El patrón: radiografía de un crimen

Crítica de Agustina Tajtelbaum - Toma 5

“EL PATRÓN, RADIOGRAFÍA DE UN CRIMEN”: ESCLAVITUD EN EL SIGLO XXI

El director Sebastián Schindel abandona los documentales por primera vez en su carrera para ponerse al frente de su primer largometraje de ficción. Como no podía ser de otro modo, este relato está basado en hechos reales y no tiene escenario alguno: todo se muestra donde ocurrió. Un irreconocible Joaquín Furriel sorprende en un protagónico impecable interpretando a Hermógenes, un humilde peón de campo analfabeto que llega por primera vez a la gran ciudad buscando una vida mejor.
Sin mucha suerte, lo típico para un hombre que no tiene ninguna educación en absoluto, Hermógenes conoce a Armando (un genial Germán de Silva) y comienza a trabajar con él en su carnicería. Enseguida el encargado, un tal Latuada (Luis Ziembrowski) lo pone al frente de otra de las carnicerías que posee y le permite vivir en la pieza del fondo con su esposa. Hermógenes no podría estar más contento, encontró trabajo y vivienda. Pero las cosas con su patrón comienzan a complicarse, y no todo es tan ideal como él se imaginaba.
La narración alterna el pasado y el presente. El primero cuenta sobre la relación de Hermógenes con Latuada, un patrón cruel con piel de cordero que no tiene reparos en robarle abiertamente aprovechando su analfabetismo. Por otro lado, lo presiona para comercializar carne en cada vez peor estado. Es Armando el que como un macabro maestro le enseña a “defender” la carne para que igualmente se venda. El presente, por otro lado, tiene como protagonista al abogado Marcelo Di Giovanni (Guillermo Pfening) que se ocupa de defender a Hermógenes en un caso de homicidio. Y él comienza a preguntarse cómo es que un tipo tan tranquilo y sumiso ha asesinado a su patrón.
El guión, aunque ha sido escrito y re escrito varias veces a lo largo de doce años, cuenta una problemática muy actual: la trata de personas con fines laborales y cómo pueden quedar atrapadas en un sistema que los convierte en verdaderos esclavos. Tiene éxito por como funciona la relación antagónica entre el peón y el patrón. Ambos, Furriel y Ziembrowski hacen un trabajo excepcional. El trío se completa con Mónica Lairana, que interpreta a Gladys, la esposa de Hermógenes. Funciona como la voz de la razón, los ojos del hombre desesperado por salir adelante que le cuesta ver el maltrato que tiene enfrente. A su vez, aporta amor y ternura que funciona como el contrapunto a tanto abuso. Un trabajo impecable de los tres.
Merece mención aparte la caracterización de la pareja para dejar a Furriel y Lairana irreconocibles. Si recordamos al galán de espalda ancha y ojos azules, vamos a sorprendernos cuando veamos a un flaquito sin un solo diente. Y no sólo se trata del aspecto físico, sino del notable entrenamiento vocal que los hace pasar por verdaderos santiagueños. Es interesante la decisión de tener un protagonista caracterizado cuando todo lo demás es tan realista. No hay decorados, todo se muestra donde ocurrió. Sin embargo, fue acertado. Furriel demostró que es mucho más que un galán de novela y la descoce en este papel. Nos identifica y nos conmueve, algo difícil y poderoso para que un actor logre; más aún cuando representa un lugar social tan lejano para cualquiera que se siente en una sala de cine.
La historia tiene poco de artificial, por eso quizá a algunos pueda resultarles lenta, pero queda bastante solucionado gracias a que intercale el pasado y el presente. El equipo del presente es algo más flojo, tanto Pfening como su esposa (Victoria Raposo) muestran una interpretación un poco más tibia que no llega al nivel del dúo antagonista. Pero no es importante, todo funciona muy bien. La calidad del guión y de las interpretaciones no deja casi nada que desear. De lo mejor que he visto en cine argentino últimamente.

Agustina Tajtelbaum