El payaso del mal

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

“Clown”, tal el titulo en el original, podría considerarse como una película de terror sobrenatural, de producción independiente en EEUU., está dirigida por Jon Watts y escrita por él mismo en colaboración de Christopher D. Ford, sin embargo es promovida como un filme de Eli Roth, quien en realidad está cargo de la producción.

Kent McCoy (Andy Powers) es un agente de bienes raíces, un maravilloso padre y esposo, calido, afectuoso, de buen humor. Su mujer Meg (Laura Allen) casi venera la entrega de su pareja para con ella y el hijo en común.

Le promete a Jack, su hijo, que a su fiesta de cumpleaños vendrá el mejor de los payasos, personajes que apasionan y divierten, al hijo, por supuesto. Ante la ausencia por un imprevisto accidental del payaso contratado, Kent se hace cargo y al descubrir un viejo traje de payaso en el sótano de una casa que está remodelando para vender, y decide ponérselo para entretener a su hijo y sus amigos.

Después de la fiesta, Kent se duerme con el traje puesto. A la mañana siguiente ya no es capaz de quitárselo, todo los componentes del traje, la peluca, la nariz roja, están adheridos a su cuerpo y progresivamente se van transformando en su propia piel, lo que determinará cambios radicales en su conducta.

La única que continua viendo debajo del maldito disfraz a Kent es su esposa, y es a partir de ese instante que se constituye como una trama paralela, ya que ambos, Kent y Meg, serán los personajes actanciales, ambos son los que con sus acciones le dan un tono creciente y constante a la historia. Por un lado, Kent se transformara en un asesino de niños, en tanto Meg busca ayuda, la que encuentra en Karlsson (Peter Stormare), un buen aliado, ya que es quien conoce el maleficio del traje.

Si bien algo del orden de los estereotipos en la presentación y constitución de los personajes está puesto en juego, en ningún momento el filme recurre a las formulas establecidas para facilitar la progresión dramática, hasta por momento parece constituirse en ese axioma que uno termina siendo aquello que nos define en las acciones.
Tampoco va en detrimento el relato en si mismo, esos comunes denominadores de las producciones del genero, tal como la invasividad del “traje” en el cuerpo de un hombre común, llevado a su propia degradación, el cliché de un demonio que se apoderó del traje desde tiempos inmemoriales, pues su mayor solidez se encuentra en las actuaciones, en la simplicidad de su propuesta, y en la ausencia casi absoluta de diálogos idiotas, tan comunes en los últimos filmes del mismo género.