El peso de la ley

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El debut cinematográfico del actor Fernan Miras en función de director no podría haber contado con mejor idea inicial, basado en hechos reales ocurridos en la década de 1980 en un pueblo del interior del país. Es ahí, ambientado en esos años, donde se desarrollan la mayoría de las escenas. Pueblo chico, infierno grande.
La idea principal, esa que justifica la producción misma, está dado en el tono de denuncia sobre la aplicación de la justicia.
Y si algo va a favor son las interpretaciones, incluida la del mismísimo realizador quien se preservó para sí un personaje que con su sóla presentación genera empatía en el espectador.
El tema, o los temas, por el que circula la narración, la historia de dos hombres presentados casi como subhumanos, en el que los limites de lo moral se cruzan y atraviesan por supuestos lugares del deseo, o bien ser sólo ese recorrido que hace la heroína de turno, y que podría estar definido por el Deuteronomio 16:20 “Justicia, Justicia perseguirás”.
Desde este punto es que el relato (los relatos) atrapa, hace suyo al espectador desde un principio, por los personajes, de cómo están presentados hasta que se establecen los distintos conflictos.
La historia tiene como eje un caso en el que un hombre, apodado El Gringo (Daniel Lambertini), acusado de haber violado a Manfredo (Fernán Mirás), compañeros de trabajo, el primero signado por el alcohol y la violencia, el segundo con el peso de un diagnostico de deficiente mental. Esta sería una de las tramas.
En forma paralela nos presentan a quienes serán el protagonista principal de la historia, y su histórica antagonista.
En realidad podría verse como una “road movie” dentro del personaje de Gloria, una defensora de oficio de la justicia, quien el mismo día que rinde el último final, accidente mediante, se transforma en una abogada discapacitada de manera simultánea.
A Gloria Soriano (Paola Barrientos) siempre le ha tocado defender lo indefendible, acusados todos culpables, sorprendidos en pleno acto ilegal, fuera cual fuera éste. Hasta que le llega un caso, en el que los hechos no son de la claridad necesaria. Decide investigar, y en ese viaje de la gran ciudad a un pueblito perdido, de un saber sus espacios, la fauna humana con quienes convive a diario y sus códigos, a la ignorancia total de quienes habitan el lugar donde ocurrieron los hechos, transita la historia.
El problema principal del filme que nunca termina por definirse, pasa del drama a la comedia sin razón alguna, por momentos parece querer establecerse como un thriller pero con menos suspenso que “Caperucita Roja”.
No se sabe si es intencional el que provoque risa o una mera confusión de sus hacedores principales de confundir grotesco con patético, como si fuese igual. La misma rigidez con que luego de la presentación son construidos y desarrollados los personajes, una sensación de maniqueísmo absoluto y absurdo.
Una fiscal perversa y malvada por antonomasia y una abogada defensora de oficio buena por definición, en medio todos las tipologías que desee, hasta la de un juez que no oculta sus inclinaciones sexuales.
Caída estrepitosa en lo actualmente políticamente correcto, las elecciones sexuales, todas aceptadas y comprendidas en una sociedad que todavía hoy juzga.
Desde los aspectos técnicos son de una corrección incondicional, sin búsqueda de ninguna naturaleza, ni estética ni de rupturas del lenguaje, donde los actores hacen con lo que le dan, en el que los diálogos pueriles corren en paralelo, y que no tienen una finalidad concreta.
El Talmud explica que la repetición de la palabra justicia en esa famosa frase se debe a que la primera refiere a la equidad, pero la segunda se refuerza en la búsqueda de la verdad
La fiscal Rivas en el cuerpo de Maria Onetto, hace que el odio que se establece en el espectador para con ella, desde la primera escena perdura hasta varias horas después de salir de la sala de proyección. Gloria Soriano, en cambio tiene más matices, puede engendrar otras mascaras, exponerlas, cambiarlas, se termina empatizando con ella, pero sola no alcanza para sacar al texto de una mediocridad exacerbada.