El perro que no calla

Crítica de Ignacio Dunand - El Destape

Encontrar la belleza en las extrañeces ordinarias

La nueva película de Ana Katz tiene una belleza extrañamente cautivadora, motivo de sobra para disfrutarla presencial u online en el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Rita, la perrita titular de El perro que no calla, no emite un solo ladrido en todo su tiempo en pantalla. Si bien los vecinos se quejan ante el protagonista, el espectador jamás escucha el llamado del animal. Esta es solo una de las formas que tiene la guionista y directora Ana Katz de engañar con astucia a los cinéfilos en su sexto largometraje, que aparenta ser de consumo ligero pero transmite una sabiduría fantástica. Filmada en blanco y negro, minimalista y absolutamente profética (se anticipó a la pandemia) ofrece una historia cautivadora sobre las rarezas ordinarias que nos depara la vida.

La trama pone foco en Sebastián (Daniel Katz), un joven de treinta y tantos años, con varios trabajos temporales que van y vienen y lo presionan, y la necesidad de abrazar el amor cada vez que se encuentra una oportunidad. A través de pequeños hechos puntuales, su transformación se retrata en el contexto de un mundo que también se transforma y coquetea con un posible apocalipsis

Katz se centra radicalmente en el drama y se aleja de lo que sucede en el mundo que cambia de forma apresurada, sin aviso. Este inteligente camino logra que los macro eventos que suceden en la historia –algunos parecen sacados de una película de ciencia ficción- y aquellos detalles microscópicos confluyan en una experiencia significativamente deliciosa.

A su manera, Ana Katz construye una película de calidad artesana, no convencional, donde reina el absurdo de la imprevisibilidad y la tristeza no acciona como golpe bajo. Si bien a veces le falta claridad a la historia, El perro que no calla es dramática de manera discreta. Posee una calidez encantadora que, aún en los momentos más angustiosos, puede ser reconfortante.