El perseguidor

Crítica de Carolina Giudici - Morir en Venecia

Escurrir la trama hasta que sólo queden las gotas más elocuentes. Dejarlas que suban como negro vapor, que espesen el aire donde se coagula la culpa. Cada movimiento es confinado a la sospecha. Pero si nadie sabe qué forma tiene lo escondido, ¿cómo capturarlo?

¿Existe el remordimiento en soledad, sin la mirada del otro? ¿Se sufre por saber que uno hizo daño, o sólo se sufre por temor al castigo, a ser descubierto?

Ellos son marido y mujer, profesionales, socios. Nadie controla las elipsis mejor que una entrenada conciencia de clase. Hipócrita armonía funcional al sistema. Una cámara los desnuda creyendo que puede vencerlos. Los deja manchados, sí, lo vemos al comienzo. Pero… ¿vencerlos?

Hoy igual que ayer, como siempre, son los ojos de la víctima los que están en juego.