El panelista

Crítica de Santiago Balestra - Alta Peli

Pequeña historia sobre unos protagonistas con una sensibilidad particular.

El cine usa la imagen y el sonido como transmisores de lo sensorial. La imagen y el sonido son intermediarios cruciales para poder poner esas sensaciones en palabras. ¿Pero qué ocurre cuando quienes no disponen de estos sentidos deben expresar esas sensaciones?  En El Panelista podremos observar que esa carencia de sentidos le permite a los protagonistas de este documental expresarse con una profundidad y sentimiento que no necesita de mayores rimbombancias, más que sus relatos.

Lo sensorial más allá de la simple percepción

El Panelista, si bien es la historia concreta del personaje particular, es más la historia de todo un grupo que comparte su misma condición de ceguera, y cómo dicha condición les ha agudizado los sentidos, permitiéndoles incluso poder hacer aportes científicos. Sin embargo, este último detalle es apenas una circunstancia, ya que la película elige profundizar los vericuetos emocionales de sus protagonistas.

Esta propuesta no evoca en ningún momento la lástima. Ahonda en la superación lo mínimo indispensable. Es una película de cotidianeidades, de un día a día muy peculiar, de sociabilidades. Donde el tacto, el olor, el oído, no son solo sentidos, no son solo herramientas de trabajo, sino que son accesos a las sensaciones, a las emociones que tenemos todos. Donde, con perdón de la cursilería, se ilustra con acciones y expresiones que los ojos no son las únicas ventanas del alma humana.

Sus protagonistas no solo experimentan dentro de los muros del laboratorio, sino afuera de él. Un experimento constante.

Es una narración que se planta, que no es intrusiva, que se sabe observadora y deja que sus sujetos cuenten la historia. Cierto, este enfoque contemplativo puede atentar contra el ritmo final. Pero uno puede entender la prioridad en no afectar la naturalidad de este entorno y sus personajes, elemento crucial para apreciarlos y comprenderlos.

Ejemplos claros de esto es cómo reaccionan los protagonistas ante una versión audio-descriptiva de la película Titanic. Una de ellas toma el recuerdo del visionado del film como puntapié para contar su propia historia. Sin embargo, uno más conmovedor es cuando el panelista titular cuenta la historia de cómo casi pierde a su hijo al quedar este electrocutado. Es ese relato que motoriza un segmento algo psicodélico, un gesto en apariencia poco coherente con el ritmo visual que se viene llevando, pero que por otro lado trata de guiar al espectador por esa vivencia de un modo más sensorial que una escenificación. Decantarse por esta última hubiera sido un error, uno que afortunadamente la película no comete.

Entre tanto rigor científico y de cotidianeidades varias, también sabe cómo despertar momentos conmovedores de situaciones pequeñas, como atravesar un viaducto en bicicleta a toda velocidad. Es ahí donde queda resumido el espíritu de El Panelista, una historia pequeña y extraordinaria de unos personajes que gracias a esta película podrán tener más visibilidad en la sociedad.