El notificador

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El apéndice enfermo

Hace unos años quienes tuvimos la chance de ver el documental La oficina en el Bafici, del director Blas Eloy Martínez (hijo del reconocido escritor Tomás Eloy Martínez), donde se retrataba la dinámica de una oficina de la inspección general de justicia, notamos que en ese universo existía el potencial para una película de ficción, rica en personajes y situaciones.

El presagio finalmente se hizo carne en El notificador, film de Blas Eloy Martínez elaborado en base a su propia experiencia como notificador de cédulas judiciales cuando tenía 18 años, trabajo que ejerció por más de 9 años y del que, según propias palabras del director, debió escapar para no ser absorbido y atrapado por esa maquinaria que de cierta manera invisibiliza a las personas.

Este opus debe leerse como una gran metáfora que muestra de forma palpable e inteligente los mecanismos perversos de la burocracia estatal y el estado calamitoso en el que se encuentra la Justicia argentina a través del derrotero de Eloy (gran actuación de Ignacio Toselli), un notificador joven que debe lidiar a diario con todo tipo de personas a las que tiene que entregar cédulas judiciales, que por lo general no son buenas noticias ya que corresponden a demandas judiciales.

El automatismo al que debe someterse día a día cuando retira de un mostrador las cédulas en una oficina plagada de expedientes e historias que no se ven, lo confronta con una realidad cada vez más angustiante: retraso en la entrega, falta de sueño, problemas con su novia a punto de abandonarlo, y la imposibilidad de mostrarse distante ante terceros que reciben malas noticias.

Al igual que sus depositarios, Eloy para el sistema es otro clavo oxidado y absolutamente prescindible ya que su tarea la puede hacer cualquier otro y ese otro, Pablo (Ignacio Rogers), llega como amenaza latente.

Blas Eloy Martínez dosifica de manera inteligente el humor para hacer de esta opresiva aventura urbana algo más agradable al ojo del espectador sin descuidar en absoluto el conflicto interno de Eloy y su crisis en relación al trabajo, al mandato social y también al pasado que carga simbólicamente en la mochila donde transporta los papeles.

La distancia que genera el director respecto a su protagonista es lo suficientemente ancha para dejar que fluya este relato que va acumulando tensión al mismo ritmo en que los papeles se entregan y que Eloy desaparece como persona para transformarse en un apéndice enfermo de un sistema más enfermo aún.