El oso Yogi

Crítica de Martín Fraire - País 24

Abrazo de oso

Coqueteando con la animación digital y el trabajo de actores reales, la adaptación al cine de El oso Yogi parecía ser más una excusa para que los adultos vuelvan a divertirse como antaño, cuando disfrutaban del dibujo animado en televisión, que la presentación a nuevas generaciones.

Porque si bien la película recrea fielmente las aventuras de los personajes salidos de la fantástica pluma de la dupla Hanna-Barbera, hay algo que hace ruido, que no está bien.

En principio, la diferencia sustancial entre los personajes dibujados y los animados digitalmente, sumados a la mixtura con locaciones y actores reales –que nunca termina de funcionar del todo bien- le quitan personalidad al film en su conjunto.

La historia se basa principalmente en la relación entre Yogui y Bu Bu con el guardaparque Smith (Tom Cavanagh), y sobre cómo deberán evitar que el alcalde Brown clausure Jellystone y lo venda, debido a las pérdidas económicas que éste genera. Con la ayuda de una documentalista (Anna Faris), los protagonistas intentarán impedir que sus hogares se cierren definitivamente.

Basándose en una básica premisa, la película que dirige Eric Breving (Viaje al centro de la tierra) presenta una serie de situaciones que, por demasiado simples, nunca terminan de ser lo suficientemente graciosas.

Así el film se apunta como un título expresamente para chicos –no más de 9 años- y allí presenta su mayor dicotomía. Porque aquellos que busquen algo del original que todavía hoy se emite en algún canal de cable, encontraran una historia muy poco atractiva.

Entonces, el principal problema de El Oso Yogi pasa por su propia intención. Detrás de uno de los nombres más importantes del mítico estudio norteamericano, responsable de gemas como Los Picapiedras o Los Supersónicos, hay una película que no engancha ni siquiera a los más pequeños y que -por ende- no hace honor al nombre que lleva.

Por suerte, previo al film, se proyecta un muy buen corto sobre otros personajes míticos de la pantalla chica: El Coyote y el Correcaminos. A fuerza de un humor físico que no pierde vigencia con los años, este pequeño metraje logra sacar más de una sonrisa que sí se siente como una tarde de chocolatada frente al televisor.