El perro Molina

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Los códigos del conurbano

El cine de José Celestino Campusano es una lata de conservas a punto de estallar. Las películas del director quilmeño son pura crudeza, tanto en la narración, en sus personajes y en el modo en que Campusano ordena cada historia; ese personal estilo lo ubicó entre los favoritos del cine independiente y en este último film no hace más que profundizar la cicatriz suburbana de su mirada en el panorama local. Antonio “El Perro” Molina (Daniel Quaranta) sale de la cárcel y vuelve a su pueblo para resolver asuntos pendientes. La familia de un amigo muerto le encarga una vendetta y le entrega el apoyo de Ramón (Damián Ávila), un aprendiz de sicario que resulta más bien una carga; en tanto, del lado de la ley, cansada del maltrato, Natalia (la posadeña Florencia Bobadilla) abandona al comisario Ibáñez (Ricardo Garino) y, despechada, se ofrece como chica premium en el prostíbulo del Calavera (Carlos Vuletich), un viejo amigo del Perro; a la larga, su ocurrencia provocará una guerra entre la policía y los proxenetas. Con mucho de western y un killer psicótico (Assiz Alcaraz, como Gonzalito), con resabios del Bardem de Sin lugar para los débiles y otros asesinos del cine clase B, Campusano propone algo más que un encuentro entre, grosso modo, los cines de Trapero y Robert Rodriguez, ya que El Perro Molina es ante todo una historia de amistad. Esa es la singularidad del quilmeño, lo que hace recurrir a sus películas una y mil veces.