El patrón: radiografía de un crimen

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

LA REALIDAD QUE DUELE

En 2015 el analfabetismo parece un anacronismo, al menos para un gran sector de la población mundial, y es por eso que cuando emerge (cuando logra atravesar las barreras de las capas sociales y alojarse en el supuesto lugar equivocado) aparece el miedo. Ese miedo que nace cuando la tierra escondida bajo la alfombra ve la luz. Claro que es más fácil dar la espalda y continuar, pero lo cierto es que hoy existen, al menos en Argentina, grandes porciones de compatriotas que no saben leer ni escribir. Situación que los ubica al margen, no solo del mundo del trabajo en blanco, sino de sus propias identidades, y dignidad como seres humanos.

El patrón, radiografía de un crimen es la película que a Sebastián Schindel le costó doce años de trabajo en los que pudo ahondar en el peculiar mundillo de las carnicerías (allí donde muchas veces la salubridad se pasa por alto y las coimas están a la orden del día) e investigar a conciencia el crudo texto homónimo de Elías Neuman. Entonces, Schindel, trabajó para recrear de forma audiovisual un hecho policial que sacó a la luz una problemática siempre tabú: la esclavitud en la actualidad. Así es que se lanza a contar la historia de Hermógenes Saldivar, un peón santiagueño analfabeto.

En la piel de Joaquín Furriel, Hermógenes Saldivar es “empleado” por el Sr. Latuada (Luis Ziembrosky) quien, como primer acto de violencia le cambia el nombre. Hermógenes ahora es Santiago (como su provincia) y con su documento de identidad secuestrado es “invitado” a trabajar en una de las carnicerías de su empleador-amo. Todo parece un cuento de hadas, pero así como la carne comienza a descomponerse, el ambiente también lo hará cuando, enrarecido, comience a oler a muerte.

Con una puesta en escena situada en locaciones reales, la imagen de El patrón… se vuelve un personaje más de la historia. La pieza de Hermógenes, la gran heladera frigorífica y el mostrador de venta de la carnicería muestran el estado de la situación: hacinamiento, precariedad, olvido. Así como la selección de los espacios fueron parte de un arduo plan de producción, también lo fue la decisión de caracterizar a los personajes, sobre todo al de Joaquín Furriel. Cómo representar tanta desidia sin caer en lugares comunes o mal entendidos que lleven a pensar en discriminación, fueron las cuestiones centrales.

Las actuaciones se adaptan al dramatismo y tensión que reviste la compleja representación de un hecho policial tan comprometido, y es para destacar la fluidez de una narración que tiende siempre al relato y no a forzar ningún tipo de punto de vista. Con alma de documentalista, Schindel conoce este terreno, y en este filme despliega su potencial de excelente observador.

Hermógenes pronto se instala, y con él, su mujer quienes hacinados viven en la “piecita” del fondo (que les cuesta el valor de un kilo de carne diario). Los dos llevan adelante la carnicería del patrón, pero la carne que llega del frigorífico está podrida, y es así cómo el peón es enseñado a “defender” los cortes, más allá de su estado putrefacto. Todo apesta, el olor es nauseabundo y Latuada cada vez se pone más violento. Entonces entrenado en el arte de la faena, y con amplio dominio de los cuchillos, Hermógenes hiere de muerte a su patrón.

A la estocada final le sigue la cárcel y la culpa de un hombre al que le costó comprender que la víctima era él. Víctima no sólo de un patrón deshumanizado, sino de una sociedad que trata a las personas como cosas y a las cosas como personas. ¿Dónde está Dios? Tal vez en la mirada de los niños que tienen todas las posibilidades del mundo a su alcance, pero no de todos, porque habrá, lamentablemente, una gran porción de ellos que se queden al margen. ¿Al margen de qué? Al margen de la vida.

Por Paula Caffaro
@paula_caffaro