El payaso del mal

Crítica de Fernando Alvarez - Todo lo ve

El disfraz del demonio

La película de Jon Watts va aislando cada vez más al personaje central que sale en busca de niños para saciar su apetito. Si bien el comienzo funciona más que el resto, hay secuencias que mantienen un clima inquietante.

Entre tanto mal exponente del género de terror visto este año, asoma esta producción de 2014 que aborda el tema de los payasos siniestros que siempre rinden sus frutos en la pantalla grande mientras alimentan los miedos infantiles más profundos. Ejemplos como It, la novela de Stephen King que protagonizó un inolvidable Tim Curry en los años noventa, pasando por la más inquietante Clown House, de Víctor Salva, y hasta el reciente payasito visto en la última versión de Poltergeist.

El payaso del mal viene de la mano de Eli Roth, el creador de la saga Hostel, en el rol de productor y también actor, y cuenta la historia de Kent McCoy -Andy Powers-, un agente de bienes raíces que en el cumpleaños de su hijo Jack -Christian Distefano- se convierte en la nueva atracción de la fiesta cuando se prueba un disfraz de payaso que encuentra en una de las casas que tiene a la venta.

Con el correr de las horas, la anécdota simpática va dejando lugar a la desesperación porque Kent no puede quitarse el traje que parece pegarse cada vez más a su cuerpo. Su mujer Meg -Laura Allen- también intentará ayudarlo -y dudará de la cordura de su marido- en una trama que reformula las recetas del género, recordando a La Mosca, de Cronenberg.

La película del director Jon Watts va aislando cada vez más al personaje dominado por un demonio ancestral que sale en busca de niños desprotegidos para saciar su apetito. Si bien el comienzo del film funciona más que el resto, hay secuencias que mantienen el suspenso -la del motel donde se esconde el protagonista o la del pelotero- e imponen la eterna lucha del Bien y el Mal con un rostro que se irá deformando cada vez más. El padre de Meg, ahora la única figura paterna del hogar, y Herbert Karlsson -Peter Storemare-, una suerte de Van Helsing moderno, son las piezas de este puzzle simpático y, por momentos, aterrador.