El país de las últimas cosas

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

En una ciudad sin nombre donde todo lleva años desmoronándose lentamente, para sus habitantes ya no queda ni siquiera la esperanza y la mayoría sabe que lo único que tiene como futuro es la muerte.

Hasta allí viajó Anna (Jazmín Diz), buscando a su hermano desaparecido entre las grietas de ese sistema colapsado. Y ella misma fue quedando enredada en la desesperanza reinante.

Recién después de meses sobreviviendo recolectando cosas de la calle para vender, logró dar con su su única pista y contactar a Sam (Christopher Von Uckermann), un colega periodista de su hermano que también se suponía que lo estaba buscando, pero que al ver la realidad que lo esperaba en la decadente metrópolis se dedicó a recolectar todos los testimonios que pudiera de sus habitantes. Un esfuerzo tan enorme como fútil de intentar salvar del olvido algo de la cultura local, con la esperanza de que algún día logre recomponerse.

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Alta Peli

CRÍTICASEl País de las Últimas Cosas (REVIEW)

por

Matías Seoane

publicada el 16/02/2022

El país de las Últimas Cosas, diario de la desolación. Crítica a Continuación.

En una ciudad sin nombre donde todo lleva años desmoronándose lentamente, para sus habitantes ya no queda ni siquiera la esperanza y la mayoría sabe que lo único que tiene como futuro es la muerte.

Hasta allí viajó Anna (Jazmín Diz), buscando a su hermano desaparecido entre las grietas de ese sistema colapsado. Y ella misma fue quedando enredada en la desesperanza reinante.

Recién después de meses sobreviviendo recolectando cosas de la calle para vender, logró dar con su su única pista y contactar a Sam (Christopher Von Uckermann), un colega periodista de su hermano que también se suponía que lo estaba buscando, pero que al ver la realidad que lo esperaba en la decadente metrópolis se dedicó a recolectar todos los testimonios que pudiera de sus habitantes. Un esfuerzo tan enorme como fútil de intentar salvar del olvido algo de la cultura local, con la esperanza de que algún día logre recomponerse.

El País de las últimas Cosas, un presente continuo

Tras un proceso de casi dos décadas, Alejandro Chomski (Dormir al sol, Maldito Seas Waterfall!) trae a la pantalla la adaptación de la novela El País de las Últimas Cosas (In the Country of Last Things) de Paul Auster, una propuesta atípica que lucha por narrar conceptos antes que acciones.

No sabemos casi nada de la historia de esta tierra sin nombre donde se asienta El País de las Últimas Cosas. No importan los detalles de cómo llegó a este estado de desintegración, donde el único combustible capaz de producir la escasa energía disponible parece venir de los cadáveres de sus ciudadanos, incluyendo a algunos que comienzan a ver el buscar la muerte casi como un deber cívico. O al menos como la única forma de lograr que su paso por esa tierra sirva para algo.

La desesperanza es infecciosa y se mete en las mentes de quienes viven en El País de las Últimas Cosas, aunque vinieran del exterior como Anna y Sam. No hay mucho para hacer quedándose ni es fácil irse, pero además ni siquiera parece que les quede voluntad como para intentarlo, como si olvidaran que fuera siquiera una opción.

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CRÍTICASEl País de las Últimas Cosas (REVIEW)

por

Matías Seoane

publicada el 16/02/2022

El país de las Últimas Cosas, diario de la desolación. Crítica a Continuación.

En una ciudad sin nombre donde todo lleva años desmoronándose lentamente, para sus habitantes ya no queda ni siquiera la esperanza y la mayoría sabe que lo único que tiene como futuro es la muerte.

Hasta allí viajó Anna (Jazmín Diz), buscando a su hermano desaparecido entre las grietas de ese sistema colapsado. Y ella misma fue quedando enredada en la desesperanza reinante.

Recién después de meses sobreviviendo recolectando cosas de la calle para vender, logró dar con su su única pista y contactar a Sam (Christopher Von Uckermann), un colega periodista de su hermano que también se suponía que lo estaba buscando, pero que al ver la realidad que lo esperaba en la decadente metrópolis se dedicó a recolectar todos los testimonios que pudiera de sus habitantes. Un esfuerzo tan enorme como fútil de intentar salvar del olvido algo de la cultura local, con la esperanza de que algún día logre recomponerse.

El País de las últimas Cosas, un presente continuo

Tras un proceso de casi dos décadas, Alejandro Chomski (Dormir al sol, Maldito Seas Waterfall!) trae a la pantalla la adaptación de la novela El País de las Últimas Cosas (In the Country of Last Things) de Paul Auster, una propuesta atípica que lucha por narrar conceptos antes que acciones.

No sabemos casi nada de la historia de esta tierra sin nombre donde se asienta El País de las Últimas Cosas. No importan los detalles de cómo llegó a este estado de desintegración, donde el único combustible capaz de producir la escasa energía disponible parece venir de los cadáveres de sus ciudadanos, incluyendo a algunos que comienzan a ver el buscar la muerte casi como un deber cívico. O al menos como la única forma de lograr que su paso por esa tierra sirva para algo.

La desesperanza es infecciosa y se mete en las mentes de quienes viven en El País de las Últimas Cosas, aunque vinieran del exterior como Anna y Sam. No hay mucho para hacer quedándose ni es fácil irse, pero además ni siquiera parece que les quede voluntad como para intentarlo, como si olvidaran que fuera siquiera una opción.

Hay muchas ideas flotando en el aire de El País de las Últimas Cosas, entretejidas en el clima opresivo remarcado por la falta de color y algunos ambientes claustrofóbicos. Con bastante éxito, logra que se filtren fuera de la pantalla, aunque sin preocuparse demasiado por desarrollar una trama o a sus personajes, de los que sabremos apenas lo elemental y casi siempre porque alguien lo explica. Todo esto, combinado con interpretaciones poco lucidas ya sea por fallas en la interpretación o en su marcación actoral, los vuelve casi intercambiables o descartables, pues el punto de vista los trata con el mismo nivel de desapego que la población de El País de las Últimas Cosas trata a su existencia. No transmiten algún sentimiento a través de la pantalla, como si el ojo por el que espiamos se sintiera tan ajeno a todo que ni siquiera intenta fingir que le interesa lo que mira. 

Hay ideas interesantes que aparecen como flashes a lo largo de El País de las Últimas Cosas, especialmente desde el trabajo de fotografía y ambientación. Lamentablemente, y como no es raro que suceda con algunas adaptaciones literarias, esos destellos de creatividad en la propuesta visual no alcanzan para evitar que grandes pasajes de El País de las Últimas Cosas sean prácticamente un audiolibro, donde la voz de Anna se dedica a contarnos con detallados y desapasionados monólogos todo aquello que no puede mostrarnos con imágenes. Incluso lo hace con algunas cosas que estamos viendo o a punto de ver, porque una vez que se embarca en la lectura parece difícil abandonarla.