El pasante

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

El juego como liberación

Ya lo veníamos anunciando desde esta columna. El Cinéfilo Bar (Bv. San Juan 1020, esq. Mariano Moreno) se está convirtiendo en un espacio de exhibición imprescindible para el cine joven argentino, pues los jueves se anima a programar aquellos estrenos nacionales que no encuentran lugar en las demás salas de proyección, sean comerciales o no. Hoy volverá a ocurrir con el estreno de El pasante, ópera prima de Clara Picasso, que en su momento fuera presentada en el prestigioso Festival de Rotterdam 2010 y en la 12º edición del BAFICI porteño, aunque su buena repercusión no alcanzó para que tuviera una distribución a su altura. Se dirá que la naturaleza de la obra conspira en su contra, pues se trata de un filme que hace de la ambigüedad su motor narrativo, que desafía las típicas categorías interpretativas y que propone un juego particular a los espectadores, en el que no se trata tanto de descifrar un conflicto determinado como de entregarse a la posibilidad del juego especulativo (o, si se me permite el término, de la fantasía). Pero semejante afirmación supone una profunda desvalorización de los espectadores, cuando Clara Picasso hace lo contrario: propone un filme que apuesta por una intelección participativa.

Como corresponde a la escuela estética a la que pertenece (Picasso viene de la Universidad del Cine -FUC), El pasante tiene una trama mínima, que se desarrolla a través de los detalles y las sugerencias más que de acciones concretas. Apuesta, no obstante, a una narración más clásica que la de sus compañeros de la FUC: su argumento sigue el primer día de trabajo de un pasante (Ignacio Rogers, gran actor fetiche del grupo) en un lujoso hotel porteño, donde deberá descubrir cómo sobrevivir al ejercicio de sometimiento que supone su oficio. La inteligencia narrativa (y formal) de la directora se puede constatar en las primeras secuencias: tras la presentación del protagonista ante el encargado de recursos humanos (que lo pondrá ante su primera, sutil humillación), el filme irá recorriendo los diferentes espacios de trabajo del edificio. Se trata no sólo de filmar el trabajo humano, algo que no suele estar presente en la gran pantalla, sino de captar el funcionamiento de un sistema, de un organismo vivo dedicado a dominar los cuerpos mediante su inclusión en una línea de producción donde todos los eslabones están conectados de alguna forma entre sí. Sin embargo, luego de esta introducción, Picasso comenzará a explorar los diferentes modos en que los actores de esta comedia sin dudas absurda pueden rebelarse y trascender la automatización a la que son sometidos, aunque sin recurrir nunca a subrayados ni explicaciones verbales, simplemente adoptando a rajatabla el punto de vista de los trabajadores. Otra empleada del hotel (Ana Scannapieco, en su buen debut) cumplirá un rol central. Encargada de enseñarle el oficio a nuestro pasante, primero practicará un tipo especial de sometimiento con él, una suerte de reproducción de las relaciones de poder que los controlan a ambos, pero que lentamente irá mutando a un juego de seducción incierto, que podría finalizar tanto en una relación amorosa como en una discusión. Ocurre que la directora apuesta a una ambigüedad de las señales (genéricas y de las interpretaciones): Picasso juega con los códigos del thriller (enfatizado por una banda de sonido minimalista) y la comedia, a veces apelando a un tono absurdo o surrealista, hasta que se entiende que la propuesta es disfrutar de ese mismo juego de aprendizaje que exploran los personajes, que constituye sin dudas una forma de liberación.

“Cuentas del Alma”, de Mario Bomheker

De una elegancia formal contenida (en la que el manejo de la cámara y de la luz de Fernando Lockett tiene mucho que ver), narrado a través de planos medios y planos secuencia, El pasante hace en realidad del hotel su verdadero protagonista, una especie de panóptico de mil ojos donde sus habitantes deben buscar el modo de preservar su intimidad. La gran virtud de Picasso se encuentra en la sutileza de su propuesta, que nunca busca cerrar sentidos ni proponer análisis concluyentes, sino que intenta estimular la fantasía como una forma de rebeldía, a partir sobre todo de la decisión (política) de no abandonar jamás la mirada de sus protagonistas (la escena clave del filme es aquella en la que asistimos a una fiesta en el hotel desde su posición), una propuesta que esconde una vocación liberadora. Como liberador es también, a su modo, el estreno cordobés “Cuentas del Alma”, del profesor Mario Bomheker, que se proyecta en el Espacio INCAA de la Ciudad de las Artes, y sobre el que hablaremos la próxima semana.

Por Martín Iparraguirre