El nombre

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Una cuestión de identidades

A toda velocidad, en apuros. Desde el vamos, El nombre (Le prénom) muestra la cautivante geografía parisina desde la óptica del recorrido en bicicleta de un delivery boy que toca una puerta y sufre el tempestivo temperamento de Pierre (Charles Berling). Dirección equivocada, era la casa de al lado.

Esta comedia francesa, basada en la obra de teatro Le prénom y cuya adaptación local está en cartel bajo la novel dirección de Arturo Puig, posee el ritmo abrupto del comienzo: de la risa al silencio, de la duda a la vergüenza, sin grises.

La pareja de este profesor -con ideas de izquierda progresistas- es Elisabeth (Valérie Banguigui), una vulgar maestra, algo esclavizada a la cocina, que prepara una dulce velada de cocina marroquí. Es sábado a la noche, los chicos se fueron temprano a la cama, llegarán tres amigos más a comer. Nada puede fallar. O eso parece.

Luego del frenesí de los preparativos las fichas comienzan a acomodarse en esta producción con una verba vertiginosa. Aparece Claude, un refinado trombonista de orquesta y eterno confidente de Elisabeth; luego Vincent (Patrick Bruel), macho alfa galo y homenajeado padre primerizo quien sedujo a la bella y embarazadísima Anna (Judith El Zein), que también se sumará a la apocalíptica cena.

Con diálogos repletos de ironía, mentiras (por parte de Vincent), sarcasmo y algo de mal gusto (de más lo del supuesto bebé muerto) las punzantes charlas incluyen posiciones ideológicas enfrentadas (guiño al Denys Arcand de Las invasiones bárbaras) donde los trapitos al sol salen a la luz y también algunos secretos como el del ¿prohibido? romance de Claude.

El chiste de querer ponerle Adolphe a un hijo deriva en discusiones a voz en cuello por parte de Pierre y también cómicos malentendidos. En El nombre (Le prénom) una discusión siempre lleva a otra, nunca hay paz en la casa: asfixia. Los realizadores agotan un tema (ejemplo: los nombres) y asoma otro (la intolerancia familiar) como punta de ovillo para tirar y así justificar la duración de un filme que se podría haber resuelto en mucho menos tiempo.