El navegante solitario

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

EL REFUGIO DE LA PROPIA SOLEDAD

Antes por cuestiones políticas, hoy por desinterés o desconocimiento (o quizás aún por cuestiones políticas), la figura de Vito Dumas permanece anclada en cierta marginalidad que la aleja del reconocimiento que podría tener. Aunque en vida recibió los máximos galardones internacionales, y su leyenda todavía subsiste entre los interesados por el arte de la navegación, su nombre no termina de ubicarse con comodidad en el podio de los héroes populares. Tal vez se deba a esa tensión entre lo popular y lo elitista que existe en Vito Dumas: popular por derecho propio, sin chapa ni escuela ni recursos, un hombre hecho a sí mismo que hizo estallar la envidia de los apellidos importantes del yachting argentino y de la Marina; y elitista a su pesar, porque sus hazañas no logran interesar demasiado fuera de los círculos especializados. La generación que aún lo recuerda transita sus últimos pasos: ancianos que recorren librerías buscando un ejemplar de Los cuarenta bramadores para regalarle al nieto que se anotó en Prefectura.

Con la determinación de hacer justicia al respecto, el documental de Rodolfo Petriz da cuenta de las peripecias de Dumas sin perder de vista los factores políticos y sociales que fueron moldeando su experiencia. Con relatos extraídos de sus libros, sumado a un notable trabajo de archivo centrado en los diarios de la época, el documental arranca en Francia, en la localidad de Arcachon, desde donde Dumas partió rumbo a Buenos Aires, en la que sería la primera de sus gestas marítimas. Uno de los aciertos de Petriz es no dar demasiado lugar a las circunstancias de la vida de Dumas previas a su etapa de navegante: le basta con nombrar su origen humilde y sus logros en la natación, para después meterse de lleno en los pormenores de cada viaje. De esta manera, queda expuesto lo que más tarde confirmará uno de los entrevistados: que la vida de Dumas era el mar, que sus días en tierra firme lo enfermaban y entristecían, y que pese al paso de los años y a los estragos en su propio cuerpo, su pasión lo obligaba a embarcarse una y otra vez; incluso a costa de su propia familia. Como el personaje de Jeremy Renner en The hurt locker, que sobrevive a la guerra, vuelve a la tranquilidad del hogar, y en el último plano lo vemos nuevamente uniformado y caminando por el desierto.

Con respecto a la pasión que quema y es incontrolable, otro de los aciertos de El navegante solitario es que, si bien pone el foco en la grandeza de Vito Dumas y lo extraordinario de sus viajes, también es sincero al nombrar las consecuencias personales y familiares que acarrea una vida como esta. Dumas vuelve de una de sus travesías para encontrarse con un matrimonio resquebrajado, y será la navegación quien lo salve una y otra vez; o visto de otro modo, será la navegación la que lo ayude a evadirse de una vida doméstica que aborrecía y para la que no estaba hecho. Mediante el testimonio de expertos y allegados, Petriz también realza la figura enigmática de la mujer que obsesionó a Dumas durante muchos años (y que no era su esposa), con quien mantuvo una turbulenta relación que terminó con un incendio, literal. Las iniciales de esta mujer, que el documental se cuida de no develar, pese a cierta insistencia juguetona de Petriz en rol de entrevistador, son las que dieron nombre a los dos barcos más importantes de Dumas, el LEGH y el LEGH II. Un comentario personal: el LEGH II se puede visitar en el Museo de la Armada en el Tigre, y admirarlo de cerca, teniendo en cuenta todo lo que se vivió en esa pequeña embarcación, resulta bastante emocionante.

Más allá de la aventura, y como decíamos antes, El navegante solitario también se encarga de los problemas sociales y políticos que tuvo Dumas en su carrera. En principio, al ser tildado de “mufa” por los círculos más exclusivos de la navegación, los clubes náuticos y los oficiales de la Marina. Su nombre fue marginado y demonizado por quienes no toleraban su origen humilde y la realidad solitaria y sin recursos de sus hazañas, al tiempo que su status de héroe fue creciendo en el corazón del pueblo. Resulta interesante advertir que con cada viaje, Dumas dejaba a sus espaldas una Argentina que, a su vuelta, había cambiado completamente. Tanto el golpe de 1943 como el inicio de la Revolución Libertadora en 1955 sucedieron mientras estaba en el mar. Durante los primeros años de gobierno de Perón, Dumas recibió un cargo de teniente y percibió un sueldo, y se convirtió en uno de los deportistas destacados que acompañaban al presidente. Incluso, por aquellos años, se formó una escuela de navegantes a vela, con Dumas a la cabeza y apartada del bullicio de la aristocracia.

Con el derrocamiento de Perón y su posterior exilio, Dumas fue injustamente perseguido e investigado, y aunque terminó libre de todo cargo, vivió sus últimos años alejado y olvidado por el ojo público. Como apunta su nieto, dormía en un catre en el balcón de su departamento en Vicente López, y en las noches de calor permanecía despierto, mirando las estrellas. A pesar de ciertas dramatizaciones innecesarias, que en esos episodios vuelven artificioso el relato, el documental de Rodolfo Petriz tiene pulso para la aventura y logra darle a la leyenda del navegante solitario la dimensión que se merece. La historia de Vito Dumas es una defensa en favor de la voluntad y la persistencia, que podría resumirse en aquella frase pronunciada por otro aventurero argentino, Alfredo Barragán, y que se convirtió en el slogan de su gesta, la Expedición Atlantis: “Que el hombre sepa que el hombre puede”.