El patrón: radiografía de un crimen

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Se recomienda no ir a ver esta película antes de ir a comer, especialmente si el plan incluye ir a una parrilla, digamos. Es tan fuerte la impresión que deja la manera en la que algunas carnicerías tratan su “material de trabajo” que uno sale del filme con ganas de volverse vegetariano. Si bien es muy probable que sean una minoría las carnicerías que venden, literalmente, “carne podrida” (disfrazada para que no se note con colorantes, productos químicos y otros que mejor ni nombrar), EL PATRON: RADIOGRAFIA DE UN CRIMEN, la primera película de ficción del hasta ahora documentalista Sebastián Schindel (MUNDO ALAS, GERMAN, RERUM NOVARUM y otras), deja una sensación de estar asistiendo a una revelación gastronómico/cultural de consecuencias imprevisibles. ¿Saldrá alguna asociación o gremio a disputar los hechos que narra el filme?

elpatron1Difícil, porque se basa en un caso real, si bien sucedió hace ya bastantes años y el propio director aclaró en varias entrevistas que las cosas mejoraron bastante desde entonces. La película de Schindel es la historia de Hermiógenes, un muchacho de provincia (Santiago del Estero) que llega a Buenos Aires y empieza a trabajar en una carnicería de barrio. Luego pasa a estar a las órdenes de una especie de mafioso que maneja varias carnicerías y que, para ahorrar costos, trabaja con carne al límite de su vencimiento, o bien ya podrida, a la que “trampea” de las maneras más repulsivas, produciendo en algunos casos problemas con los clientes.

El filme se centrará en la relación del empleado (Joaquin Furriel, irreconocible) con su patrón (Luis Ziembrowski), quien le enseña los espantosos trucos del negocio pero que lo obliga a pasarse de ciertas rayas “morales” que el chico santiagueño no acepta. En medio de esto, otros problemas surgen con la mujer del personaje de Furriel (Mónica Lairana), que pasa a trabajar de empleada doméstica en lo de su patrón, lo cual suma otra serie de inconvenientes.

elpatron2EL PATRON es una combinación de drama con toques de thriller clásico, bien narrado y efectivo, que pone el acento no solo en la carne en sí (ese sería, digamos, su “McGuffin” narrativo) sino que utiliza esa situación como metáfora para hablar de cierta degradación ética y moral, y de cuáles son los límites que los personajes están dispuestos a atravesar para salir adelante económicamente. El acento está puesto además, especialmente, en la lógica patrón/empleado y en la por momentos sutil y por momentos violenta dominación psicológica que existe en el mercado del trabajo.

El filme pierde algunos puntos al final cuando la película entra en una segunda etapa narrativa que se viene gestando a lo largo del relato y que está centrada en un abogado que encarna Guillermo Pfening y que defiende a Hermiógenes del crimen al que hace referencia el título. Es como una historia paralela –con los conflictos personales del abogado y cómo se va involucrando en la historia– que agrega poco a la potencia de la trama principal, que vuelve algo tan cotidiano como la vida de un carnicero y el hecho de ir a comprar carne a la esquina en una aventura propia de una película de terror.

(NOTA: Versión extendida de la crítica de la película publicada durante el Festival de Mar del Plata)