El perro Molina

Crítica de Josefina Sartora - Otros Cines

Hombres de honor

José Celestino Campusano mantiene una coherencia absoluta con su Cine Bruto, expresivo nombre de su productora. En El Perro Molina, vuelve a sus ambientes lúmpenes, ahora más allá de los suburbios, con sus personajes brutales pero dignos: hampones, prostitutas, policías, patrones y ladrones, en un thriller con mucho de western clásico.

Sólo Raúl Perrone ha sabido mostrar el Gran Buenos Aires y el sub-suburbano con el ojo conocedor, la cercanía y la empatía con que lo filma Campusano. Sus personajes tienen códigos de honor propios, que cumplen con rigor, aunque en ellos se les vaya la vida. Su héroe es el Perro Molina, quien acaba de salir de la cárcel y quiere realizar unos últimos trabajos que le permitan retirarse.

Como acostumbra el director, va bordando los distintos hilos de la trama minuciosamente, con historias paralelas que se imbrican unas con otras mediante personajes de catálogo. El Perro debe vérselas con gente nueva, que tiene otros parámetros que no dejan lugar para el honor y lo que empieza como una venganza de pueblo deviene una saga mucho más compleja en un cruce de despechos, robos, amores y, claro, traiciones. De todo lo cual es fácil deducir que, una vez más, el mensaje moralista sobrevuela en toda la historia, o también, yace por debajo.

Como es habitual la película de Campusano tiene personajes muy logrados y el director sostiene que los toma -como a las historias- de la realidad. El Perro Molina está interpretado por Daniel Quaranta, un actor con mayor solvencia que la habitual en los intérpretes de su cine, casi todos con escasa o nula experiencia profesional. Su personaje es un héroe clásico solitario, que ve complicar su destino entre pagar por su libertad o ser fiel a un amigo leal. También es correcta la actuación de Florencia Bobadilla como la mujer que se harta de los maltratos de su marido -policía corrupto- y lo castiga prostituyéndose. Y el Calavera, el proxeneta, demuestra que en el cine de Campusano los duros también lloran por amor. Pero el personaje más sorprendente es el muchacho psicópata, mano de obra sucia de la policía, que vive en el basural, un ser feroz, desbordado y carente de todo principio moral, interpretado por un amigo de su hijo.

Es cierto que esos actores aportan autenticidad y realismo a sus películas, pero si contara con intérpretes que dijeran sus líneas con más naturalidad, y no repitiéndolas en recitado, sus films cobrarían mayor valor aún. Con una puesta más cuidada, imagen más limpia y mejores recursos técnicos, es un placer ver otra representación de esos ámbitos de la marginalidad urbana y social reivindicados por Campusano.