El patrón: radiografía de un crimen

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Carne

Primero una aclaración, no va a escuchar en éste filme a alguien que diga “Que pretende usted de mí”, aunque no hubiera estado fuera de lugar.

Hay algo del orden de lo intangible en la primera impresión que causa y está directamente relacionado a los submundos en los que el director se inmersa para estructurar el relato, el relacionado a la comercialización de la carne, pareciera ser el más evidente, pero hay otros que cobran fuerza en el transcurso de la proyección.

Pero luego se hace evidente el trabajo de investigación que se necesito para poder lograr un producto de esta calidad, al mismo tiempo que denota que el realizador no pertenece a ese mundo, lo indagó.

Alguien dijo que Chaplin no filmaba la pobreza, reflejaba en su cine el haberla vivido, y algo de eso, por la distancia con que esta narrada, “El patrón: Radiografía de un crimen” se impone el empezar a desgranar el texto desde su titulo, por un lado el patrón, que no sólo hace referencia al empleador, al mismo tiempo patrón como molde o modelo de sucesos que por repetirse se aceptan, se tornan cotidianos, se hacen imperceptibles.

Si la producción no tuviera los valores que realmente muestra, seria como dice mi colega Iván buscarle la quinta pata al gato, hilar demasiado fino.

Tampoco creo que sea casual la inclusión de la palabra crimen en el titulo, es mucho más abarcativa, si sólo nos quedáramos en la historia central podría simplificarse con el termino asesinato.

Hay muchos crímenes mostrados en la narración, y eso le otorga un plus a su favor, no todos son mostrados y construidos con el cuidado, el detalle y de la misma manera, pero están.

El director, con experiencia en el género documental, en su primera incursión en el cine de ficción, estructura el relato con cortes temporales, haciendo crecer los relatos diferenciados en espacio y tiempo hasta llegar a unirse, de manera tal que el asesinato, del que nos informan desde un principio, no se instala de manera taxativa como único motor de la historia.

“El Patrón: …” cuenta la historia de Hermógenes SaldÍvar (Joaquín Furriel), un obrero del campo, oriundo del interior del país, analfabeto, que llega a Buenos Aires para cambiar su futuro. Las circunstancias hacen que aprenda el oficio de carnicero, y termine arrestado por el asesinato de su jefe, Latuada (Luis Ziembrowski).

El caso judicial, un hecho real en el que se basa la película, se construye a partir del escudriñamiento de su abogado Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) quien trata de reconstruir la sucesión de eventos que llevaron al homicidio.

Con un muy buen guión cinematográfico, casi de hierro, como diría Syd Field (“El manual del guionista”), que denota trabajo hasta en la traslación temporal de los acontecimientos, (el filme transcurre en la actualidad, lo real en 1984, donde no había celulares, entre otras cosas, digamos). Posiblemente alguien criticará que algunas historias laterales se diluyan sin haber progresado, pero el conflicto está bien presentado, desarrollado y concluido, aunque el alegato final no tenga la fuerza que hubiera requerido para estar a la altura de lo precedente, por supuesto que apoyado en una muy buena dirección de arte, plagada de detalles que impulsan la progresión dramática, la fotografía en concordancia y un correcto diseño de sonido.

Posiblemente el punto más alto de toda la producción sean la actuaciones, desde Joaquín Furriel, en una creación loable, increíble, del personaje central, Luis Ziembrowsky siempre sorprendiendo con sus recursos expresivos, que a esta altura parecen inagotables, o la ya no tanta sorpresa de Germán Da Silva como Armando, el carnicero que le enseña el oficio a Hermogenes, casi una genialidad de verosímil, si habrá carniceros que irán a verla para saber como se debe hacer para serlo.

PD: Durante los días posteriores de haber visto la película, pensé en hacerme vegetariano, pero luego recordé los transgénicos, así que aguante el bife de chorizo, de algo hay que morir, ¿no?

(*) Dirigida por Armando Bo, en 1968.