El muñeco diabólico

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

El remake del clásico de terror de los años ’80, "El muñeco diabólico", de Lars Klevberg, no sólo se distancia lo suficiente como para hacer su propio camino, nos recuerda por qué este género sigue siendo de los más populares entre el público.
Si hay una palabra temida dentro del mundo del cine, esa es remake. La idea de una nueva versión de un film clásico o una película popular despierta todo tipo de dudas y comentarios. Más si entra dentro del canon “arruinan mi infancia/juventud”. Desde que la renacida Orion Pictures anunció que haría un remake de la primer película de la saga de "Chucky: El muñeco diabólico", el recorrido fue como una montaña rusa.
Dudas, tranquilidad al saber que la saga original continuaría en paralelo, rechazo general al ver la imagen del muñeco, y parcial aceptación gracias a una de las mejores campañas publicitarias de cine de los últimos tiempos (trailers prometedores, preciosos afiches) y la promesa de poder disfrutar de uno de los mejores talentos en actores de voces.
Finalmente, con expectativas de un lado y del otro, podemos decir que esta "El muñeco diabólico" no sólo se sostiene como un film independiente, diferente al “original”; sino que es una de las mejores películas de terror de los últimos tiempos. Es que más que traer de regreso al clásico muñeco, El muñeco diabólico es un gran homenaje a la forma de hacer terror en la década en la que el género brilló.
El Chucky original había llegado en 1988, cuando ya el género, por lo menos el slasher, comenzaba su caída; y probablemente haya sido la última gran saga iniciada en ese período. También dejando atrás a los slasher adolescentes para centrarse en algo más adulto; algo que esta “nueva versión” respeta. Olvídense del vudú, y el asesino serial reencarnado.
Acá la cosa viene más terrenal. La multifacética y tecnológica empresa Kaslan creó una línea de muñecos interactivos que no sólo sirven como juguetes, sino que permiten la conexión con otros dispositivos del hogar para ser controlados mediante su accionar.
Los Buddy (curiosamente, el titulo de rodaje del film de 1988 fue Blood Buddy) tienen autonomía, están programados para relacionarse amistosamente con su dueño, y ofrecen un cuidado y entretenimiento completo al poder conectarse ya sea a internet o con cualquier dispositivo que haya (si es un dispositivo Kaslan, mejor).
Hace un año que los Buddy (exitazo de ventas) están en el mercado, y ya se encuentran a la víspera de una renovación con los Buddy 2. Karen Barclay (Aubrey Plaza) que trabaja como cejara en un supermercado, logra hacerse con un Buddy de la primera camada que es devuelto por presuntas fallas y porque su comprador prefiere esperar a la nueva generación que trae más variantes (un rubio, un osito, etc.).
El destinatario es Andy (Gabriel Bateman), su hijo con el que acaban de mudarse a un avejentado departamento. Las cosas no están bien para ellos, y Karen quiere contentarse con él, aunque ella ya está podrida de ver Buddys por todos lados, y Andy ya tenga 13 años.
Pero bueno, si Gerardo Sofovich jugaba con un TV Teddy, alguien de 13 puede tener su propio muñeco interactivo. Hay algo que ni Karen, ni Andy, ni nadie sabe. En Vietnam, donde se fabrican los Buddy, hace un año uno de los empleados de la fábrica Kaslan se suicidó por las constantes humillaciones de su jefe; pero antes programó uno de los muñecos quitándole de la programación las inhibiciones de violencia, abuso, y obsesión, entre otras cosas.
El principal acierto de" El muñeco diabólico" son sus personajes. En sus exactos 90 minutos, la película se toma su tiempo para presentárnoslos, contarnos su historia, hacer que sintamos empatía por ellos, ir introduciéndonos en clima, marcar un peligro latente, y prepararnos para un gran estallido. Hablamos de una película con corazón.
La relación entre madre e hijo se ve y se siente en la pantalla, es creíble, y podemos presenciar el drama entre ellos sin necesidad de ser melodramática. En toda "El muñeco diabólico" hay una marcada crítica social, a la globalización, al capitalismo, al consumismo, a la explotación laboral, y a la situación de crisis en la que se encuentra un sector trabajador/obrero en los Estados Unidos.
Otro dato fundamental es el regreso del cine de terror protagonizado por chicos, más precisamente, por una pandilla de chicos. Casi paralelamente a Buddy, al que apoda Chucky, Andy se hace amigo de dos vecinos Falyn (Beatrice Kitsos) y Pugg (Ty Consiglio), a los que después se unirá Omar (Marlos Kazadi); en los momentos rudos, ellos formarán una divertida cofradía.
Chucky sólo quiere ser el mejor amigo de Andy, protegerlo de todo aquellos que le haga mal, y al no tener inhibiciones, no repara ante nada. Por lo tanto, Chucky también es un personaje complejo que plantea los límites de la obsesión y la protección.
La relación entre estos amigos también tendrá su desarrollo. Todos estos elementos nos llevan a una época en la cual el terror, lejos de recurrir al susto fácil y rápido, se tomaba su tiempo para entrar en clima, aferrarnos a la butaca, crear muy buen suspenso, y una vez que nos tiene en el juego, nos da la estocada final.
Podríamos decir que esta nueva "El muñeco diabólico" tiene algo de la película original, de "Atracción Cibernética", de "Matilda", y de algunos capítulos de Los Simpsons; grandes bases.
Pero no sólo eso, su director Lars Klevberg (un nombre a tener en cuenta, que viene de dirigir la muy interesante Polaroid), se regodea con homenajes directos a "Texas Chainsaw Massacre 2", a la propia "Childs Play", y a otros films de terror sin necesidad de ser sólo un gancho para atrapar a nostálgicos.
A la hora de los bifes, Klevberg no se ahorra sangre con escenas de muerte muy inventivas para aplaudir en la sala. Dueña de un humor negro corrosivo, Esta película es, ante todo una propuesta muy divertida.
Incluso Aubrey Plaza como Karen logra una muy buena composiciónUna madre joven, desbordada, tapada de responsabilidades que quizás no quería asumir; pero nunca se duda del amor que siente por su hijo.
La relación entre ambos es el corazón la película. Brian Tyree Henry como el vecino, policía, y personaje más carismático de la película, Mike, se mete al público en el bolsillo. Lo dicho, los cuatro chicos son una celebración, por supuesto, la atención se la lleva Gabriel Bateman que logra tener gran química con todos en el elenco. Por último, el muñeco.
Su extraño diseño es totalmente funcional a la propuesta, y la voz de Mark Hammil es sencillamente perfecta. Este Chucky es un gran personaje, perverso, intimidante, ambiguo, que puede convivir perfectamente con la criatura de Brad Dourif sin tocarse.
Cuando un género como el terror ya parece no tener nada nuevo, y sólo repetir modas cansinas, películas como "El muñeco diabólico" nos recuerda por qué lo amamos tanto. 90 minutos de pura cine celebración para los amantes del género. No tengan dudas estamos frente a una de las películas del año.