El nuevísimo testamento

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Imaginen que un hombre cualquiera puede ser Dios. Incluso, más bien, es un tipo de la peor calaña. Vive en Bruselas y se entretiene en una inmensa habitación repleta de ficheros del suelo al techo, con una computadora que no tiene nada de sofisticado (en conjunto, el ambiente recuerda a esa genial recreación de la burocracia de Brazil, mitad burla, mitad ciencia ficción).
Este Dios –inspirado más bien en los terribles demiurgos de los gnósticos– tiene hábitos escatológicos, mal carácter y le encanta mandar al cajón a las personas con sólo apretar Enter. Dios vive con una mujer sometida y una hija rebelde; de su famoso hijo hay una estatuilla en el cuarto de la chica.
Un día la estatuilla toma vida y le dice a su hermana lo que debe hacer para castigar al padre. Entonces la chica entra a hurtadillas en la gran habitación de comandos y hackea la computadora. Lo que hace, para enfurecer a Dios, es liberar todos los ficheros que dicen día y hora de la muerte de todos los humanos y manda ese dato crucial por SMS.La gente toma al principio los mensajes con sorna, pero cuando los medios empiezan a dar cuenta de que la profecía se cumple, el mundo entra en pánico. El director belga Jaco Van Dormael (Mr. Nobody) tiene un par de ases verdaderamente graciosos; por ejemplo, un muchacho que vive en excesos de fiesta en fiesta, a sabiendas de que vivirá más de cien años, mientras otro juega a tirarse de balcones, estilo Jacksass, desafiando a una muerte que tardará en llegarle.
Mientras tanto, la rebelde va armando un equipo de nuevos apóstoles, cerrando un número que complazca a su madre (fan del béisbol), para salvar al mundo. Hay algo liviano y de realismo mágico en la película de Van Dormael, pero su gracia y humanismo la redimen. No sólo El nuevísimo testamento es un film entretenido sino que promueve reflexiones sobre nuestra aturdida humanidad.