El peor día de mi vida

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Segundo opus de la dupla creada por Daniel Alvaredo en la dirección y Osvaldo Canis, luego de la recién estrenada en este año Paternoster. El peor día de mi vida representa a primera vista un producto más personal.
Julio es un actor al que la varita de la fama lo pudo haber tocado hace muchos años, en una telenovela que ni siquiera culminó, pero en la actualidad las mieles del éxito no están de su lado.
No se resigna, sigue presentándose a castings para publicidades denigrantes y hasta es capaz de aceptar una función de decorado en el fondo de las mismas si el protagónico no está disponible.
Esa apatía en la “profesión” se extiende a su vida, signada por una serie de acontecimientos que lo muestran como alguien estancado. Su matrimonio está en crisis de corte inminente; desocupado; y para colmo debe hacerse cargo de las cenizas de un hermano gemelo con el que hace años no se hablaba. Así comienza el día que merece el título de la película.
Julio es Javier Lombardo, un actor que debió alejarse temporalmente de la pantalla por una enfermedad crónica que lo aqueja. También hay en la misma un grupo de actores, sobre todo actrices, que hacía un tiempo no se rencontraban con el cine; y si uno lo piensa, el propio director proviene del mundo de los actores que la pelean desde abajo, desde los secundarios.
Hay dos polos, que se unen en El Peor…, el de la vida del actor que lo lleva en la sangre y ansía el reconocimiento popular; y el del hombre que debe hacer frente a su pasado, emprender un camino de reconciliación; con mucho de la historia propia de su guionista. Estas dos aristas logran unirse a través de un relato costumbrista, alegre, que recorre buenas armas para llegar a un público amplio.
Si algo une a Paternoster con esta película es el ánimo oscuro de sus protagonistas. Pero cada uno encara sus problemas a su modo. Julio está atravesando una etapa problemática, los problemas no paran de lloverle, y aunque se lo vea harto de los mismos, no va a bajar los brazos en su empeño; o quizás bajó los brazos hace rato y no se dio cuenta.
El guion de Canis maneja un humor muy fresco y natural que permite a Lombardo, omnipresente, protagonista único y absoluto, relucir su mejor esencia.
Si el ritmo para la comedia costumbrista es aceitado, también habrá un espacio permanente para una emotividad latente; por lo cual no habrá que hacer demasiado esfuerzo para ponerse en lugar del personaje, comprenderlo, quererlo, y hacerse carne con su idiosincrasia.
Sin demasiados artilugios técnicos, El Peor… es un relato que no los necesita, que algunos podrán tildar de aires de telefilm de modo despectivo. Por el contrario, ese aspecto sencillo potencia una naturalidad inmediata, de crónica diaria, de algo que nos podría pasar a cualquiera, de acertada cercanía.
Lombardo logra una interpretación sin recaer en la exageración ni el grotesco, con matices que van del drama a la comedia en un instante. También se apoya en un conjunto de secundarios que jugarán esta suerte de road movie en la ciudad.
Marta (Mónica Scapparone) es su angustiada y cansada esposa, más dispuesta a dar el próximo paso que él. A partir de ahí, se irá construyendo la historia a modo de viñetas de un día con muchos sucesos que pueden ser más movilizantes de lo que parecen.
Acudir al casting, pero antes tener que pasar a retirar las cenizas que deberá depositar en una lata de bizcochos antiguas. Recorrer la ciudad con esa lata a cuestas cuando su automóvil, a punto de vender, lo deje “a patas”; y así repasar distintos puntos. Entre su cuñada (Irene Almus), una excéntrica tarotista (Constanza Maral), el frustrado casting, una tía desmemoriada, y el personaje que nos tienen guardado para Ximena Fassi y aquí no revelaremos.
Si el resultado final es positivo es gracias a que todos los involucrados parecieran creer de lo que se habla. El costumbrismo recorre siempre un fino hilo que lo puede llevar a la inverosímil línea de exageración, o al recorrido de clichés irreales. Nada de eso sucede, el tono medio permite que se vea siempre con una sonrisa y hasta risas abiertas; y si bien no se priva de varios lugares comunes ninguno suena forzado o fuera de lugar.
Simple, directa, con una fibra emocional correcta no sobrecargada, y un puñado de interpretaciones simpáticas y gustosas de poder reencontrarlas en esos rostros; El Peor día de mi vida compone una propuesta amena para que nos veamos identificados, como un espejo con pinceladas muy graciosas.