El perro que no calla

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

La nueva película de Ana Katz, esa joyita en envase chico que suele pasar desapercibida por el gran público -lo de chico va por la producción de sus películas, por lo general alejada del mainstream del cine argentino, salvo Los Marziano- es tal vez la más experimental de la directora de El juego de la silla y Una novia errante.

Ya desde el blanco y negro con el que eligió narrar, la directora se jugó por una mirada estética. Y con la historia también apostó fuerte.

El protagonista es Sebastián, un tipo que deambula de trabajo en trabajo. Primero, porque ante las quejas de sus vecinos (Carlos Portaluppi, entre ellos) de los incesantes ladridos de su perra Rita, la lleva a trabajar con él. Y su superiora (Valeria Lois) termina aclarándole el camino de salida.

A partir de allí Sebastián -interpretado por Daniel Katz, hermano de la realizadora- deambulará de un lado para el otro, irá al campo, trabajará en una cooperativa de verduras, en un programa de radio.

Pandemia prepandemia

Si nada le resulta sencillo -aunque habrá que convenir en que Sebastián tampoco pone demasiadas resistencias a nada-, el estallido de una pandemia complejizará más su existencia, ya con una pareja (Julieta Zylberberg).

Katz escribió y rodó su sexto largometraje mucho antes de que alguien tomara sopa de murciélago en Wuhan. Así que las escenas con escafandras y el cuidado de los chicos son premonitorios.

Como el filme se rodó en distintas etapas, contó con cinco directores de fotografía distintos. ¿Se nota, hay un desbalanceo? Para nada.

Obviamente la pandemia causa extrañeza, pero más llama la atención otras cosas. Por ejemplo, que el lamento de aquel vecino del comienzo no sea tanto por la molestia de los ladridos del perro que en verdad es perra, porque se llama Rita, sino porque le causa dolor escucharla y advertir que está sola.

Como solo está y se siente Sebastián luego, aunque esté con su pareja, o ya no.

Katz construye a su personaje y su entorno para hablar de la soledad, desde el costumbrismo, con ese humor tan de ella, y con un espíritu lírico.

En El perro que no calla hay muchas elipsis, espacios y contenidos que deben ser llenados por el espectador. Es un filme distinto a lo que había hecho, pero a la vez, similar. Trata sobre personas, no sobre hechos, actos o circunstancias.