El ocaso de un asesino

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Armado y misterioso

George Clooney encarna a un hombre parco y con secretos en este seco thriller.

Acaso para cambiar de aire, o porque le quedaba más cerca la zona de rodaje de su casa en el Lago Como, George Clooney se embarcó en un proyecto inusual como es El ocaso de un asesino . El filme, dirigido por el realizador de Control , el también fotógrafo holandés Anton Corbijn, en bellas locaciones de Italia, difere bastante de los proyectos que usualmente encara el actor. Si bien Clooney es un hombre que toma riesgos en su carrera -lo ha hecho muchas veces, especialmente como realizador-, esta película plantea algo inédito en su filmografía. Es una película europea.

En realidad, El ocaso... es un choque de estilos. Por un lado remite a cierto cine estadounidense de los años ‘60 y ‘70 (con antihéroes solitarios y lacónicos, como Steve McQueen, Lee Marvin o el mismo Clint Eastwood), con un asesino silencioso y misterioso, del que apenas sabemos unos datos que quedan claros en el arranque: unos suecos lo están buscando para matarlo. ¿O no es tan así? Lo cierto es que después de ese comienzo que promete -como el trailer- un filme riguroso pero duro, intenso, casi un western que se mudará a los pequeños pueblos de Abruzzo, Corbijn opta por un estilo más contemplativo, intentando acaso remedar a El samurai , de Melville/Delon, o hasta estilos aún más secos (de la línea Antonioni/Bresson) o el de la reciente Limits of Control , de Jim Jarmusch. Pero se queda a mitad de camino entre ambos.

Siempre rodeado de bellas mujeres (una prostituta, Clara, especialmente), el hombre -que puede llamarse Edward o Jack o Mr. Butterfly- se escapa y se esconde, se hace pasar por fotógrafo, comienza a construir un arma a pedido (acción que ocupa un largo rato del filme), a tener conversaciones pseudofilosóficas con un cura y uno, como espectador, sabe que el estallido no tardará en volver a aparecer.

El ocaso de un asesino homenajea con conocimiento y respeto a esos antecesores, pero no consigue emular ni su tensión ni su fuerza dramática. Parece, casi, un ejercicio de estilo o una recreación fotográfica, donde las piezas están todas ubicadas en el lugar correcto pero el filme cobra vida sólo intermitentemente, acaso por la dedicación algo excesiva del director en destacar la belleza del lugar. Y, claro, de Clooney y sus varias mujeres.

Haber hecho el filme de Corbijn es una elección respetable y noble de parte de Clooney. Lástima que el resultado no esté a la altura de sus pretensiones y que, finalmente, el filme no convoque ni interese tanto como otros trabajos suyos cercanos a este estilo como Syriana o Michael Clayton.