El otro hermano

Crítica de Elena Marina D'Aquila - Cinemarama

La ley de la calle

La novela de Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo, parecía escrita para que algún día viniera Adrián Caetano a filmarla y expandir su extraordinario universo de outsiders. Las primeras imágenes de El otro hermano –título que le permite al director jugar con varias capas de interpretaciones–, como sucede en toda buena película, dejan bien en claro el tono de lo que vamos a ver durante el resto del metraje. En lo que queda de una parada de micros donde se lee “Morales intendente”, al costado de una desolada ruta, se encuentra Duarte (Leonardo Sbaraglia), esperando a Cetarti (Daniel Hendler), que llega un poco después, algo desorientado, en un auto destartalado para encontrarse con él. Duarte lo lleva a reconocer los cuerpos de su madre y su hermano –a quienes no veía desde hace años–, brutalmente asesinados por un suboficial retirado de la Fuerza Aérea que salía con su madre y que luego de matarlos se suicidó. Después de firmar unos papeles, Duarte le ofrece a Cetarti la posibilidad, no muy legal que digamos, de cobrar un seguro de la Fuerza, pero para eso debe quedarse un par de días por la zona. Cetarti acepta y decide quedarse donde vivía su hermano, apenas cuatro paredes levantadas en el medio de la nada, que por dentro parece más un depósito de chatarra que una casa. A todo esto, ni siquiera aparecieron los créditos iniciales, y en apenas unos pocos minutos, Caetano ya nos introdujo en una atmosfera opresiva, casi irrespirable, un entorno de lugares derruidos, precarios y abandonados habitados por personajes que guardan una colección de bichos muertos en la heladera y dinero en urnas para muertos. También nos presentó al protagonista, en principio un tipo bastante maleable al que resultar fácil estafar, pero no todo es lo que parece y menos en este oscuro escenario, donde el único motor es el dinero y solo el más cruel sobrevive. En El otro hermano no hay cabida para los sentimientos y eso es lo más aterrador de todo –vean la frialdad pasmosa con la que Cetarti tira las cenizas de su familia en un inodoro para poder usar las urnas como alcancía–. Pero dentro del hiperrealismo brutal que exhibe cada escena, Caetano se las ingenia para incluir un momento puramente onírico que potencia y enrarece aún más el clima del relato: en medio de la noche, aparece un cebú enloquecido y destroza a cuernazos la puerta del lugar donde vive Cetarti, para luego soltar un sonido gutural y alejarse hasta perderse entre los pastizales nocturnos.

Este submundo suspendido en el tiempo y al margen de la ley que parece salido de alguna Mad Max, donde escarabajos, perros feroces y criaturas surreales conviven con los humanos o con lo que queda de ellos, entre carteles que anuncian la realización de un polo científico que jamás se terminó, y la puesta en valor de un pueblo fantasma que vive en el olvido, todo resulta el contexto ideal para construir una atmosfera sofocante. Caetano se vale de planos y de lugares cerrados: sótanos, baúles de autos, placares y casas atiborradas de chatarra en las que no hay espacio ni para estar.

El cineasta más argentino de los uruguayos construye a sus personajes con la misma rigurosidad y coherencia con la que filma el mundo; esa mirada queda plasmada en el cuidado especial que le da a los diálogos para que suenen tan naturales como quienes los pronuncian. El resultado es una película de un pesimismo y una incomodidad pocas veces vistos en nuestro cine, y un relato que se vuelve físico: puede sentirse el calor sofocante y la transpiración, la suciedad de los ambientes, el olor a sangre y la humedad de las paredes, y también la tensión que flota en la densidad del aire y la violencia subterránea a punto de explotar en cualquier momento.

El otro hermano viene a recordarnos la extraordinaria habilidad de Caetano para descubrir mundos nunca antes observados, desnudarlos en toda su crudeza –estamos ante una película donde sugiere el abuso a un chico down– y, a la vez, desarrollarlos según las formas de los géneros, lo que confirma a Caetano como una rara y celebrada excepción dentro de nuestro cine.