El patrón: radiografía de un crimen

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

El aprendiz de carnicero

El joven documentalista Sebastián Schindel concreta con “El Patrón...” su primer largometraje de ficción tomando como base la historia real de un hachero santiagueño analfabeto, que aspira a mejorar sus condiciones de vida, emigrando con su esposa a Buenos Aires, donde encuentra trabajo esclavo en una carnicería.

Con el cine de Pablo Trapero y el de los hermanos Dardenne como ineludibles referentes, Schindel practica un saludable clasicismo narrativo, para un relato que, para no caer en el exceso, aprovecha con austera profundidad las ilimitadas posibilidades visuales y sensoriales en el marco de una carnicería. Así, recorre sobriamente un escenario de cuchillos y ganchos de todos los tamaños, reses sangrantes envueltas en el penetrante vapor del agua lavandina para atenuar el hedor de un ambiente cada vez más opresivo.

El responsable de cargar sobre sus espaldas un protagónico en las antípodas del rol de galán es Joaquín Furriel, quien construye un personaje con acento santiagueño y una interpretación en la que no se percibe ningún vicio de la televisión o del teatro. Su actuación es puramente cinematográfica, como la de Mónica Lairana, que pasó de ser una mujer fatal en las telenovelas a encarnar la sumisa y conmovedora esposa del protagonista. La mirada del filme está puesta en la injusticia del contexto y las circunstancias que nadie evalúa, salvo cuando por casualidad, la secretaria del juez pide ayuda a un amigo abogado (Pfening), al compadecerse por la lectura del expediente y lo invita a compenetrarse del caso. Una historia impactante en la que los roles de victimario y víctima se invierten, al comprender el oscuro negocio del patrón (Luis Ziembrowski), dueño también de varias carnicerías del barrio, un monstruoso estafador que obliga a su empleado a vender carne podrida camuflada.

Un policial con mirada social

Esta primera incursión de Schindel en el largometraje de ficción, luego de una amplia y sólida trayectoria como documentalista (“Mundo alas”, “Rerum Novarum”, entre otras, son muestras de su vocación por sensibilizar acerca de la dignidad de los más débiles) es un implacable retrato sobre las prácticas poco menos que esclavistas, aún presentes en ciertas relaciones laborales. Es importante que a pesar de su dureza, la película no cae en golpes bajos, porque cree en la esencia del cine: el poder de la imagen y la fuerza de las actuaciones, la intensidad de una mirada o de un gesto.

Aunque la película comienza después de la tragedia, el suspenso se logra a través del montaje. Schindel va y viene con sucesivos flashbacks a la miserable historia del personaje encarnado por Joaquín Furriel, en una llamativa transformación física, de oficio y lingüística. No es casual que la primera ficción de Sebastián Schindel sea una película interpeladora y además basada en una silenciada historia real. Una macabra pero repetida historia de las nuevas formas de esclavitud moderna: Hermógenes Saldivar lo primero que pierde es su nombre, junto con el DNI del que lo despoja el patrón: “Desde hoy, te llamás Santiago”, le dice al comienzo de la relación.

“El patrón...” muestra el proceso degradatorio desde la luz de esperanza a la que se asoma Hermógenes, cuando va aprendiendo el negocio. En el proceso involutivo del desafortunado aprendiz, existen escenas antológicas en que el personaje de Armando (magistral De Silva) le explica cómo disimular los olores y cambiar el color oscuro de algunos cortes por un inocuo tono rosado. Son los escasos -pero efectivos- momentos de humor inquietante que nos implican en la psicología del carnicero de barrio como un ganador, que debe seducir a sus clientas, interesarse por ellas, alabarlas y finalmente engañarlas, haciéndoles pasar gato por liebre.

“El patrón: radiografía de un crimen” no es un policial más. Basado en el libro del criminólogo Elías Neuman que da cuenta de un crimen y una injusticia real, la película funciona a veces más como un documental que como un policial, aplicando una dosis concentrada de crítica social. Schindel recorre el submundo clandestino detrás del mostrador, con la certera formación de un documentalista. De los exteriores incorpora algunas calles del porteño barrio obrero de Villa Lugano, que aporta su propia verdad estética, su acorde atmósfera de suburbanidad deshumanizante. El director demuestra una llamativa solidez para combinar el costado humano, la mirada social y la trama policial de la historia. La fotografía (a veces demasiado oscura) de Marcelo Iaccarino contribuye a crear los climas para una película tan implacable como necesaria.