El origen de los guardianes

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Con un planteo de clásica fábula infantil

Se sabe que el marketing reconfigura a diario los usos y costumbres de la sociedad globalizada, acostumbrándola, por ejemplo, a ingerir gaseosa negra casi como un acto ontológicamente humano. Sin llegar a ese extremo, El origen de los guardianes (a no confundir con la reciente La leyenda de los guardianes, de Zack Snyder) es otro eslabón más de esa larga cadena: un film de animación estadounidense destinado a los menores de ocho o nueve años, con personajes propios de la cultura popular anglosajona y centrado en las posibilidades de creer de un grupúsculo de chicos de aquellos pagos. Lo que no estaría mal, a no ser por la confusión germinal entre lo lúdico y lo pueril y esa pretensión universalista inherente a diez de cada diez producciones hollywoodenses. Así, los engranajes del dispositivo rechinan por esa tensión entre lo local y lo global, de-sinflando una historia cuya premisa era al menos curiosa.

Como en la notable Skyfall, la escena inicial de El origen de los guardianes incluye una inmersión profunda en aguas abiertas. Inmersión que en ambos casos tiene una significación similar, clausurando un ciclo y abriendo inmediatamente otro. En el caso de Jack Frost implica el pasaje del mundo de los vivos al mitológicofantástico, ya que desde su muerte es el responsable de las nevadas y la consecuente alegría de los más pequeños. ¿Que no es un personaje propio de estas latitudes de clima cada día más caribeño? Bueno, mucho menos conocido es Sandman, protector de los buenos sueños en las culturas celtas y el norte del río Bravo. Ellos dos, junto con Papá Noel, el Hada de los Dientes, equivalente a nuestro Ratón Pérez, con chiste incluido al respecto, y el Conejo de Pascuas integrarán una comitiva destinada a defender a los menores del más mundializado Cuco, que vuelve dispuesto a acabar con la magia del mundo.

La media hora inicial del debut como director en la pantalla grande del hasta ahora animador Peter Ramsey es la más interesante. Hay un planteo clásico de fábula infantil, personajes buenos muy buenos y malos muy malos, un trabajo visual con una paleta de colores infinita y un 3D usado como herramienta funcional a la creación de la profundidad de campo y no como chiche-ferial-arrojador-de-cositas-a-la-platea. E incluso hay una saludable intención de destruir la iconografía tradicional de los protagonistas, reimaginando a Papá Noel como un híbrido entre dirigente soviético de la perestroika y un vikingo otrora poderoso, o al Conejo como un fornido luchador de tai chi de casi dos metros de altura. El problema es que Ramsey parece no confiar en la potencia de su mundo ni muchos menos en la inteligencia de los bajitos y cede ante la tentación demagógica del subrayado y la condescendencia. Se entiende, entonces, el uso de frases tales como “si los chicos dejan de creer, todo se evapora” o que el objetivo del quinteto sea “vigilarlos y llevarles asombro y sueños”. Todo eso hace que El origen de los guardines deje atrás su idea germinal de ser una película para chicos para reconfigurarse en otra que se autocomplace palmeándoles la cabeza.