El niño y la bestia

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Curioso estreno el de “El niño y la bestia”. Se sabe de un público a nivel mundial fanático del animé y los éxitos de “Los caballeros del zodíaco” o “Dragon Ball” lo demuestran, pero éste caso no es el del inicio de una saga ni el desprendimiento de un producto televisivo. Por el contrario, si bien es una mixtura entre leyendas, poemas, fábulas y otros cuentos chinos y japoneses; hay claras referencias a clásicos como Moby Dick, Peter Pan, y en un punto hasta se podría decir que el concepto de “El mago de Oz” o “Laberinto” está intacto. Esto de “escaparse” a otro mundo por causa de una realidad adversa y construir un universo imaginario tan potente como el cotidiano.
El papá de Ren (Aoi Miyazaki) se las tomó luego de divorciarse de su mamá que acaba de morir. El niño es llevado hacia un lugar que le produce rechazo, y por eso se escapa por la ciudad hasta dar con un mundo de bestias en donde conocerá a Kumatetsu (Koji Yakusho), gran guerrero, joven, algo alborotado y rebelde (¿Una proyección de Ren?) que toma al niño como su discípulo.
Sin embargo, el guionita y director Mamoru Hosoda no pone a estos dos en un plano lógico de mandatos. Ni siquiera por cuestiones de conocimiento y experiencia. Desobedeciendo las reglas de la obviedad, los empata. Los alinea en el mismo lugar para que en esa maraña de sensaciones encontradas cada uno de ellos descubra y aprenda del otro. Instalado en esa simpleza y sin lecciones de moral el guión sorprende gratamente por su autodeterminación para trocar los puntos de giro, incluso cuando la trama parece encaminada hacia un lugar concreto.
Si bien está claro que la temática central es el crecimiento y sus dolores, esta suerte de fábula va llevando a esos personajes de la mano para darle a cada cual su momento de redención. Tal vez en este punto se puede achacar un exceso de diálogos, que sobre explican lo que ya ha quedado claro en imágenes, sumando minutos poco útiles al ritmo.
Por esta y otras razones que se encuentran en la relación entre los protagonistas, uno termina preguntándose si este argumento no merecía acción en vivo en lugar de animación, aunque hay que reconocer el poderío visual producto de la combinación entre lo artesanal del dibujo y el CGI.
Seguramente “El niño y la bestia” encontrará su público, si es que éste está dispuesto a congeniar con la extraña disposición horaria de las cadenas exhibidoras, pero vale la pena hacerse un rato.