en ese lugar se habían descubierto grandes cantidades de oro. Básicamente se trató de un fraude en la bolsa de comercio.
Tras ese anuncio sus acciones aumentaron enormemente, resultando luego que tal descubrimiento no era real. La historia de Bre-X es uno de los fraudes más famosos de la bolsa, y a Hollywood le encantan estas historias, no se cansan de contarlas, y aquí está una vez más.
Como dijimos, hay un entorno de ficción otorgado por el protagonista Kenny Wells (Mathew McConaughey), un empresario caído en desgracia intentando dar manotazos de ahogado. Lo suyo es ambición pura, y no está dispuesto a caer. Por eso, pergeña un plan tan descabellado como megalómano.
Se asocia a un geólogo tan ambicioso como él, Michael Acosta (Edgar Ramírez) para hacer una exploración a Indonesia buscando oro. Por supuesto, las cosas se irán poniendo cada vez más turbias… ¡y divertidas! Sí, divertidas, porque los guionistas Patrick Massett y John Zinman parecen haber estado viendo mucho El lobo de Wall Street, y hacía allá fueron.
Y si a aquella épica capitalista de Scorcese ya había varios puntos que reprocharle, imaginen a este guion escrito por dos personas cuyo único crédito anterior en cine es la primera Tomb Raider de Angelina Jolie.
No sabemos por qué El poder de la ambición no decide contar la historia real de Bre-X y se limita a una ficción con mucho de farsa como el film protagonizado por Leonardo DiCaprio (aunque mucho más medido en esta ocasión). Lo cierto es que le sirve de molde para crear un personaje – como también vimos en la reciente The Founder – que si bien actúa de modo despreciable, se nos presenta del modo más carismático e indulgente posible.
Sí, El poder de la ambición dibuja una crítica al mercado, al corazón del capitalismo salvaje, a la ambición desmedida, y a la explotación del primer mundo; pero como en aquellas oportunidades, no disimula demasiado ser una máscara para correrse y dejar ver detrás un visto bueno porque… bueno, así se construye el anhelado sueño americano.
Que si hablamos de materias fílmicas y no ideológicas; también El poder de la ambición se ve afectada. En su combo encontramos a Scorcese, algo del Oliver Stone más político banal, Diamantes de Sangre, algo de aventura y romance que parece sacado de los folletines de los ’50, y una explicación de la bolsa de mercado para el público popular propia de La gran apuesta.
Cuesta encontrar algo aquí, tanto desde la puesta, desde el guion, o desde la creación de personajes, que sea auténtico. Todo está al servicio de McConaughey, es de esas películas que, con mejor fortuna, hubiesen olido a alguna premiación en rubros interpretativos. Wells es un derroche de carisma, y aun cuando cae, dan ganas de abrazarlo… aunque sea para rodearlo y pegsrle pegarle un poco más. El actor de Tiempo de Matar lo compone con convicción, pero nuevamente, es algo que ya le vimos hacer, por ejemplo, sí, en El lobo de Wall Street.
El resto del elenco, con un Edgar Ramirez haciendo otra vez lo que hace siempre, es correcto, pero no destaca. Técnicamente correcta, aprovechando los paisajes para las tomas aéreas; es ahí donde encuentra una zona de confort. En ser un film visualmente atractivo, entretenido si se adentra en la historia, e inspirador para quienes creen que pisar cabezas es un método posible para subir al peldaño siguiente.