El notificador

Crítica de Blanca María Monzón - Leedor.com

Con un logrado clima se estrena en Buenos Aires el 18 de octubre este film argentino, de Blas Eloy Martínez Un voyeurismo obligado.

Con un clima asfixiante in crescendo acompañado de una muy buena interpretación de Ignacio Toselli y excelente música de Daniel Drexler se presenta este film con mucho de autobiográfico, ya que este proyecto rescata y modifica varias de las historias vividas por su director con 9 años de notificador.

Eloy (nombre homónimo de su director) es un empleado del Poder Judicial que reparte cerca de 100 informes diarios, por lo que entra en contacto con ese mismo número de historias de vida y seres humanos a lo largo del día. Lo que ha hecho de él con los años, el estereotipo del empleado alienado. Aquel, que se encuentra en un callejón al cual no le ve la salida y en el que sólo el deseo de sentirse persona podrá salvarlo.

Llevar demandas laborales, desalojos o denuncias por amenazas -en su mayoría- generan en quienes desarrollan esta actividad una distancia afectiva con “el otro”. En un comienzo para auto protegerse evitando involucrarse, pero con el tiempo esa actitud termina apropiándose de la propia emocionalidad, para finalmente reducirnos a vivir anestesiados en una eterna rutina, sin ninguna gratificación.

El Notificador reflexiona no sólo sobre este mecanismo, que de hecho es parte corriente de muchas disciplinas laborales, sino que da cuenta de la desesperación que implica dejar un trabajo, – porque de hecho eso implica seguridad -aunque este no nos genere satisfacciones, a la vez que nos enfrenta a una realidad que se repite y se repetirá en el interior de las ciudades. Es posible que esta sea una de las razones por las cuales su protagonista se imagina tirado en el pasto. Lo que nos trae viejas dicotomías pensadas como “verdades” entre el campo y la ciudad, la civilización y la barbarie, y más acá las relaciones del supuesto progreso con la alienación.